La humanidad en general y un buen número de cristianos entre ellos, hemos olvidado para nuestro propio perjuicio que Dios, desde el comienzo, estableció claramente las reglas del juego y lo que es justo: La vida es un don y la desobediencia, cualquiera que sea, acarrea muerte. Muerte física, sumaria e inmediata, y no sólo la llamada “muerte espiritual” o separación de Dios con la que los cristianos solemos matizar y atenuar el alcance de esta instrucción bíblica dada a nuestro padre Adán: “pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás.»” (Génesis 2:17), ratificado así por el profeta: “… la persona que peque morirá” (Ezequiel 18:4). Así, pues, si se tratara de justicia estricta, la muerte debería ser lo que tendríamos que afrontar todos los días en el momento en que cometemos de manera consciente y voluntaria la primera acción pecaminosa de la jornada, ya sea de pensamiento, de palabra, de obra o de omisión. Pero por el hecho de que no suceda así, sino que Dios haya decidido concedernos en su paciencia misericordia de manera indefinida a la espera de que nos arrepintamos y acudamos a Cristo para obtener Su perdón, nos acostumbramos a la misericordia de Dios y la damos por sentada, como si fuera una obligación que Dios tuviera para con nosotros, cuando está muy lejos de ser así. Lo único que Dios nos debe es justicia, y en justicia deberíamos ser ejecutados cada día y si no ocurre de este modo, es sólo por la gracia y la paciencia de Dios, algo por lo que, entonces, deberíamos estar agradecidos todos los días
La sentencia de muerte
15 octubre, 2020
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"Desde el comienzo la paga del pecado es muerte. Por eso debemos agradecer no ser ejecutados por Dios cada día en el acto mismo”.
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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