Y es que uno de los primeros síntomas de nuestra condición caída consiste en que no estamos dispuestos a asumir dócilmente nuestra responsabilidad por lo que hacemos. En vez de mirarnos en el espejo para reconocer en la imagen que allí vemos reflejada nuestras propias faltas, confesándolas y asumiéndolas, preferimos mirar por la ventana para buscar culpables más allá de nosotros mismos, eludiendo así nuestras responsabilidades en el asunto. Este inveterado e inútil mecanismo de defensa al que acudimos sistemáticamente, casi sin pensarlo, puede seguirse de manera regresiva hasta nuestros primeros padres, Adán y Eva, quienes al ser confrontados por Dios a causa de su desobediencia respondieron de esta manera señalándose y culpándose los unos a los otros: “Él respondió: -La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí. Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer: -¿Qué es lo que has hecho? -La serpiente me engañó, y comí -contestó ella” (Génesis 3:12-13). No debe, pues, causarnos sorpresa que, observando lo anterior, Miguel de Unamuno dijera en cierta oportunidad con mordaz humor y gran sensibilidad que: “Si la serpiente del Paraíso escribiera su evangelio, acaso nos contaría como fueron Adán y Eva los que le tentaron a ella”. Porque en último término no somos víctimas inocentes de los demás. Antes que nada somos culpables y haríamos bien en comenzar por reconocer esto con humildad.
La ventana y el espejo
“Desde Adán buscamos a los culpables más allá de nosotros mismos, optando mirar por la ventana antes que vernos en el espejo”
Somos culpables desde los primeros tiempos.No tenemos el derecho de negar nuestras responsabilidades.
Cuando hablamos con el otro, somos iguales de culpables por evadir y no aceptar.