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Estudios bíblicos

El movimiento apostólico actual

Venice - The Last supper of Christ "Ultima cena" by Girolamo da Santacroce (1490 - 1556) in church San Francesco della Vigna.

Jack Deere sentenciaba: “Es virtualmente imposible definir el ‘don’ de apostolado del mismo modo que el resto de dones… Simplemente no podemos concebir el apostolado fuera de los apóstoles históricos”. Afirmación oportuna, pues en el contexto evangélico ha surgido recientemente un movimiento apostólico por el cual muchos pastores y dirigentes eclesiásticos más o menos destacados se autoproclaman “apóstoles” para dar realce a su ministerio, cultivando entre sus seguidores un cuestionable y peligroso culto a su personalidad. Pero la verdad lisa y llana es que, en estricto rigor, la condición apostólica está limitada a la justamente llamada “edad apostólica”, restringida al primer siglo de nuestra era. Y esto es así, entre otros, debido especialmente a que cualquier aspirante a la dignidad apostólica debía haber sido testigo de la resurrección y haber acompañado al Señor Jesucristo durante sus tres años y medio de ministerio público, como consta en la elección del sucesor del malogrado apóstol traidor: Judas Iscariote: “Por tanto, es preciso que se una a nosotros un testigo de la resurrección, uno de los que nos acompañaban todo el tiempo que el Señor Jesús vivió entre nosotros, desde que Juan bautizaba hasta el día en que Jesús fue llevado de entre nosotros»” (Hechos 1:21-22). Pablo fue un caso de excepción, pues si bien fue testigo de la resurrección, como él mismo nos lo informa: “y, por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí” (1 Corintios 15:8), no acompañó, sin embargo, al Señor Jesús durante su ministerio terrenal y por eso tuvo que defender continuamente su condición apostólica en sus epístolas contra quienes la impugnaban: “Me dirijo ahora a ustedes, los gentiles. Como apóstol que soy de ustedes, le hago honor a mi ministerio (Romanos 11:13); “Por lo que veo, a nosotros los apóstoles Dios nos ha hecho desfilar en el último lugar, como a los sentenciados a muerte. Hemos llegado a ser un espectáculo para todo el universo, tanto para los ángeles como para los hombres” (1 Corintios 4:9); “¿No soy libre? ¿No soy apóstol? ¿No he visto a Jesús nuestro Señor? ¿No son ustedes el fruto de mi trabajo en el Señor? Aunque otros no me reconozcan como apóstol, ¡para ustedes sí lo soy! Porque ustedes mismos son el sello de mi apostolado en el Señor” (1 Corintios 9:1-2).

De cualquier modo, Pablo no se consideraba inferior a los apóstoles originales: “… pues de ningún modo soy inferior a los «superapóstoles», aunque yo no soy nada. Las marcas distintivas de un apóstol, tales como señales, prodigios y milagros, se dieron constantemente entre ustedes” (2 Corintios 12:12). Condición reconocida también por los doce apóstoles originales, no en calidad de subordinado a ellos, sino en plano de igualdad, pues: “Quiero que sepan, hermanos, que el evangelio que yo predico no es invención humana. No lo recibí ni lo aprendí de ningún ser humano, sino que me llegó por revelación de Jesucristo… Sin embargo, Dios me había apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia. Y, cuando él tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo predicara entre los gentiles, no consulté con nadie. Tampoco subí a Jerusalén para ver a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui de inmediato a Arabia, de donde luego regresé a Damasco…”, de modo que: “El mismo Dios que facultó a Pedro como apóstol de los judíos me facultó también a mí como apóstol de los gentiles.” (Gálatas 1:11-12, 15-17; 2:8); “y para proclamarlo me nombró heraldo y apóstol. Digo la verdad y no miento: Dios me hizo maestro de los gentiles para enseñarles la verdadera fe” (1 Timoteo 2:7); “De este evangelio he sido yo designado heraldo, apóstol y maestro” (2 Timoteo 1:11), y con su compromiso y arduo trabajo compensó con creces su pasado de perseguidor de la iglesia del cual era dolorosamente consciente: “Admito que yo soy el más insignificante de los apóstoles y que ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue infructuosa. Al contrario, he trabajado con más tesón que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Corintios 15:9-10); “Doy gracias al que me fortalece, Cristo Jesús nuestro Señor, pues me consideró digno de confianza al ponerme a su servicio. Anteriormente, yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia. Pero la gracia de nuestro Señor se derramó sobre mí con abundancia, junto con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús. Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:12-15).

El único otro personaje que parece ostentar de manera explícita e inequívoca la dignidad apostólica en el Nuevo Testamento es Bernabé, pues Lucas habla así de él y Pablo: “En Iconio, Pablo y Bernabé entraron, como de costumbre, en la sinagoga judía y hablaron de tal manera que creyó una multitud de judíos y de griegos. Pero los judíos incrédulos incitaron a los gentiles y les amargaron el ánimo contra los hermanos. En todo caso, Pablo y Bernabé pasaron allí bastante tiempo, hablando valientemente en el nombre del Señor, quien confirmaba el mensaje de su gracia haciendo señales y prodigios por medio de ellos. La gente de la ciudad estaba dividida: unos estaban de parte de los judíos, y otros de parte de los apóstoles. Hubo un complot tanto de los gentiles como de los judíos, apoyados por sus dirigentes, para maltratarlos y apedrearlos. Al darse cuenta de esto, los apóstoles huyeron a Listra y a Derbe, ciudades de Licaonia, y a sus alrededores… Al enterarse de esto los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron las vestiduras y se lanzaron por entre la multitud, gritando” (Hechos 14:1-6, 14). Como sea, los apóstoles son un hecho único en la iglesia, no sólo debido a su autoridad y su papel fundacional en el origen de ésta, figurando siempre sin parangón en el primer lugar de todas las listas en que se mencionan: “En la iglesia Dios ha puesto, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego los que hacen milagros; después los que tienen dones para sanar enfermos, los que ayudan a otros, los que administran y los que hablan en diversas lenguas” (1 Corintios 12:28); “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular… Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros” (Efesios 2:20; 4:11), sino también en sentido cronológico, de modo que después del primer siglo ya no se dan las condiciones para el surgimiento de nuevos apóstoles. Razón suficiente para estar atentos a las advertencias bíblicas sobre el particular: “Tales individuos son falsos apóstoles, obreros estafadores, que se disfrazan de apóstoles de Cristo” (2 Corintios 11:13), y actuar al respecto como la iglesia de Efeso: “Conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles pero no lo son; y has descubierto que son falsos” (Apocalipsis 2:2)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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