Si bien en general todos los creyentes lamentan el ataque emprendido y el avance conseguido por el pensamiento secular en el mundo occidental, al punto de haber logrado erradicar la oración de las escuelas y espacios públicos de la cultura en general, no les falta razón al grupo minoritario de creyentes que aplauden esta decisión bajo el argumento de que es indigno y, por lo mismo, ofensivo para con el Dios vivo y verdadero revelado en la Biblia y en Jesucristo, compartir los tiempos y espacios de oración con los dioses falsos promovidos y adorados por las demás religiones contrarias e incluso antagónicas a la verdad única y exclusiva manifestada en Cristo y en la Biblia. Porque, sin dejar de señalar el excesivo radicalismo de esta postura, si de entrar en diálogo constructivo con otras religiones se trata, con miras al mayor entendimiento posible con ellas, sin perjuicio de nuestras diferencias; sí es cierto que un espacio público abierto a la oración indiscriminada por parte de todas las confesiones religiosas, transmite inadvertidamente la idea equivocada de que todas las religiones son iguales y que, en último término, todas ellas conducen por igual a Dios, algo que no sólo es insostenible desde la razón y la lógica más elemental, sino que es contrario a las Escrituras y a las justificadas demandas de exclusividad que Dios formula a la humanidad en sus términos y no en los nuestros, como se deduce del Shemá, el pasaje básico y más fundamental del monoteísmo judío y cristiano por igual: “»Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor” (Deuteronomio 6:4)
La prohibición de la oración
7 diciembre, 2020
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“No se sabe qué es peor: que se prohíba la oración pública o que se permita a todos por igual, pues Cristo es el único digno de ella”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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