Luego de su enfrentamiento con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Aserá, un victorioso pero agotado Elías vio como todo esto lo único que logró fue llevar al recrudecimiento de la persecución contra él promovida por el rey Acab y su esposa Jezabel, obligándolo a huir por su vida y llevándolo al desánimo y la depresión de quien se siente arando en el viento y se encuentra tentado a rendirse y dejar de seguir intentándolo: “Elías se asustó y huyó para ponerse a salvo… caminó todo un día por el desierto. Llegó adonde había un arbusto de retama y se sentó a su sombra con ganas de morirse. «¡Estoy harto, Señor! ꟷprotestóꟷ. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados». Luego se acostó debajo del arbusto y se quedó dormido…”, luego de lo cual el ángel del Señor se le apareció para reanimarlo, fortalecerlo y decirle que aún quedaba trabajo por hacer: “El ángel del Señor regresó y, tocándolo, le dijo: «Levántate y come, porque te espera un largo viaje»” (1 Reyes 19:3-5, 7). En efecto: “Elías se levantó, comió y bebió. Una vez fortalecido por aquella comida, viajó cuarenta días y cuarenta noches hasta que llegó a Horeb, el monte de Dios” (1 Reyes 19:8) para ser instruido sobre lo que faltaba para purgar a Israel del culto a Baal y Aserá que lo había contaminado hasta la médula bajo el reinado de Acab y Jezabel, mediante las acciones combinadas de ungir a Jazael como rey de Siria; a Jehú como nuevo rey de Israel para deponer a Acab y a Eliseo como su sucesor para que juntos terminaran lo que él comenzó
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