Un ineludible argumento a favor de Dios y la Biblia
Debemos comenzar esta conferencia indicando que el título no es redundante, pues profecía no es sinónimo de predicción, por lo que está más que justificado delimitar el tratamiento que aquí haremos, no a la profecía en general, sino a la profecía predictiva, es decir a la que, en efecto, hace predicciones sobre el futuro, pues aunque no sea la presencia de estas predicciones las que definen un mensaje como “profético”, cuando una profecía incluye una predicción del futuro, esta predicción nos brinda, de hecho, un medio de prueba para confirmar la autenticidad del mensaje en cuestión en cuanto a su procedencia divina, como lo deja claro Deuteronomio 18:21-22: “»Tal vez te preguntes: ‘¿Cómo podré reconocer un mensaje que no provenga del Señor?’ Si lo que el profeta proclame en nombre del Señor no se cumple ni se realiza, será señal de que su mensaje no proviene del Señor. Ese profeta habrá hablado con presunción. No le temas”. Así, pues, los contenidos predictivos cumplidos de un porcentaje significativo de las profecías se han constituido en un aspecto más que respalda la veracidad y validez del cristianismo y que forman parte, por tanto, de la defensa de la fe que ha visto siempre en las profecías predictivas y su correspondiente cumplimiento un argumento más a favor de la fe del cual debe, por lo mismo, ocuparse.
Ahora bien, en cuanto a las profecías predictivas podemos distinguir tres tipos: las que conciernen a la historia de Israel en el Antiguo Testamento y sus relaciones con los pueblos circundantes del Medio Oriente, las que conciernen al Mesías, y las que tienen que ver propiamente con la consumación de la historia en los últimos tiempos cuyo cumplimiento se halla todavía en el futuro, estudiadas por la rama de la teología designada como “escatología”. Y valga decir que, si bien en términos generales el cumplimiento de las predicciones del primer grupo ya se halla en el pasado y es, por tanto, objeto de estudio de la historia y la arqueología, no siempre es tan fácil distinguir los aspectos ya cumplidos en la historia pasada y aquellos que esperan todavía su cumplimiento en la consumación de la historia al final de los tiempos. Esto es especialmente cierto en relación con las profecías que anunciaban el advenimiento del Mesías en el Antiguo Testamento, pues muchos de los aspectos relativos al Mesías que los profetas vieron juntos y unidos en sus profecías, se encuentran en realidad separados en el tiempo, hallándose muchos de ellos cumplidos con la primera venida de Cristo, pero otros tantos esperando su cumplimiento cuando se verifiquen con su regreso o segunda venida en gloria. Y este rasgo se extiende en ocasiones a algunas de las predicciones del primer grupo, como lo veremos enseguida.
En esta conferencia nos vamos a enfocar, entonces, en el primero de los grupos de profecías predictivas enumerados, es decir, las que conciernen a la historia de Israel en el Antiguo Testamento y sus relaciones con los pueblos circundantes del Medio Oriente. Esto nos obliga necesariamente a indagar en la historia, lo que puede convertir esta empresa en algo demasiado vasto, especializado y difícil de seguir para quienes no están familiarizados con la historia antigua con todos sus detalles y aspectos técnicos, por lo que, entre las más de 2.000 profecías predictivas que el Antiguo Testamento contiene, nos enfocaremos en las que pueden ser más familiares, relevantes y de mayor interés para el creyente medio para delimitar de este modo el alcance de esta conferencia. Y éstas giran, justamente, alrededor de los grandes imperios de la antigüedad con los que tuvo tratos la nación de Israel, en especial durante sus épocas más dramáticas y convulsionadas, como lo fue la derrota a manos de los imperios Asirio y Babilónico y la consecuente dispersión y destierro al que fue sometido Israel por parte de estos últimos antes de su también anunciado o profetizado regreso del destierro y su restauración como nación en la época de Zorobabel, Esdras y Nehemías.
En relación con el imperio Egipcio, el primero de los grandes imperios de la antigüedad relacionados con Israel en la historia sagrada, dado que fue bajo este imperio que experimentó la más opresiva esclavitud y la liberación llevada a cabo por Moisés en el éxodo, habrá que esperar hasta el profeta Jeremías para encontrar profecías predictivas puntuales relacionadas con Egipto cuando su dominio sobre el Medio Oriente se hallaba ya bastante disputado por otros imperios emergentes posteriores, como los Asirios y los Babilónicos que lo sobrepujaban en poderío militar. Jeremías contiene dos profecías específicas de este tipo contra Egipto. La primera tiene que ver con el faraón Hofrá (Jeremías 44:30), cuyo cumplimiento tuvo lugar cuando Hofrá fue destronado y ejecutado por Amasis, su rival en la aspiración al trono de Egipto, justo cuando Egipto se hallaba a las puertas de enfrentar la desolación ocasionada por la invasión de Nabucodonosor, rey del imperio Babilónico, invasión igualmente anunciada por Jeremías con anterioridad (Jeremías 43:8-12).
El faraón Necao también es protagonista de otra profecía predictiva de Jeremías contra Egipto (Jeremías 46:2-12), que aunque fue dada ante la contemplación de la escena en vísperas de la batalla, anuncia de cualquier modo la derrota inminente de Egipto que, en efecto, tuvo lugar en la famosa batalla de Carquemis el 606 a. C. en que Egipto fue definitivamente subyugado por el imperio babilónico en cabeza de Nabucodonosor, como de hecho se informa al recoger de forma escrita esta profecía en el libro de Jeremías y tuvo, por tanto, que replegarse, humillado, a su territorio para no volver a incursionar nunca más en la tierra santa, no obstante lo cual Ezequiel también pronunció profecías predictivas contra Egipto que se cumplieron con la invasión llevada a cabo por el rey persa Cambises en el propio territorio egipcio en el año 525-487 a. C. Valga decir que a partir del capítulo 26, el libro de Jeremías registra predicciones en contra de otros pueblos tradicionalmente enemigos de Israel de importancia secundaria al compararlos con los grandes imperios conocidos de la antigüedad que también podríamos verificar desde la historia, tales como los Filisteos (Jeremías 47), los Moabitas (Jeremías 48), así como contra Amón, Edom, Damasco, Cedar, Hazor y Elam (Jeremías 49). Pero, por razones prácticas de familiaridad, comprensión y extensión, nos mantendremos enfocados en los grandes imperios de la antigüedad.
La siguiente época de esplendor ante el ocaso del en otro tiempo dominante imperio Egipcio, le corresponde al imperio Asirio, que es el que asume la hegemonía del Medio Oriente. Fue bajo este imperio que Israel, ya dividido entre el reino de norte que conservó el nombre de Israel con su capital en Samaria, y el reino del sur o Judá con su capital en Jerusalén, sufrió los rigores de sus crueles políticas expansionistas, pues el reino del norte o Israel fue derrotado por completo por este imperio en el año 722 a. C. y su territorio anexado a este imperio que lo repobló con una población mixta procedente de otros lugares que se hallaban bajo el dominio del imperio, siendo éste el origen de los samaritanos que encontramos en el Nuevo Testamento. Y el reino del sur o Judá sufrió enseguida su asedio, en el marco del cual encontramos también profecías predictivas que ponen de manifiesto que Asiria fue un instrumento utilizado por Dios como vara para castigar a su pueblo Israel por sus pecados. Pero a su vez, debido a su soberbia y maldad, también tuvo que sufrir el juicio de Dios.
Así, si bien Asiria fue un instrumento del juicio divino contra Israel o el reino del norte, a su vez fue castigado por su soberbia al experimentar una derrota contra todo pronóstico cuando tenía sitiada a Jerusalén, la capital de Judá o el reino del sur, lista para caer bajo su muy superior poderío militar, gracias a la oración, la confianza y la apelación sincera a Dios de su piadoso rey Ezequías y la respuesta esperanzadora recibida a través del profeta Isaías mediante una predicción que podemos leer en 2 Reyes 19:20-37 que tuvo su cumplimiento cuando “Esa misma noche el ángel del Señor salió y mató a ciento ochenta y cinco mil hombres del campamento asirio. A la mañana siguiente, cuando los demás se levantaron, ¡allí estaban tendidos todos los cadáveres” (2 Reyes 19:35), respecto de lo cual John Barton Payne, ante la sugerencia de que puede haberse tratado de una plaga fulminante de peste bubónica usada por Dios, nos dice: “sea cual sea el medio físico preciso, este acontecimiento tiene una categoría similar al paso de Israel del Mar Rojo en el éxodo como una de las más grandes liberaciones que jamás experimentase el pueblo de Dios, y su anticipación constituye la más larga profecía sola en el libro de Isaías”. Se explica, entonces, que ante este hecho, el rey Asirio Senaquerib no tuviera más remedio que retirarse humillado para volver a su capital Nínive para ser asesinado allí por dos de sus propios hijos, como lo confirma también la historia secular.
Sin embargo, los pasajes proféticos que anuncian o hacen alusión a la desaparición definitiva del imperio Asirio fueron pronunciados, además del profeta Isaías en el libro que lleva su nombre (Isaías 10:5-19; 14:25), también por el profeta Ezequiel de manera retrospectiva, es decir cuando ya su caída era un hecho cumplido (Ezequiel 31:3-17), por el profeta Nahum a lo largo de los tres capítulos del libro que lleva su nombre y por el profeta Sofonías (Sofonías 2:13), haciendo referencia tanto a la caída de su capital Nínive en manos de una coalición de persas y babilónicos en el 612 a. C., como a la caída definitiva del imperio Asirio en la ya mencionada batalla de Carquemis seis años después, en el 606 a. C., en la que Egipcios y Asirios se aliaron contra Babilonia y fueron derrotados por ella, llevando a Egipto a replegarse a su territorio en el norte de África y dando fin al imperio Asirio, que fue sucedido entonces por el poderoso imperio Babilónico en cabeza de Nabucodonosor, su rey más conocido.
Comienza así la hegemonía del imperio Babilónico en el Medio Oriente, bajo el cual Judá o el reino del sur con su capital Jerusalén, sufrió los mayores rigores y crueldades, siendo pues este imperio, a semejanza de lo que el imperio Asirio había sido para el reino del norte o Israel poco más de 100 años atrás, un instrumento de juicio de Dios sobre Judá en vista de que los judíos también habían cedido a la idolatría y el pecado, al igual que sus hermanos del norte lo habían hecho antes que ellos. Pero también Babilonia, una vez cumplido este cometido divinamente determinado, fue castigada por Dios por su crueldad y es en relación con esto que los profetas abundan en profecías predictivas que, a la vez que anuncian el carácter instrumental del imperio Babilónico para castigar a Judá por su alejamiento de Dios, también anuncian su posterior caída a manos del siguiente imperio en la lista, el imperio Medopersa.
Es, pues, en relación con este imperio de la antigüedad que las predicciones bíblicas abundan más, tanto para anunciar su papel providencial en el cumplimiento de las predicciones que involucran su aparición y ascenso como poder dominante para castigar a Judá, como también las que hacen referencia al posterior castigo de Dios sobre la misma Babilonia por sus propias maldades e idolatrías, a manos en este caso del imperio Medopersa que le hizo el relevo en la antigüedad. Cabe mencionar que el profeta Jeremías predijo de manera dramática (colocándose él mismo un yugo de madera alrededor del cuello que simbolizaba el yugo de Babilonia sobre los pueblos sometidos) que este imperio aplastaría la resistencia judía, por lo que lo mejor hubiera sido que se sometieran a él sin intentar oponérsele, como lastimosamente lo hicieron los reyes de Judá pagando con sangre las consecuencias de su necedad. Pero en el versículo 10 del capítulo 29 de su libro, este profeta también predijo que el cautiverio de los judíos en Babilonia como consecuencia de su derrota y el destierro al que fueron sometidos por Nabucodonosor llegaría a su fin luego de setenta años, lo que en efecto sucedió cuando, al cabo de este tiempo, el imperio Babilónico llegó a su fin para ceder el control de Medio Oriente al imperio Medopersa que lo derrotó (Jeremías 25:12-14).
El imperio Babilónico llegó a ser el símbolo por antonomasia de la mundanalidad y la inmoralidad de los poderes de este mundo que se oponen a Dios, por lo que es en relación con este imperio que empezamos a ver entremezclados de manera no siempre fácil de distinguir en los anuncios proféticos de juicio sobre él, los aspectos que ya se han cumplido en el pasado en el tiempo del Antiguo Testamento, con los aspectos escatológicos relativos a Babilonia como símbolo de la oposición final de los poderes de este mundo al reino de Dios en la tierra, como aparece en los últimos capítulos del libro visionario del apóstol Juan que conocemos como el Apocalipsis en donde el imperio babilónico y el romano parecen unirse para representar la oposición y resistencia a Dios que el mundo siempre ofrece.
Sea como fuere y desde el punto de vista estrictamente histórico este imperio (el Babilónico) llegó a su fin, tal como lo anunció Jeremías, en el año 539 a. C. cuando fue derrotado por los Medopersas y la ciudad de Babilonia fue tomada por el rey Darío de Media ꟷrey subordinado a Ciro y designado por él como gobernador de la ciudadꟷ en el famoso y sobrecogedor episodio de la mano escribiendo en la pared del palacio de su último rey, Belsasar, con ocasión del fastuoso y derrochador banquete de este rey con su corte en el que los utensilios sagrados saqueados y tomados del templo de Jerusalén por Nabucodonosor fueron profanados; escritura en la pared que el profeta Daniel interpretó bien como el juicio inminente de Dios sobre este imperio a manos de los Medos y los Persas para terminar así los 70 años de cautiverio (Daniel 5:25-31).
El cambio marcado por el establecimiento del imperio Persa en el Medio Oriente fue altamente favorable para los judíos ya que representó un poderío benigno para ellos. De hecho, el rey Ciro II de Persia recibe calificativos bastante honrosos en la Biblia, completamente inusuales para un rey pagano, como los que le adjudica el profeta Isaías al decir que Ciro ha sido designado como el pastor y el ungido de Dios y quien proclamaría en el futuro el decreto que permitiría el retorno de los Judíos y la reconstrucción de la ciudad y del templo (Isaías 44:28; 45:1, 13), cuyo cumplimento se recoge de manera extensa y detallada al final de 2 de Crónicas y los primeros capítulos del libro de Esdras, retorno al que se le da continuidad también durante el reinado de uno de sus sucesores, Artajerjes, mencionado en el libro de Nehemías. Sin hablar también de Asuero o Jerjes, que es el rey persa que gobierna durante la narración del libro de Ester. La sucesión del imperio Babilónico y su caída a manos de los Medopersas también fue incidentalmente mencionada por el profeta Daniel con ocasión de la colosal estatua compuesta de cuatro metales diferentes del sueño de Nabucodonosor revelado en visión al profeta, tal como se narra en el capítulo 2 de Daniel, visión ratificada posteriormente con la nueva visión de Daniel 7 de cuatro bestias que se sucede la una a la otra.
Estas visiones brindan ocasión, entonces, al profeta para predecir los poderes e imperios que están por sucederse, comenzando por Babilonia, el imperio actual en el momento de recibir la visión, representado por la cabeza de oro de la estatua; el imperio Medopersa que lo sucedería luego, por la plata del pecho y los brazos de la estatua; el imperio Griego de Alejandro el Grande, por el bronce del vientre y los muslos de la estatua y finalmente el imperio Romano por las piernas y los pies de la estatua de hierro y barro cocido. De manera similar, esta identificación se ve ratificada con mayor detalle en las características y el simbolismo propio de las cuatro bestias que se suceden en Daniel 7 en donde el león alado representa, una vez más, a Babilonia. El oso que se levantaba más de uno de sus costados, al imperio Medopersa. El leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas representa al imperio Griego de Alejandro el Grande. Y finalmente la cuarta bestia con diez cuernos representa a Roma. Así, pues, en la Biblia se predicen de varias maneras y con exactitud y comprobado cumplimiento la sucesión de imperios de la antigüedad, desde el Egipcio, el Asirio, el Babilónico, el Medopersa, el Griego y el Romano que se halla gobernando cuando el Nuevo Testamento se escribe. Y Roma, al igual que Babilonia, tiene alusiones proféticas de tipo escatológico que se mezclan con sus aspectos ya cumplidos en el pasado en las profecías relativas a este imperio, por lo que también aquí el interprete debe tener cuidado para poder distinguir los aspectos pasados ya cumplidos de los futuros aún por cumplirse en los últimos tiempos.
En relación con el imperio Griego y su ya establecida división histórica, como resultado de la súbita muerte de Alejandro el Grande en la plenitud de sus fuerzas, entre sus cuatro generales: Casandro, Lisímaco, Seleuco y Tolomeo, representados por las cuatro cabezas del leopardo, Daniel nos brinda profecías predictivas cada vez más detalladas a partir del capítulo 8 de su libro con la visión del carnero con un cuerno más largo que el otro, siendo el más largo el que había crecido de manera más reciente (representando el más largo a Persia y el más corto a Media); y el macho cabrío de un solo gran cuerno, pues el carnero representa a los Medos y los Persas, y el macho cabrío a la Grecia de Alejandro el Grande, cuyo gran cuerno se rompe y da origen a cuatro cuernos que representan, una vez más, a los cuatro generales de Alejandro entre los que se dividió su imperio.
Es en el contexto del dominio del Medio Oriente ejercido por los cuatro generales de Alejando que heredaron su vasto imperio, que la figura escatológica del anticristo comienza a anunciarse a través de una de sus prefiguraciones históricas más emblemáticas, el rey seleúcida (es decir, de la parte del imperio griego asignada al general Seleuco, al norte de Israel) Antioco Epífanes, que invadió Israel y le impuso la cultura griega o helénica a la fuerza, y llegó a profanar el templo ofreciendo en sacrificio a un cerdo dentro de él en clara provocación y desafío a los escrúpulos religiosos judíos que veían esto como un ofensivo e inaceptable sacrilegio que fue el detonante para la rebelión de los Macabeos contra el poder seleúcida en el periodo comprendido entre los dos testamentos. Sin embargo, no todas las predicciones que Daniel hace sobre él, se cumplen en Antíoco Epífanes, por lo que hay algunas de ellas reservadas para el anticristo en los últimos tiempos, que se hallan en los versículos finales del capítulo 11 de su libro.
Justamente, uno de los capítulos de profecía predictiva más detallada que encontramos en el Antiguo Testamento es el capítulo 11 de Daniel que predice con asombroso detalle los conflictos y enfrentamientos entre los reyes del norte de Israel, es decir los seleúcidas, y los reyes del sur, es decir los ptolomeos en Egipto. Las predicciones son tan detalladas y se cumplieron de ese modo en la historia, que es fundamentalmente por esta causa que los eruditos liberales de la alta crítica, resistentes a los milagros y a todo lo sobrenatural en la Biblia, afirman que el libro de Daniel no pudo escribirse en el siglo VI a. C., sino en el siglo II a. C., cuando su redactor (que no sería, entonces, Daniel) no está, entonces, prediciendo nada, sino registrando lo que serían ya hechos cumplidos y conocidos de la historia. El prejuicio y el sesgo naturalista de estos eruditos se deja aquí ver de nuevo al negarle al libro de Daniel la autoría del profeta y la antigüedad que siempre se le ha asignado y contra la cual no hay ningún argumento concluyente en contra.
Este es el panorama general en cuanto a las profecías predictivas ya cumplidas en el pasado relativas a los grandes poderes e imperios de la antigüedad con los que estuvieron relacionados los israelitas para bien y para mal. Pero hay una profecía predictiva extensa en Isaías 23 y Ezequiel 26:4-5, 14 y todo el capítulo 27 y 28 que no concierne a estos imperios, sino a la ciudad fenicia de Tiro que vale la pena considerar de manera particular, en especial, porque la ciudad de Tiro estaba en su máximo esplendor histórico cuando se pronunció la predicción sobre ella, al punto que James Kennedy nos informa que Tiro era para el mar lo que Babilonia era para la tierra en términos de comercio y riqueza. En segundo lugar, merece también consideración porque un significativo número de historiadores niegan el cumplimiento pleno de la predicción profética pronunciada contra ella y también porque los términos poéticos hiperbólicos de la profecía en el capítulo 28 del libro de Ezequiel, dirigidos contra el rey de Tiro, son muy elevados en un significativo número de casos como para referirse a un ser humano meramente, por exaltado que pueda ser, por lo que en ellos la teología judía y la cristiana han visto también una referencia a la caída de Satanás, quien se hallaría detrás de los pecados de los que rey de Tiro era culpable.
La dificultad para comprobar el cumplimiento de los términos de la predicción sobre Tiro radica en que esta ciudad estuvo levantada sobre dos asentamientos diferentes y separados el uno del otro: uno, la ciudad marítima de Tiro en la costa oriental del mar Mediterráneo al norte de Israel y otra, la ciudad insular situada más al occidente en una isla que se hallaba ya en el mar más allá de la costa, protegida, entonces, por un estrecho de mar entre la isla y el continente. Las discusiones radican, entonces, sobre si Nabucodonosor logró conquistar las dos ciudades y saquearlas luego del asedio de trece años al que la sometió, o solo logró reducir la Tiro marítima, pero se tendría que retirar frustrado, incapaz de conquistar finalmente la Tiro insular que habría logrado, entonces, resistir el asedio.
Y puesto que la profecía afirma que la ciudad nunca más volvería a ser reconstruida ni habitada, los historiadores afirman, con razón, que esto no se cumplió con el asedio de Nabucodonosor. Ciertamente, Nabucodonor asestó un golpe mortal al esplendor de Tiro con su asedio de 13 años y la toma final. Porque la historia deja constancia de que finalmente, los muros de la ciudad se derrumbaron y las huestes del ejército Babilonio entraron en la ciudad y mataron al resto de sus habitantes a filo de espada. Millares de ellos, sin embargo, tuvieron tiempo a lo largo del extenso asedio para huir mar adentro en embarcaciones a las islas que se hallaban alrededor de la ciudad de Tiro insular con los tesoros de la ciudad marítima, por lo que con Nabucodonosor la profecía sólo se habría cumplido en parte y no obtuvo el botín esperado a su esfuerzo, como lo afirmó también Ezequiel 29:18
Sin embargo, 250 años después Alejandro el Grande, en su campaña contra los persas, conquistó las ciudades portuarias del oriente del Mediterráneo y al llegar a la aparentemente inexpugnable Tiro insular concibió, en palabras de James Kennedy: “el más osado y atrevido plan de toda la historia de la guerra: construirían una calzada a través de casi un kilómetro del mar Mediterráneo, hasta la isla en que estaba la nueva Tiro. ¿Dónde hallarían los materiales para semejante calzada? El gran rey dio la orden: ‘Derribad los muros de Tiro, tomad las maderas y las piedras, los escombros y los leños, echadlos al mar.’ Así el gran ejército de Alejandro obedientemente comenzó a cumplir la palabra de Dios” y al fin la ciudad insular fue sitiada, destruida y arrasada en el corto lapso de siete meses.
Carl Friedrich Keil hace referencia también a estos acontecimientos diciendo: “Podemos afirmar que no hay duda de que Tiro cayó en manos de los caldeos [es decir, el imperio babilónico de Nabucodonosor], pero la profecía no se cumplió entonces al pie de la letra, pues Tiro no se convirtió en una «roca pelada» sobre la que extendieran sus redes los pescadores, como afirma la amenaza de Ez 26:4-5, 14. Aunque Nabucodonosor rompió las murallas, y dejo que la misma ciudad se convirtiera en cierto sentido en ruinas, él no la destruyó totalmente. Por el contrario, 250 años más tarde vemos que Tiro sigue siendo una espléndida y poderosa ciudad real, tan fortificada que Alejandro Magno solo fue capaz de conquistarla tras siete meses de asedio, tras un extraordinario ataque por parte de la armada y del ejército, a través de un dique de tierra construido con gran dificultad hasta la isla… Pero aun después de esta catástrofe la ciudad volvió a convertirse en un emporio comercial bajo el mando de los seleúcidas y después de los romanos, que la hicieron capital de Fenicia”.
Con todo y ello. “… nunca recobró su grandeza antigua. En los primeros siglos de la era cristiana, Tiro aparece como sede arzobispal. Del 536 al 1125 estuvo bajo el poder de los sarracenos, y se hallaba tan bien fortificada que ellos tardaron varios meses en tomarla… Saladino, el conquistador de Palestina, no pudo tomar Tiro en el año 1189. Pero después que Acre fue tomada al asalto el año 1291 por el Sultán El-Ashraf, el mismo día siguiente tomó Tiro sin resistencia. Los habitantes de la ciudad huyeron de noche por mar, para no caer en manos de esos soldados sedientos de sangre… Entonces, al caer en manos de los sarracenos, sus fortificaciones fueron demolidas, y desde entones Tiro no se ha levantado de sus ruinas”.
La conclusión de Carl Friedrich Keil es, entonces, que: “De esa forma se ha cumplido plenamente la profecía de Ezequiel, pero no por obra directa de Nabucodonosor, pues la profecía no es una descripción desnuda de detalles históricos, sino que está llena de la idea del juicio de Dios. Para el profeta, Nabucodonosor fue el instrumento de la justicia punitiva de Dios, y Tiro el representante del comercio impío de este mundo. Por eso… la acción de Nabucodonosor es mucho más que un hecho aislado en la visión del profeta. En su conquista de la ciudad, Ezequiel descubre y representa de forma concentrada la totalidad de la ruina de la ciudad, que la historia ha ido realizando a través de una larga cadena. La caída del poder de Tiro por Nabucodonosor se encuentra vinculada a su juicio con su total destrucción”. John Barton Payne lo dice manera más escueta: “Aunque reconstruida en el 314, Tiro se hundió a la posición de una pobre aldea de pescadores tras su conquista por los árabes en el 1291 d. C.”. Alrededor de 1988 James Kennedy escribió lo siguiente al respecto: “Un miembro de mi iglesia visitó recientemente el sitio de la antigua ciudad de Tiro y regresó con fotografías de la que fue la nueva ciudad de Tiro. En las fotografías se ven redes tendidas sobre la roca lisa que una vez había sido la orgullosa ciudad de Tiro”.
Este análisis más particular y pormenorizado también podría hacerse sobre muchos otros pueblos y ciudades que fueron objeto de las profecías predictivas dadas por los profetas del Antiguo Testamento y el resultado no deja de ser asombroso y fascinante para quienes tienen la paciencia y el interés para adentrarse en los vericuetos e intríngulis de la historia en cuanto al cumplimiento detallado de estas profecías. Pero dado que estos últimos son una minoría y a que esta conferencia no quiere llegar a ser más densa y extensa de lo acostumbrado, el tratamiento más generalizado que hemos emprendido aquí es suficiente para establecer el punto mencionado el comienzo en cuanto a la utilidad de las profecías predictivas en la labor de la defensa de la fe que la apologética cristiana ha emprendido a lo largo de la historia.
Y así como las investigaciones arqueológicas confirman de manera sustancial la veracidad de las narraciones del Antiguo Testamento, también las profecías predictivas ya cumplidas refuerzan el caso a favor de la veracidad del cristianismo en cuanto a su sobrenatural procedencia (pues las profecías cumplidas manifiestan un poder y conocimiento sobrenatural y milagroso) y la confiablidad del evangelio a la hora de ser acogido y aceptado por quienes escuchan la proclamación cristiana. Y otro tanto también puede emprenderse con mucha mayor aceptación por parte de los legos en el estudio de la historia alrededor de las profecías mesiánicas ya cumplidas en Cristo, pero este será otro tema pendiente para una conferencia más adelante. Por lo pronto, tenemos aquí evidencia adicional a favor de la decisión de fe que hemos tomado los creyentes en Cristo, que cuenta con un solvente fundamento objetivo para justificarla desde toda la variedad de las ciencias bíblicas hasta ahora consideradas en estas conferencias.
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