La ética situacional o nueva moralidad es esa controvertida corriente de pensamiento que afirma que “la situación” es la que determina en último término si una acción es buena o mala y que se impone cada vez más en la sociedad y el pensamiento secular moderno. Y esto no únicamente en el plano de las discusiones propias del medio académico, sino en la práctica cotidiana de la gente común, ignorando o relegando a segundo plano los inmutables principios y mandamientos divinos normativos de la conducta humana, sumiéndonos así en un confuso y nefasto relativismo ético. Pero la ética situacional no se equivoca tanto en lo que afirma como en lo que niega. En efecto, el cristiano coincide con ella en su afirmación de que el amor debe ser el principio rector de todos nuestros actos, pues esto está fuera de discusión en la Biblia, en especial en la formulación que Jesucristo hizo del principal mandamiento de la ley: “ꟷMaestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? ꟷ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente’ ꟷle respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:36-40), pasando por el capítulo sobre la preeminencia del amor: “… Ahora les voy a mostrar un camino más excelente. Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso” (1 Corintios 12:31-13:3), terminando con el amor como la deuda permanente que tenemos para con los demás: “No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros. De hecho, quien ama al prójimo ha cumplido la ley. Porque los mandamientos que dicen: «No cometas adulterio», «No mates», «No robes», «No codicies», y todos los demás mandamientos, se resumen en este precepto: «Ama a tu prójimo como a ti mismo»” (Romanos 13:8-9).
Sin embargo, la ética bíblica discrepa de la ética situacional en cuanto a que éste sea el único criterio válido para determinar la conducta correcta o incorrecta en una situación dada, pues de hacerlo así se puede terminar dando pie a la maquiavélica idea de que “el fin justifica los medios”, pues nuestra comprensión del amor es tan defectuosa que nada nos garantiza que en nombre de él no terminemos tomando decisiones a todas luces equivocadas y censurables. La ética cristiana nos impone actuar motivados por el amor, pero cumpliendo al mismo tiempo los mandamientos divinos, pues no basta con verificar que lo que hacemos sea motivado, presuntamente, por el amor a Dios y el beneficio del prójimo para actuar impunemente como mejor se nos antoje, pues no podemos olvidar que Moisés actuó bien motivado, indignado ante las penurias e injusticias sufridas por su pueblo a manos de los crueles egipcios, pero al hacerlo así terminó cometiendo un crimen: “Un día, cuando ya Moisés era mayor de edad, fue a ver a sus hermanos de sangre y pudo observar sus penurias. De pronto, vio que un egipcio golpeaba a uno de sus hermanos, es decir, a un hebreo. Miró entonces a uno y otro lado y, al no ver a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena” (Éxodo 2:11-12). El rey Saúl es proverbial, pues actuó basado en la ética situacional, obedeciendo cuando la “situación” lo favorecía, pero cuando ésta amenazaba con obrar en su perjuicio, racionalizaba el mandamiento para acomodarlo a su conveniencia, como lo hizo en tres ocasiones puntuales diferentes narradas en la Biblia que marcaron su creciente declive y desaprobación por parte de Dios, siendo la última y finalmente concluyente, la ocasión en que, luego de consultar a Dios por el conducto regular, recibió como respuesta el desaprobatorio silencio divino, y decidió, entonces, consultar a una adivina en contra de la prohibición al respecto y pasando por alto que él mismo había emprendido en sus mejores épocas una campaña para purgar a Israel de este tipo de personajes nefastos, siendo condenado por ello sin atenuantes: “Saúl murió por haberse rebelado contra el Señor, pues en vez de consultarlo, desobedeció su palabra y buscó el consejo de una adivina. Por eso el Señor le quitó la vida y entregó el reino a David hijo de Isaí” (1 Crónicas 10:13).
Por el contrario, los medios o acciones correctas son tan importantes para Dios que hay que llevarlos a cabo incluso en los casos en que nuestros motivos e intenciones no sean correctos, como lo dio a entender Pablo al declarar la obligación de predicar el evangelio, aún en el caso de no hacerlo por los motivos correctos: “Es cierto que algunos predican a Cristo por envidia y rivalidad, pero otros lo hacen con buenas intenciones. Estos últimos lo hacen por amor, pues saben que he sido puesto para la defensa del evangelio. Aquellos predican a Cristo por ambición personal y no por motivos puros, creyendo que así van a aumentar las angustias que sufro en mi prisión. ¿Qué importa? Al fin y al cabo, y sea como sea, con motivos falsos o con sinceridad, se predica a Cristo. Por eso me alegro; es más, seguiré alegrándome” (Filipenses 1:15-18); aplicándolo a sí mismo: “Sin embargo, cuando predico el evangelio, no tengo de qué enorgullecerme, ya que estoy bajo la obligación de hacerlo. ¡Ay de mí si no predico el evangelio! En efecto, si lo hiciera por mi propia voluntad, tendría recompensa; pero, si lo hago por obligación, no hago más que cumplir la tarea que se me ha encomendado” (1 Corintios 9:16-17). Pero idealmente, para que una acción sea declarada buena por Dios sin reservas, en ella deben converger motivaciones, acciones e intenciones correctas simultáneamente, como lo entendió el rey David al intentar trasladar el arca del pacto, con la mejor motivación e intención del caso, pero sin seguir el mandamiento de Dios para hacerlo, pagando su descuido con la muerte de Uza: “Colocaron el arca de Dios en una carreta nueva y la sacaron de la casa de Abinadab. Uza y Ajío guiaban la carreta… Al llegar a la parcela de Quidón, los bueyes tropezaron; pero Uza, extendiendo las manos, sostuvo el arca. Entonces la ira del Señor se encendió contra Uza por haber tocado el arca, y allí en su presencia Dios lo hirió y le quitó la vida” (1 Crónicas 13:7, 9-10), hasta que lo hizo por fin con éxito de la manera ordenada por Dios, reconociendo su falta anterior al respecto: “La primera vez ustedes no la transportaron, ni nosotros consultamos al Señor nuestro Dios, como está establecido; por eso él se enfureció contra nosotros»” (1 Crónicas 15:13).
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