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Conferencias

La Trinidad

Marca de ortodoxia

La doctrina de la Trinidad es una de las doctrinas más fundamentales para definir la ortodoxia o doctrina correcta de una iglesia cristiana. Éste fue, de hecho, tal vez el tema doctrinal más distintivo y debatido en el cristianismo primitivo, una vez surgieron las primeras herejías que dieron lugar a su vez a las discusiones teológicas que llevaron a los padres o primeros apologistas y teólogos cristianos de renombre a definir y formular metódica, sistemática y oficialmente el dogma cristiano esencial, plasmado de manera sintética en los tres Credos de la Iglesia Primitiva: el apostólico, el niceno y el atanasiano, sobresaliendo entre todos los temas abordados en ellos la doctrina de la Trinidad y la doctrina de Cristo, ambas, por supuesto, íntimamente relacionadas e interdependientes.

Ahora bien, existen, de entrada, dos circunstancias formales que obran en perjuicio del correcto entendimiento de la doctrina de la Trinidad, de donde se surten de munición los detractores de esta doctrina para tratar de impugnarla. En primer lugar, su presunta irracionalidad e incoherencia lógica, señalada con especialidad por el judaísmo y el islamismo con su monoteísmo rígido y supuestamente más puro, aunque las actitudes cerradamente racionalistas también han contribuido a lo largo y ancho de la historia a tratar de desvirtuarla en este aspecto particular, frentes todos que unen fuerzas entre sí para sostener que, desde el punto de vista estrictamente lógico y racional, la doctrina de la Trinidad no es más que un politeísmo triteista.

Pero, por el contrario, la iglesia ha respondido señalando, sin complejos ni disculpas, que quienes niegan las distinciones personales entre Padre, Hijo y Espíritu Santo en el seno del único Dios verdadero son los que incurren en herejías llamadas de muchas maneras a lo largo de la historia (sabelianismo, monarquianismo, modalismo, “patripasionismo”, arrianismo, adopcionismo, socinianismo, pneumatomaquianismo y, últimamente, unitarismo). Herejías que no hacen justicia al auténtico y pleno monoteísmo cristiano revelado en las Escrituras y en la experiencia del creyente. Porque, en realidad, la doctrina de la Trinidad no es irracional porque no está en contra de la razón, sino por encima o más allá de ella. Es decir que aunque hay que reconocer y sostener que la doctrina de la Trinidad desborda de lejos las capacidades de la razón humana finita, de modo que no puede ser abarcada por completo por ninguna mente humana; eso no significa que sea irracional sino más bien superior a la razón humana, en el sentido de que siempre habrá en ella elementos puntuales que escapan de lleno a la comprensión racional del hombre, por mucho que nuestra racionalidad se ensanche de la mano del desarrollo científico y filosófico a través de la historia.

El problema es que algunos creen que la insuperable dificultad para entender cabalmente la doctrina de la Trinidad es una excusa válida para terminarla negando al pretender contenerla dentro de nuestra propia mente finita y necesariamente limitada. Porque sea como fuere, la Trinidad se encuentra revelada a través de toda la Biblia, aunque ésta no se tome el trabajo de proveer una explicación metódica, sistemática y completa acerca de ella, labor que le corresponde a la teología, que es algo que afortunadamente se ha logrado con solvente ꟷsi bien no completaꟷ suficiencia argumental. Ciertamente, la acusación de irracionalidad dirigida contra la doctrina de la Trinidad por sus opositores se viene al piso si se logra demostrar con suficiencia que esta doctrina no es ilógica ni incoherente. De hecho, esta doctrina ha sido formulada de manera sencilla y escueta de una manera que no viola la ley lógica de la no contradicción que establece que una afirmación no puede ser falsa y cierta al mismo tiempo y en la misma relación. Es así como Tertuliano y la tradición teológica occidental definieron la Trinidad de manera temprana en una fórmula que ha llegado así hasta nosotros: “Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Esta frase podrá hacer alusión a una misteriosa paradoja, pero nunca a una flagrante contradicción lógica, así la fórmula misma esté lejos de explicar cabal y exactamente en qué consiste la Trinidad.

Por otra parte, la ambigüedad y la confusión de términos también distorsiona la doctrina de la Trinidad. Así, al abordar la Trinidad es necesario tener claro el significado de palabras técnicas en teología tales como “esencia”, “sustancia”, “persona”, “subsistencia” y “naturaleza”, ꟷcentrales en la discusión trinitaria desde el punto de vista semántico y filosóficoꟷ, que pueden muy bien formar parte de lo que Pablo menciona en cuanto a que: “Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido. Esto es precisamente de lo que hablamos, no con las palabras que enseña la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, de modo que expresamos verdades espirituales en términos espirituales” (1 Corintios 2:12-13). Porque no basta el conocimiento bíblico sobre el particular, ꟷaunque no sobra decir que éste es absolutamente necesarioꟷ, sino que la ignorancia sobre estos asuntos semánticos y técnicos de la disciplina teológica genera mucha más confusión y ambigüedad que la que pretende resolverse al abordar la discusión. Es totalmente pueril, entonces, la acusación de aquellos que quieren negar la doctrina de la Trinidad simplemente porque éste término no se encuentra en las Escrituras como tal, puesto que si bien es cierto que el término en sí mismo no se encuentra en ellas (así como muchos otros que son plenamente aceptados por todos en la teología y la práctica cristianas, como por ejemplo providencia), el concepto como tal sí está y la teología lo único que ha hecho es tratar de darle un nombre adecuado y comúnmente aceptado para referirse a él. Así, pues, la teología cristiana reconoce unánimemente en Dios la unidad y unicidad de la esencia o, si se quiere, de la sustancia o naturaleza divina de tal manera que Dios no sólo es uno sino también único. Pero al mismo tiempo afirma que en este Dios único y uno hay tres hipostasis, subsistencias o personas diferentes.

La Trinidad se encuentra ya implícitamente anunciada en el Antiguo Testamento, con todo y su énfasis en la unidad de Dios, pues hay en él sugerencias claras de una diversidad de personas presentes en la unidad divina. Estos anuncios tienen que ver, en primer lugar, con el nombre plural para Dios utilizado en el Antiguo Testamento. Más exactamente, el nombre hebreo Elohim. Un nombre que, a pesar de ser plural, cuando se refiere a Dios incluye indefectiblemente en el complemento de la frase la conjugación del verbo en singular, lo cual equivale a una premeditada, inspirada, ꟷy no propiamente equivocadaꟷ, construcción gramatical que indicaría que, de algún modo, el sujeto es en realidad uno solo a pesar de que el sustantivo con el que se le identifica sea plural, o lo que es lo mismo, que a pesar de que el verbo indique que quien actúa es uno solo, el sustantivo plural da a entender que en la unidad del sujeto hay sin embargo una pluralidad actuando.

En segundo lugar, en el Antiguo Testamento encontramos el llamado “plural mayestático” que consiste en la expresión hablada o escrita por la cual un hablante o escritor, no obstante lo evidente de su condición individual y singular, se refiere a sí mismo usando la primera persona del plural. Este uso ha sido propio de reyes y papas desde la antigüedad (de ahí el término “mayestático”, es decir perteneciente o relativo a la majestad), pretendiendo así hablar no en nombre propio o a título personal, sino en nombre de la institución que presiden de manera individual o en representación de una colectividad. El uso que hace el Antiguo Testamento en varias oportunidades de esta figura en boca de Dios se explica bien como una referencia velada a la Trinidad en lo que algunos estudiosos, superando ya las connotaciones propias del “plural mayestático” que no dejan de ser inadecuadas para la Trinidad, llaman mejor y de manera más exacta “plural deliberativo”, que encontramos en los pasajes de Génesis 1:26-27; 3:21-22; 11:5-7 e Isaías 6:8. De ellos puede inferirse que en la unidad de Dios se encuentra presente una pluralidad, independiente del número que asuma, algo que la Biblia precisará más adelante en el número 3. Continuando con este cúmulo de sugerencias del Antiguo Testamento a favor de la Trinidad que se refuerzan mutuamente, encontramos el llamado Shemá, justamente el pasaje clásico del monoteísmo judío, que podemos leer en Deuteronomio 6:4, y dice así: “»Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor”, en el que la palabra hebrea que se utiliza para designar la unidad y unicidad de Dios es la que se utiliza para designar una unidad compuesta del estilo “un grupo” o “un conjunto” y no “un individuo” o “un elemento”.

El “Ángel del Señor” que se revela en múltiples oportunidades en el Antiguo Testamento ꟷaunque no sea ésta una postura unánime entre todos los teólogos, pero sí en una mayoríaꟷ, también sugiere la Trinidad. Hecha la salvedad, este punto consiste en el hecho de que los teólogos cristianos han sostenido de manera mayoritaria que, por la manera en que el Antiguo Testamento se refiere y describe al “ángel del Señor” cuando éste se manifestaba y por las reacciones que suscitaba entre los testigos de su manifestación, es evidente que en un representativo número de pasajes (no en todos), este personaje, más que un ángel, se trata de Dios mismo. Más exactamente, que la manifestación del “Ángel del Señor” parece ser una manifestación, no tan sólo de Dios en un sentido amplio e indiferenciado, sino una manifestación específica del Verbo, el Hijo, o lo que es lo mismo, la Segunda Persona de la Trinidad antes de su encarnación como hombre en la persona de Cristo. En consecuencia, lo cierto es que al ser el “ángel del Señor” el Señor mismo, habría una identificación entre ambos que apuntaría a su unidad esencial, pero al mismo tiempo al existir una distinción entre ellos dos que señalaría también la pluralidad de personas subsistentes en la divinidad.

Existe, además, en el Antiguo Testamento un pasaje mesiánico en particular en el cual la distinción de personas en Dios es clarísima y la atribución de la divinidad a las dos personas mencionadas es igualmente innegable. Se trata del salmo 110:1 que dice: “Así dijo el SEÑOR a mi Señor…”. Dado que David utiliza aquí dos nombres propios y distintos de Dios, a saber: YHWH (traducido “SEÑOR”, en letras versales) y Adonai (traducido “Señor” en letras normales), está atribuyendo a Dios algo así como un diálogo interpersonal consigo mismo. Esto no puede explicarse de manera diferente a afirmar que en Dios existen distinciones sustantivas o concretas de tipo claramente personal en permanente, íntima y mutua interrelación, distinciones que, sin embargo, no obran en perjuicio de su unidad esencial ni de su identidad como un único Dios. La tradición teológica cristiana, ya plenamente encuadrada en el marco de la doctrina de la Trinidad, no tiene dificultad para interpretar este pasaje en el cual ve un diálogo divino entre Dios Padre y Dios Hijo, la primera y segunda personas de la Trinidad respectivamente.

El número 3 que caracteriza a la Trinidad aparece con claridad en los paralelismos triples asociados a Dios que se encuentran en el Antiguo Testamento. Pasajes tan centrales que con el tiempo se convirtieron en fórmulas litúrgicas en las que se hace referencia a Dios acudiendo a un paralelismo reiterativo por el cual se le menciona en tres oportunidades, una inmediatamente después de la otra en el mismo pasaje que, curiosamente, son justo tres los que sobresalen por encima de los demás. En primer lugar, de nuevo, el ya citado Shema judío en el que se menciona el nombre de Dios tres veces. En segundo lugar, la bendición sacerdotal de Números 6:24-26: »”El Señor te bendiga y te guarde; el Señor te mire con agrado y te extienda su amor; el Señor te muestre su favor y te conceda la paz.” Y en tercer lugar está la visión del Santo de Isaías: “Y se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria.»” (Isaías 6:3). Esta fórmula veladamente trinitaria es retomada en el Nuevo Testamento por el apóstol Juan en el libro del Apocalipsis (Apocalipsis 4:2) y desde entonces ha sido una de las líneas de evidencia esgrimidas por la iglesia en el Antiguo Testamento como insinuación inequívoca de la doctrina de la Trinidad revelada plenamente en el Nuevo Testamento.

Pasando al Nuevo Testamento, si bien no existe una declaración explícita e inequívoca de la Trinidad en el Nuevo Testamento al estilo de la ya citada, puntual y clásica fórmula acuñada por Tertuliano, que es la que se ha hecho popular en medios cristianos, con todo, esta doctrina esta tan abundantemente documentada y revelada en el Nuevo Testamento que no se puede poner en duda, pues no consiste ya en veladas insinuaciones únicamente, como en el Antiguo Testamento, sino en múltiples y muy diversas afirmaciones extractadas de la propia vida de la iglesia apostólica que conducen inexorablemente a la Trinidad como conclusión indiscutible. De hecho, para cualquiera que lea desprejuiciadamente el Nuevo Testamento salta a la vista la doctrina de la Trinidad, percibida casi de manera intuitiva y sutil aún antes de emprender cualquier esfuerzo sistemático y reflexivo para dejarla establecida. Con todo, al igual que se ha hecho con el Antiguo Testamento, es necesario sistematizar de manera esquemática las maneras en que la Trinidad se revela en el Nuevo Testamento y las inferencias doctrinales que deben extractarse de esta revelación.

El Nuevo Testamento comienza por afirmar con suficiencia y claridad el mismo monoteísmo ya revelado en el Antiguo Testamento, en contra de quienes afirman que la Trinidad conduce al triteísmo. Pero al mismo tiempo, distingue en el Dios uno y único a tres personas que comparten esa única divinidad en íntima unidad. Adicionalmente, hay muchos pasajes en el Nuevo Testamento que asocian a las tres personas de la Trinidad en plano de igualdad. La idea de tres en uno o de uno en tres no es, además, contraria a la experiencia, por lo que en la exposición de la doctrina de la Trinidad la teología ha recurrido a diversas analogías para ilustrarla, extractadas de lo que el ser humano puede observar en la creación. Pero es importante limitar el alcance de estas analogías, pues ninguna de ellas es capaz de ilustrar cabalmente o hacer completa justicia a esta doctrina, por lo cual todas muestran en mayor o menor grado su inadecuación para expresar en qué consiste realmente la Trinidad, pues todas se quedan cortas en este propósito, siendo su utilidad concreta el hecho de dejar establecido que la idea de tres en uno y uno en tres, no es extraña a la experiencia humana ni mucho menos ilógica o irracional.

Como lo expresa bien el Dr. Ropero para dar fe de ello y justificar, de paso, el recurso a las analogías de la Trinidad: “… El esquema trinitario… obedece a un aspecto de la realidad de carácter triforme…  El ‘tres’, dicen los estudiosos, es la forma más simple y al mismo tiempo la más perfecta de la multiplicidad. Representa un orden en la multiplicidad y, por tanto, la unicidad constitutiva de la multiplicidad. Aristóteles lo califica como ‘el número de la totalidad’. Aunque la doctrina cristiana de la Trinidad no deriva de estas especulaciones y símbolos, no hay duda que, a la hora de comunicar la fe trinitaria en círculos ilustrados por la cultura antigua, la Iglesia recurre a ilustraciones tomadas de la mitología y la filosofía…”. Una vez hechas estas observaciones previas y necesarias, podemos mencionar algunas de las más conocidas analogías que indican que la idea de tres en uno y uno en tres presente en el misterio de la Trinidad no es extraña a la realidad ni a la razón humana.

Entre ellas encontramos que el átomo es uno solo, pero está conformado por neutrones, protones y electrones. El agua es una sola, pero se encuentra en la naturaleza en tres estados diferentes: sólido, líquido y gaseoso. La luz es una sola, pero está compuesta de rayos infrarrojos, rayos visibles y rayos ultravioleta. El espacio es uno solo, pero está constituido por la longitud, la altura y la profundidad. El tiempo es uno solo, pero está constituido por el pasado, el presente y el futuro. El ser humano es uno solo, pero está formado por el espíritu, el alma y el cuerpo. El alma humana es una sola, pero está compuesta por la mente, las emociones y la voluntad (o memoria, inteligencia y voluntad, al decir de San Agustín). En el campo de la lógica existe el llamado silogismo, forma típica y unitaria de argumentación lógica que está conformada indefectiblemente por tres premisas: La mayor, la menor y la conclusión. Otra útil analogía que tiene el valor agregado de hacer referencia a la condición personal que en la Biblia ostentan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es aquella que nos recuerda que en el lenguaje humano utilizamos la figura del pronombre para hacer referencia a las personas, pero que este pronombre se da en tres formas: Primera persona (Yo, nosotros), segunda persona (Tú, ustedes) y tercera persona (Él, ella, ellos). Pero tal vez la analogía más cercana a lo que en realidad sería la doctrina de la Trinidad es la que planteara Agustín desde la antigüedad cristiana en su clásico Tratado sobre la Santísima Trinidad al afirmar lo siguiente: “La trinidad ves, si ves el amor. Porque el amor implica tres cosas: el amante, el amado y el amor”. Sobre todo, si tomamos en cuenta la escueta pero profunda definición de la esencia de Dios revelada por el apóstol Juan en sus escritos, en el sentido que “Dios es amor”.

A esto también hace alusión el Dr. Ropero con estas palabras: “Por eso dijimos que la definición de Dios como ‘amor’ es una de las consecuencias lógicas de la visión cristiana del Dios trino. Dios ama al mundo con el mismo amor que es él mismo desde la eternidad, por eso entrega a su Hijo, que es la expresión divina de ese amor. El amor no puede ser realizado por un sujeto solitario. Pero se dice que Dios es amor porque no es un ser solitario, sino que es el amante, el amado y el amor al mismo tiempo”. Así, pues, sin perjuicio de la inspiración del Espíritu Santo en la elaboración de sus escritos revelados, al definir a Dios como “amor” el apóstol Juan no estaría más que consignando una consecuencia lógica y hasta obvia de la experiencia misma de la iglesia primitiva. La experiencia de comunión amorosa íntima y personal con el Dios uno y trino que sería entonces anterior a la creencia tal y como ésta es formulada posteriormente, tanto en los escritos inspirados del Nuevo Testamento, como en las confesiones de fe y los tratados teológicos elaborados con base en el Nuevo Testamento.

En la iglesia primitiva la experiencia de comunión en amor con el Dios trino compartida por todos los creyentes precedió y fundamentó la creencia y formulación de la doctrina de la Trinidad, comenzando por los mismos apóstoles. Asímismo y en sentido inverso, la doctrina de la Trinidad es hoy por hoy una consecuencia igualmente lógica y hasta obvia de que Dios sea inequívocamente definido como amor en las Escrituras, de donde quien impugna la doctrina de la Trinidad debería, de manera consecuente, impugnar también la definición que la Biblia hace de Dios como “amor”, pues ambas afirmaciones: la Trinidad y la definición de Dios como amor, se sostienen o se caen juntas desde el punto de vista lógico, al punto que al suscribir una cualquiera de estas afirmaciones tenemos que suscribir la otra de manera necesaria. Y al negar una cualquiera de las dos, tenemos también de manera necesaria que negar la otra, pues ambas se determinan mutuamente. La analogía que sostiene que El Padre es el Amante, el Hijo es el Amado y el Espíritu Santo es el amor es, por tanto, una de las más aproximativas a lo que en realidad consiste el misterio de la Trinidad.

Lamentablemente, para muchos cristianos parecería que la Trinidad poco o nada tiene que ver con la vida práctica y cotidiana del creyente, al punto que, al decir del Dr. Ropero: “Los críticos… consideran que el cristianismo podría despachar tranquilamente el dogma de la Trinidad, que tantos problemas crea en personas poco dadas a la reflexión, sin que afecte para nada la espiritualidad y la práctica de la fe cristiana. Que Dios sea uno o trino no parece tener consecuencias en el plano de la fe y la práctica personal. Al parecer, muchos cristianos se comportan unas veces como monoteístas y otras como triteístas o casi politeístas, al menos en la religiosidad popular de corte católico. Hay quien considera que la doctrina de la Trinidad es superflua, está de más. Es suficiente con hablar de Dios Padre como el Dios único, Jesucristo su Hijo como mediador, y el Espíritu Santo como santificador, sin detenerse a considerar relaciones e implicaciones de esta manera de expresarse. Lo que importa es la práctica de la fe”. Continúa diciendo enseguida: “Pero el problema es, como hace notar Jürgen Moltmann, que la reducción de la fe a la praxis no ha venido a enriquecer la fe, sino que la ha empobrecido”. Por eso, hay que apresurarse a suscribir con nuestro citado autor que: “Lo interesante del dogma trinitario no es el alto nivel de especulación que alcanzó… Lo realmente importante son las implicaciones que tiene para la vida cristiana”. La dinámica del amor, o lo que es lo mismo, la dinámica, la vida, la vitalidad, la riqueza, la plenitud de Dios, no pueden entenderse sino en contexto trinitario o por referencia a la Trinidad, como ya lo decíamos en la última de las analogías citadas.

Tanto el apóstol Pablo (1 Corintios 13), como el apóstol Juan se detuvieron de manera expresa en la práctica del amor como señal distintiva y característica de la vida cristiana. Así, pues, si el cristiano ama de verdad, está experimentando en carne propia el misterio de la Trinidad divina, así no esté aún en condiciones de formular su creencia trinitaria de manera discursivamente racional. Pero esto no quita que, sea como fuere, la práctica del amor debe vivirse necesariamente en clave trinitaria. No por nada el mismo Señor Jesucristo nos dijo que el mandamiento y la práctica del amor condensa toda la enseñanza de la ley y los profetas: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente’ le respondió Jesús. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a esto: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-39).

En este pasaje el Señor también nos enseña que el amor cubre tres aspectos en la experiencia humana: el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a sí mismo. La doctrina de la Trinidad tiene, pues, enorme valor práctico y cotidiano para la fe del creyente, orientando la práctica del amor a tal grado que, tarde o temprano, todo creyente que haya experimentado y continúe experimentando de manera creciente la enriquecedora comunión con Dios en su vida, deberá suscribir de forma necesaria la doctrina de la Trinidad de manera consciente y voluntaria, o exponerse en su defecto a que la práctica cotidiana de su fe termine siendo muy pobre, plana, deficiente y extraviada.A fin de cuentas, ¿es posible no creer indefinidamente en algo que se está viviendo de manera personal? ¿Pueden ir la mente y el corazón de una persona por lados diferentes de manera indefinida? ¿El conocimiento y la experiencia vital de un individuo pueden estar disociados entre sí de forma permanente? ¿La razón y la existencia son aspectos independientes el uno del otro en el ser humano? ¿Las creencias y las vivencias no tienen entre sí ninguna relación de tal modo que pueden ir en contravía las unas de las otras?

Más bien, si se es una persona sana, equilibrada y sobretodo integrada en una unidad armónica en su ser personal ꟷcomo están llamados a serlo los creyentesꟷ, la creencia debe ser consecuente con la vivencia, la mente debe seguir al corazón, el conocimiento debe estar acorde con la experiencia, la razón y la existencia deben ir de la mano de tal modo que si estamos viviendo en comunión con el Dios Trino, debemos también terminar creyendo conscientemente en un Dios Trino.Por tanto, si hemos creído en Jesucristo como Señor y Salvador, hemos creído también en la Trinidad de manera implícita, si es que sabemos en quién hemos creído. Pero esta creencia implícita e intuitiva en un principio debe volverse explícita y discursiva a medida que el creyente avanza y madura en su fe. Por eso, es esperanzador al respecto la manera en que el Dr. Ropero va concluyendo sus reflexiones sobre el tema, así: “… poco a poco, se va abriendo camino el entendimiento dinámico de la Trinidad, con lo que esto implica en el orden de las relaciones interpersonales y sociales…”. Y cierra estas reflexiones tal como las hemos venido citando, así: “Quizá estemos en el comienzo de un renacer de la Trinidad divina en la vida de la iglesias, que suponga un soplo de aire nuevo y vital en la espiritualidad y vida de los creyentes, del mismo modo que lo fue el descubrimiento de la persona del Espíritu Santo en estos últimos años. Para ello es necesario situar la Trinidad divina en la cabeza de nuestra comprensión de la fe. No asustarse de sus aparentes dificultades lógicas y bíblicas, sino sumergirse de lleno en su estudio para despertar a una nueva dimensión de la comunión con el Dios que es comunión por excelencia”.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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