El cristianismo se refiere a Dios como la causa última y final de todo lo que existe y sucede en el mundo, ya sea porque Él así lo ha determinado conforme a Su buena voluntad, o porque así lo ha permitido en respeto al albedrío de ángeles y seres humanos, así no sea conforme a Su voluntad, siempre teniendo a la vista un bien mayor. Y Dios lleva a cabo Su voluntad de dos formas diferentes: como Causa primera o a través de las causas segundas, llámense naturaleza, ángeles o seres humanos indistintamente. La conquista de la tierra prometida fue llevada a cabo mayoritariamente a través una campaña militar en cabeza de Israel, como causa segunda, en donde, sin embargo, Dios siempre estableció señales claras de que Él se encontraba detrás de Israel como Causa primera. Pero en el proverbial y famoso primer acto de conquista ejecutado en la poderosa ciudad estado de Jericó, que llegó a convertirse en un emblema de toda la conquista como tal, Dios decidió dejar establecido con claridad su protagonismo como Causa primera al requerir de Israel, la causa segunda, un papel claramente subordinado, sin acciones militares de su parte, para derribar de forma milagrosa y poderosa las inexpugnables murallas de la ciudad y dejar a sus habitantes a merced de los israelitas: “Entonces los sacerdotes tocaron las trompetas, y la gente gritó a voz en cuello, ante lo cual las murallas de Jericó se derrumbaron. El pueblo avanzó, sin ceder ni un centímetro, y tomó la ciudad” (Josué 6:20), demostrando así que cualquier acto posterior eficaz de conquista era finalmente mérito Suyo y no del pueblo
La toma de Jericó
“La toma de Jericó es la demostración más palpable de que Dios salva sin necesidad de espada ni de lanza y que al final la batalla es del Señor”
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