El milenio y la tribulación
En temas escatológicos, es decir relacionados con los últimos tiempos, la sana doctrina afirma la segunda venida de Cristo con poder y gloria para juzgar tanto a quienes hayan muerto como a quienes se encuentren vivos y la resurrección final de los creyentes con miras a establecer su reino de justicia, paz y alegría plenas aquí en la tierra por toda la eternidad, como el dogma cristiano compartido por todas las ramas de la cristiandad a lo largo de la historia. Así nos lo recuerdan el credo apostólico y el niceno, por igual: “Fue crucificado, muerto y sepultado; Descendió a los infiernos, Al tercer día resucitó entre los muertos; Subió al cielo; Y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; Y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos” (Credo Apostólico); “Padeció y fue sepultado, Resucitó al tercer día según las Escrituras, Ascendió a los cielos, Y está sentado a la diestra del Padre, Y vendrá otra vez con gloria, A juzgar a los vivos y a los muertos, Cuyo Reino no tendrá fin” (Credo Niceno). Así, pues, todo lo que pueda decirse sobre eventos tan específicos y puntuales como la tribulación y el milenio no deja de ser opinión teológica más o menos calificada suscrita indistintamente por uno u otro grupo o denominación cristiana en particular. Sea como fuere, existen tres posturas vigentes alrededor de estos asuntos que es oportuno definir bien antes de abordarlas.
Comencemos, entonces, con el milenio, noción que, como su nombre lo indica, se define específicamente como un periodo de mil años tal como aparece en el libro de Apocalipsis en la visión del apóstol Juan: “Vi además a un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. Sujetó al dragón, a aquella serpiente antigua que es el diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y tapó la salida para que no engañara más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años. Después habrá de ser soltado por algún tiempo. Entonces vi tronos donde se sentaron los que recibieron autoridad para juzgar. Vi también las almas de los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios. No habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni se habían dejado poner su marca en la frente ni en la mano. Volvieron a vivir y reinaron con Cristo mil años. Ésta es la primera resurrección; los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. Dichosos y santos los que tienen parte en la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20:1-6). Así, pues, podemos definir este término como un periodo intermedio de mil años entre la era actual y el establecimiento definitivo del reino de Dios en la tierra, caracterizado por ser una edad de oro en que imperarán la justicia, la paz, y la alegría y fraternidad entre los hombres. En relación con él surgen entonces las siguientes posturas:
Posmilenialismo (después del milenio): Postura que afirma el cumplimiento literal hacia el final de la historia de ese periodo concluyente de la misma que llamamos “milenio” y que ubica la segunda venida de Cristo inmediatamente después de este periodo. En este punto de vista el cumplimiento literal del milenio estaría a cargo de la iglesia reinando con Cristo, entendida esta preposición como obrando con su poder y en representación suya, siguiendo eficazmente su guía espiritual antes de su regreso visible y glorioso.
Amilenialismo (sin milenio): Postura que niega la realidad o el cumplimiento literal del milenio más allá de simbolizar meramente la era actual de la iglesia iniciada en Pentecostés y que concluirá con el regreso o la segunda venida de Cristo en gloria para ejecutar sus juicios e inaugurar su reino eterno sobre la Tierra.
Así, pues, los posmilenialistas asumen una actitud optimista por la cual creen que la iglesia logrará llevar a feliz y pleno cumplimiento prácticamente todas las promesas bíblicas relativas al reino de Dios en la tierra, estableciendo la anhelada edad de oro de justicia, paz y alegría antes del regreso de Cristo, quien al regresar únicamente pondría el puntillazo final a la labor desarrollada por la iglesia; mientras que en su interpretación meramente simbólica del milenio los amilenialistas abandonan este subido optimismo y afirman que las promesas del reino únicamente se cumplirán con el regreso o la segunda venida del Señor Jesucristo. Pero nos resta una postura más.
Premilenialismo (antes del milenio): Postura que, al igual que el posmilenialismo afirma la realidad y el cumplimiento literal hacia el fin de la historia de ese periodo concluyente de la misma que llamamos “milenio”, pero que a diferencia del posmilenialismo ubica la segunda venida de Cristo inmediatamente antes de este periodo. El cumplimiento literal del milenio correría, entonces, por cuenta de Jesucristo gobernando de manera visible y gloriosa aquí en la tierra durante un periodo de mil años en que la influencia de Satanás sería por completo neutralizada, antes de ser categóricamente derrotado y arrojado finalmente al lago de fuego y azufre e inaugurar con este juicio (conocido popularmente como “el juicio final”) la eternidad gloriosa y definitiva del reino de Dios en la tierra.
Por cuestión de espacio, la gran tribulación, se considerará aquí en el marco de la postura premilenialista. Así que, definamos antes que nada lo que se conoce en teología más exactamente como la Gran Tribulación. La base bíblica para esta doctrina se encuentra en los evangelios en boca del Señor Jesucristo: “»Entonces los entregarán a ustedes para que los persigan y los maten, y los odiarán todas las naciones por causa de mi nombre… Porque habrá una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás… porque serán días de tribulación como no la ha habido desde el principio, cuando Dios creó el mundo, ni la habrá jamás” (Mateo 24:9, 21; Marcos 13:19). Como su nombre lo indica la Gran Tribulación es un periodo de tribulación futura profetizado en la Biblia, cuya crudeza no ha sido nunca antes igualada ni conocida en la historia de la humanidad hasta el día de hoy y que afectará al mundo en su totalidad, incluyendo al pueblo de Dios en mayor o menor medida, ya sea en cabeza del pueblo judío o de la iglesia indistintamente, considerados de manera separada o unida, dependiendo de la postura asumida.
El gobierno del anticristo se ubica con especialidad en este periodo, siendo este siniestro personaje el encargado de perseguir e infligir todo tipo de males sobre el pueblo de Dios. El tiempo de duración de este periodo se suele circunscribir a siete años apoyado en interpretaciones bíblicas de numerosos pasajes que no viene al caso considerar tampoco aquí para que los no conocedores no pierdan el punto. En fin, en el esquema premilenialista, sobresale un evento relacionado con la tribulación y la segunda venida de Cristo designado como el rapto o el arrebatamiento, acontecimiento futuro que en esta perspectiva consiste en que la segunda venida de Cristo se da en dos etapas: Una primera etapa invisible en la cual Cristo arrebataría o tomaría consigo a la iglesia entendida como todos los que creen y han creído en él a lo largo de la historia para encontrarse con Él en las nubes, suceso que tendría lugar antes de su regreso visible y glorioso para instaurar su reinado milenial en la tierra.
La principal base bíblica para esto es la siguiente: “Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza. ¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él. Conforme a lo dicho por el Señor, afirmamos que nosotros, los que estemos vivos y hayamos quedado hasta la venida del Señor, de ninguna manera nos adelantaremos a los que hayan muerto. El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre” (1 Tesalonicenses 4:13-17). Dependiendo de donde se ubique cronológicamente este acontecimiento, los premilenialistas se dividen en:
Pretribulacionistas: Quienes creen que el arrebatamiento tendrá lugar inmediatamente antes del inicio de la Gran Tribulación
Mesotribulacionistas: Quienes creen que el arrebatamiento tendrá lugar en la mitad de la Gran Tribulación.
Postribulacionistas: Quienes creen que el arrebatamiento tendrá lugar al final de la Gran Tribulación, coincidiendo prácticamente con la segunda venida visible y gloriosa del Señor Jesucristo.
Tenemos así definidos de manera breve y puntual los conceptos teológicos involucrados en el debate, cuyas implicaciones prácticas útiles para la vida cristiana son las que vamos a mirar a partir de ahora, advirtiendo que ninguna postura puede descalificar a alguna de las otras, pues estos son temas de opinión teológica más o menos calificada y nada más.
De hecho, buena parte de las diferencias entre las posturas anteriormente enumeradas y definidas dependen del enfoque interpretativo con el que uno se acerque a leer la Biblia. Los que optan por la interpretación literal de los pasajes proféticos de la Biblia siempre que esto sea posible, suelen inclinarse por el premilenialismo como la postura que mejor encaja con este enfoque. Los que se inclinan más por un enfoque que combina por igual las interpretaciones literales y simbólicas, prefieren tal vez el posmilenialismo. Y los que le dan prioridad a las interpretaciones simbólicas, se decantan por el amilenialismo. La postura asumida depende, entonces, del enfoque interpretativo con que nos acercamos a la Biblia.
Más allá de esta discusión, es innegable que existen ciertos motivos presentes en cada postura que conviene conocer, pues es aquí donde descubrimos la aplicación práctica de estas doctrinas a la vida cotidiana. Y en este sentido, todas las posturas tienen intereses y motivos válidos, aunque no todos puedan estar en lo correcto al mismo tiempo sobre su interpretación de los eventos de los últimos tiempos, como lo declara el teólogo alemán Christian Schwarz cuando dice: “Es algo positivo que haya énfasis distintos dentro del cuerpo de Cristo… No intento convencer al lector de los detalles de mis posiciones teológicas, sino que espero que acepte [mi] perspectiva… toda doctrina debe ser juzgada mediante el criterio de si, en su propio contexto, tiene el efecto de estimular la vida y el crecimiento de la iglesia como organismo… diferentes doctrinas pueden tener razón al mismo tiempo (ya que cada una de ellas sirve al propósito de Dios en su propio contexto)”.
Así, aunque el posmilenialismo es tal vez el punto de vista más desacreditado por la experiencia de la iglesia debido a su ingenuo optimismo reflejado en la creencia de que la iglesia podrá establecer bajo las actuales condiciones de la existencia, antes del regreso o segunda venida de Cristo ─y en consecuencia, sin el decisivo concurso de Cristo en persona─ una edad de oro como la evocada por el milenio, debemos, sin embargo, suscribir los motivos de los posmilenialistas, pues, paradójicamente, sus motivos pueden ser los más necesarios y bíblicos en el momento en que vivimos, pues no puede negarse que, como lo dice un posmilenialista reconocido como Kenneth L. Gentry: “La posibilidad histórica de la victoria del Evangelio de traer bendición sobre todas las naciones viene por medio de la conversión gradual… Esta manera de proceder ha sido el método de Dios y la experiencia del pueblo de Dios… la Escritura entera respira el aire optimista de esperanza”.
Porque a pesar de que los cristianos anhelemos, con justa razón, una intervención drástica, manifiesta y terminantemente favorable por parte de Dios en las circunstancias problemáticas que afectan al mundo y tenemos suficiente fundamento bíblico para creer que así sucederá en su momento; también es cierto que esta esperanzada expectativa no excluye la fe en el fruto visible de ese proceso gradual por el cual el creyente se convierte cada día en una mejor persona que trabaja a su vez por mejorar su entorno, sino que lo da por sentado. El cristiano no puede, pues, sentarse a esperar la terminante intervención de Dios de manera irresponsablemente pasiva. De hecho, sin perjuicio de su intervención definitiva con la segunda venida de Cristo, Dios siempre ha preferido combatir la injusticia desde adentro, de manera sutil y gradual, modificando las estructuras sociales injustas sin tener que irrumpir de manera violenta y traumática desde afuera, mediante compulsivas imposiciones por la fuerza al estilo revolución, sino mediante convincentes y razonables persuasiones, que no se logran de la noche a la mañana, sino de manera gradual.
En el evangelio esa es la forma tradicional en que Dios trabaja con el creyente individual: de adentro hacia afuera, poco a poco y de manera creciente. Transformando nuestro interior para que esta transformación se refleje de manera consistente en nuestro exterior. Y ciertamente Dios aún intervendrá de manera directa, manifiesta e irresistible al final de los tiempos, pero mientras esto ocurre el cristiano debe ser optimistamente sensible y dócil a la acción de Dios obrando de manera sutil y gradual en su propia vida para irla transformando para bien e influyendo de igual modo en el entorno que le rodea, pues: “La senda de los justos se asemeja a los primeros albores de la aurora: su esplendor va en aumento hasta que el día alcanza su plenitud” (Proverbios 4:18). La Biblia atribuye a Dios una soberanía absoluta sin lugar a duda. Pero asimismo en ella nos revela que, desde la creación del hombre y sin renunciar de ningún modo a su soberanía, Dios no la ejerce de manera avasalladora sobre la humanidad, sino que ha preferido hacerlo de manera más bien sutil, tras bambalinas, con sabiduría más que con fuerza y con persuasión más que con imposición, pero sin perder nunca por ello el gobierno de su creación ni la eficacia en el cumplimiento final de sus propósitos.
Por eso, a pesar de la evidente y anunciada oposición que el mundo ofrece a Cristo y de los consecuentes e innegables retrocesos sociales que se presentan en el desenvolvimiento de la historia cuando la evaluamos a la luz de la ética cristiana, bajo la superficie la causa de Dios continua avanzando hacia su plena consumación contra viento y marea, porque está respaldada por la soberanía de Cristo y por su presencia espiritual permanente para garantizar y supervisar los resultados en todos y cada uno de sus escogidos, razón que sustenta de sobra la confianza y nuestra disposición a obedecer de buena gana la escueta instrucción paulina: “Ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien” (2 Tesalonicenses 3:13), aunque no veamos todos los resultados esperados y anhelados. Por eso las profecías, más que predicciones cuyo cumplimiento es seguro, son ante todo invitaciones divinas formuladas a los hombres para participar con Él de manera libre, comprometida y confiada en la realización de sus propósitos soberanos en la historia.
Únicamente así puede contrarrestarse ese pasotismo, ese “dejar pasar, dejar hacer”, esa indiferencia o “huelga social” que caracteriza a significativos sectores del cristianismo actual según la cual no valdría la pena emprender ninguna actividad o disciplina productiva de carácter intelectual, económico, e incluso relacional que tenga efectos sociales constructivos, pues sería una pérdida de tiempo y energía ante el inminente regreso de Cristo que hará que todo lo anterior sea más bien vano e infructuoso, al punto de hacer sospechosa cualquier iniciativa o aspiración de tipo social que difiera de la evangelización en el mejor de los casos. Porque muchas batallas la Iglesia las ha perdido por abandono, dejándole el campo servido al enemigo sin oponerle ninguna resistencia, replegándose sobre sí misma bajo el pretexto de la introspección, el misticismo, la santidad y la oración ascética, dando pie a sarcásticas declaraciones como la de John Dewey: “Mientras que los santos se encuentran absortos en sus introspecciones, fornidos pecadores gobiernan el mundo”.
Por su parte el amilenialismo también está animado en buena medida por motivos legítimamente bíblicos que debemos implementar en nuestra vida práctica. Los amilenialistas aciertan en llamar nuestra atención no sólo a lo que está por cumplirse todavía con la segunda venida de Cristo, sino lo que ya está cumplido con su primera venida en el contexto de la experiencia de la iglesia. Es cierto que gran parte de lo logrado por Cristo en su primera venida es de orden espiritual y no político o material todavía, pero es de todos modos muy real. Es posible que no logremos demostrarle a los inconversos de manera inmediata y concluyente que la primera venida de Cristo ya ha cambiado sustancialmente las condiciones que imperaban en el mundo antes de su venida, pues a pesar de haber transcurrido ya dos mil años, su efecto es todavía muy ambiguo y difuso cuando se quiere evaluar con objetividad, pero los que hemos creído sabemos bien que las cosas para nosotros y nuestro entorno inmediato han cambiado drástica y favorablemente desde el día de nuestra conversión. El amilenialismo aboga acertadamente para que no olvidemos lo que Cristo ya ha hecho a nuestro favor y que tiene irreversible vigencia aún antes de su segunda venida. El cumplimiento espiritual de las profecías relativas al reino de Dios no es menos real por el hecho de que sus efectos aún no sean lo visibles que quisiéramos en el momento histórico que estamos viviendo en aspectos como el social, económico y político. Definitivamente, el mundo es notoriamente mejor después de Cristo que antes de él, puesto que, como lo dijo el Señor Jesús: “… Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes” (Lucas 17:21).
Por último, los premilenialistas balancean el cuadro en cuanto a la necesidad de un milenio literal o una edad de oro de duración específica con Cristo reinando en la tierra luego de su segunda venida, gobernando a una población mixta constituida por redimidos y no redimidos antes de dar inicio a su reinado eterno y definitivo únicamente con sus redimidos, como medida necesaria para refutar las posturas seculares ingenuamente optimistas del evolucionismo que afirma, como lo dice John Dewey que: “Todos los males son frutos de inadaptaciones tradicionales en el curso de la evolución. La perfecta adaptación del hombre al medio ambiente, tanto personal como colectiva… significa la eliminación de todo mal, tanto moral como físico” y que insiste en ubicar el mal como algo externo a nosotros, algo en el medio ambiente o en las circunstancias que nos han tocado vivir y no en nuestro mismo interior, haciendo de esto una de las excusas más recurrentes para no reconocer ni confrontar nuestro pecado, señalando siempre hacia otro lado y no hacia nosotros mismos. Evolucionismo que hace causa común con el humanismo ateo para proclamar que el hombre es bueno por naturaleza y que si no se muestra como tal es debido a que, como lo afirmó Rousseau: “el hombre nace puro y la sociedad lo corrompe” de tal modo que todos seríamos víctimas y no culpables.
Es a la luz de lo anterior que el milenio se hace necesario para demostrar de manera inobjetable a todo el género humano que el mal no es algo ajeno, superficial o externo a nuestro ser, y que aún bajo las más perfectas e ideales condiciones del mundo, en circunstancias en las que no hay lugar a quejas y con Dios mismo reinando en persona, sin la influencia ni las maquinaciones malignas de Satanás operando sobre nuestras vidas, a la menor oportunidad nuestra naturaleza pecaminosa sale a relucir y opta por unirse a las conspiraciones del mal en contra de Dios, dejando a la vista nuestra verdadera condición: “Cuando se cumplan los mil años, Satanás será liberado de su prisión, y saldrá para engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra ─a Gog y a Magog─, a fin de reunirlas para la batalla. Su número será como el de las arenas del mar. Marcharán a lo largo y a lo ancho de la tierra, y rodearán el campamento del pueblo de Dios, la ciudad que él ama. Pero caerá fuego del cielo y los consumirá por completo” (Apocalipsis 20:7-9), quitándonos así por completo cualquier excusa delante de Dios y haciendo más que justa la condenación de los incrédulos. Únicamente incorporando esto en nuestra perspectiva podremos entender cabalmente lo hecho por Cristo a nuestro favor, de conformidad con las Escrituras cuando dicen: “Ahora bien, sabemos que todo lo que dice la ley, lo dice a quienes están sujetos a ella, para que todo el mundo se calle la boca y quede convicto delante de Dios” (Romanos 3:19), para concluir: “En fin, Dios ha sujetado a todos a la desobediencia, con el fin de tener misericordia de todos” (Romanos 11:32).
Por último, el postribulacionismo enfatiza el papel constructivo que las aflicciones y el sufrimiento pueden llegar a tener providencialmente en la formación del carácter de la persona, no sólo para llevarlo a la conversión, sino para ayudarlo a madurar su carácter en la fe, pues es innegable que, sin ser algo en sí mismo deseable, toda tribulación tiene el potencial de purificar a la postre la fe del creyente. La Biblia abunda en declaraciones que indican el papel favorable que las pruebas, las aflicciones y los padecimientos de la vida pueden llegar a cumplir en la vida de los seres humanos, creyentes en particular. Los postribulacionistas nos recuerdan, entonces, que el cristianismo debe ser sufrido, es decir que debe aceptar el sufrimiento con entereza cada vez que se presente de manera inevitable. Ahora bien, los pretribulacionistas están de acuerdo con los postribulacionistas en que el cristianismo debe ser sufrido, pero al mismo tiempo les recuerda que eso no significa que tenga que ser sufriente, es decir que haga de la búsqueda del sufrimiento un fin en sí mismo. Al fin y al cabo, la Biblia también afirma que: “Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (Romanos 8:1); “pues Dios no nos destinó a sufrir el castigo sino a recibir la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:9). Por eso, sin negar la utilidad del sufrimiento en la vida cristiana, hay que reconocer que la naturaleza del sufrimiento que caracterizará a la Gran Tribulación, definida como un tiempo de juicio sobre el mundo, da pie a la convicción de que los redimidos estarán exentos de él. A la vista de lo anterior, el lector puede evaluar cual de las motivaciones presentes en estas diferentes posturas es la que debe prevalecer en su contexto y circunstancias inmediatas, al margen de su mayor o menos correspondencia con las Escrituras.
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