Conocimiento y experiencia son dos productos que van de la mano con frecuencia. Queremos aprender y obtener conocimiento y queremos alcanzarlo por experiencia propia, experimentando las cosas por nosotros mismos. Algo que puede sonar ideal, pero que no carece de problemas. Problemas entre los que encontramos el hecho de que hay muchas experiencias que no son gratas ni deseables y que, de haberlas podido evitar, lo hubiéramos hecho en su momento. Por eso, no siempre aprender por experiencia propia es lo mejor. Sobre todo cuando podemos aprender también lo mismo sin tanto riesgo, a partir de la experiencia y enseñanza de terceros que, habiendo adquirido el conocimiento por dolorosa experiencia propia, quieren evitarle ese dolor innecesario a quienes vienen detrás de ellos. Porque tal vez existan asuntos que debemos aprender de manera inevitable por experiencia propia, pero no todo aprendizaje eficaz tiene que darse de esta manera. El sabio es el que conoce la diferencia y aprende todo lo que puede a través de la experiencia de los demás, de una manera más segura e indolora y sin consecuencias irreversibles que lamentar, como las que tuvieron que afrontar nuestros primeros padres con la pérdida sin reversa de su inocencia original y la toma de conciencia de su culpa y la vergüenza que eso les trajo: “En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera” (Génesis 3:7)
El costo de la caída
21 octubre, 2020
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“El conocimiento que se alcanza por experiencia no compensa la inocencia perdida, que es el costo que se paga por adquirirlo así”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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