Extraviarse no es algo que sucede de un momento a otro, sino algo gradual y en muchos casos imperceptible que nos saca del curso correcto mucho antes de que nos demos cuenta de que estamos muy lejos de la senda original. Y esto es así debido a que en las primeras de cambio una desviación leve, de unos pocos grados, nos puede mantener todavía marchando muy cerca del camino, casi de manera paralela a él, aunque no estemos ya andando propiamente por él, como lo saben todos quienes utilizan un GPS con regularidad. Pero en la medida en que seguimos avanzando sin ajustar ni corregir el rumbo, más temprano que tarde nos encontraremos ya muy lejos de la dirección inicial. Y todos sabemos que la dificultad para volver a encontrar el camino es directamente proporcional a la distancia a la que nos encontremos de él en el momento de darnos cuenta que nos hemos extraviado. Por eso y tomando en consideración que Jesucristo es el Camino, se requiere que los creyentes estemos verificando todos los días en oración y comunión con Cristo a través del Espíritu Santo y de una lectura sistemática, metódica, reverente, comprensiva y reflexiva de la Biblia, si nos hallamos todavía en el camino y si llegamos a descubrir que nos hemos desviado levemente unos pocos grados, hacer de inmediato los ajustes del caso antes de perder de vista la ruta que debíamos seguir, como lo recomienda el Señor: “»Tengan, pues, cuidado de hacer lo que el Señor su Dios les ha mandado; no se desvíen ni a la derecha ni a la izquierda” (Deuteronomio 5:32)
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