fbpx
Conferencias

La arqueología 2

¿Corrobora o refuta el Nuevo Testamento?

Continuando con el tema de la arqueología al que dedicamos una conferencia un par de meses atrás enfocada en el Antiguo Testamento, corresponde ahora el turno de enfocarla en el Nuevo y ver cuál es el resultado de este enfoque en cuanto al establecimiento de la veracidad del cristianismo. De manera muy significativa, a pesar del carácter comparativamente fugaz de la vida de Cristo de tan solo poco más o menos 33 años o de cerca de 90 años si extendemos este lapso también a la iglesia apostólica primitiva del siglo I tal como se recoge en los escritos del Nuevo Testamento; cuando lo contrastamos con los poco más o menos tres o cuatro milenios cubiertos por el Antiguo Testamento, descubrimos un cúmulo sorprendentemente desproporcionado de información documental y arqueológica que aportan gran luz corroborativa a la historia de Jesús y del nacimiento del cristianismo. La información documental alrededor de la vida y, en especial, del ministerio de Cristo ꟷo lo que se conoce técnicamente como “el Jesús histórico”ꟷ es tan amplia que amerita un tratamiento exclusivo para considerarla de un modo sistemático y con el mínimo de detalle requerido, por lo que en esta conferencia tocaremos tan sólo de manera puntual lo relativo a su muerte y sepultura y lo que tiene que ver con la corroboración arqueológica del contexto histórico en el que se desenvolvió su vida, así como la de la iglesia primitiva.

En efecto, entre los hallazgos que la arqueología ha hecho alrededor de este contexto se encuentran los relativos a la muerte y sepultura de Cristo que encajan muy bien con los más recientes descubrimientos arqueológicos alrededor de la pena de muerte por crucifixión bajo el imperio romano y el tratamiento que podían recibir las víctimas de esta sentencia, que coinciden muy bien en sus detalles con los relatos evangélicos alrededor de estos eventos, incluyendo el hecho de que se ha establecido que, sin perjuicio del tratamiento general que los romanos hacían de los cuerpos de los malhechores y subversivos crucificados arrojándolos a fosas comunes o dejándolos incluso clavados en la cruz para que fueran devorados por las aves de rapiña, también se ha confirmado que en ciertas ocasiones, las autoridades romanas autorizaban que el cuerpo recibiera sepultura como lo cuentan los evangelios.

En relación con este mismo asunto y las prácticas funerarias de los judíos del primer siglo, en una zona a unos tres kilómetros del monte del templo se encontró una cámara sepulcral del siglo I d. C. que resultó ser nada más y nada menos que la tumba de Caifás, el sumo sacerdote que junto con su suegro Anás, dirigía en ese entonces, según los evangelios, el sanedrín judío que condenó a muerte a Cristo y le pidió al procurador romano Poncio Pilato que lo crucificara, coincidiendo bien la inscripción en uno de los osarios encontrados con la designación que el historiador judío Flavio Josefo hace de él en sus escritos, identificándolo como “José, a quien llamaban Caifás”. En la misma línea, en Cesarea Marítima se descubrió una inscripción conmemorativa que confirmó que Pilato había sido la autoridad romana de la región en la época en que Jesús fue crucificado, como lo recogen los evangelios y los primeros credos cristianos. Si bien la evidencia documental de escritores judíos como Filón y Flavio Josefo también establecen la existencia de Pilato como gobernador de Judea entre los años 26 y 36 d. C., está inscripción de la cual existe una copia exacta que los turistas y peregrinos pueden ver por sí mismos en el lugar, es un testimonio contemporáneo más a favor de esto y la única inscripción lítica (en piedra) con su nombre y su cargo. De hecho, como nos lo informa Jeffery L. Sheler: “La evidencia extrabíblica ha confirmado que, el hombre descrito en los evangelios como el procurador romano en Judea, ejercía exactamente las responsabilidades y la autoridad que los autores de los evangelios le atribuyeron”.

En cuanto a los lugares mencionados en los evangelios, vale la pena destacar como abrebocas el estanque de Betesda del cual no había referencia en ningún texto extra bíblico, sino únicamente en el evangelio de Juan, por lo que muchos dudaban de su veracidad, hasta que los arqueólogos lo descubrieron exactamente donde Juan lo ubicó y con las características exactas descritas por el evangelista, como lo puede también comprobar desde entonces cualquier peregrino en Jerusalén en las excavaciones hechas alrededor de él que lo han dejado al descubierto. Que este estanque estaba dedicado a la sanidad de los enfermos también lo dan a entender los restos arqueológicos que indican que los romanos también buscaron la curación allí después de apoderarse de Jerusalén en aproximadamente el 135 d. C. De hecho, parece ser un lugar tan familiar para los judíos de Jerusalén en el primer siglo, que los esenios, secta ascética judía del desierto, lo mencionan en el llamado “Rollo de Cobre” hallado entre los rollos de Qumrán asociados a esta secta, descubiertos en 1947 y considerados el descubrimiento arqueológico más importante del siglo.

En cuanto a los lugares más venerados por los cristianos, sobresalen, por razones obvias, el lugar de nacimiento y sepultura del Señor Jesucristo. Los peregrinos que visitan la tierra santa, en especial los de extracción evangélica con su actitud crítica hacia la parafernalia del catolicismo y su rechazo al culto a las reliquias, se pueden sentir descorazonados y hasta defraudados al constatar la construcción sobre los lugares señalados por la tradición como aquellos en los que tuvieron lugar estos dos acontecimientos cruciales, de sendas iglesias: la Iglesia de la natividad y la Iglesia del santo sepulcro que, ciertamente, distan mucho de la apariencia que uno desearía poder observar de estos dos lugares tal y como se describen en los evangelios. Además, la arqueología también deplora la construcción sucesiva en estos dos lugares de tantas construcciones diferentes a lo largo de la historia que entorpecen la labor del arqueólogo y hacen más difícil determinar si estos fueron, en efecto, los sitios auténticos en que nació y fue sepultado el Señor.

Sin embargo, la evidencia documental desde el punto de vista histórico parece confirmar que, a pesar de la evidente manipulación y contaminación de estos lugares a los que ha sido sometida por el paganismo romano, la cristiandad y el islam sucesiva y alternadamente, en especial por parte de las ramas católicas y ortodoxas que son las que custodian casi la totalidad de estos lugares, estos cuentan de todos modos con una gran probabilidad de ser los lugares correctos en que tuvieron lugar estos hechos. Así, si bien estamos lejos de disponer de una evidencia física concluyente a favor de la veracidad de esta ubicación, existen sin embargo razones históricas y documentales de peso para creer que las antiguas tradiciones son correctas en relación con ambos lugares. Para afirmar lo anterior se parte del hecho incuestionable de que los cristianos habrían atesorado en su memoria desde el primer siglo datos tan significativos para su fe. Y si bien sólo hasta el siglo IV a. C. estas tradiciones se concretaron en la construcción de iglesias para conmemorar estos acontecimientos a instancias de Constantino y su madre Elena, es claro que ni el emperador ni su madre lo hicieron de manera arbitraria ni mucho menos, sino indagando acerca de los sitios que la tradición cristiana identificaba desde el siglo primero al respecto.

Es decir que Constantino no fue quien “descubrió” supuestamente el lugar de la sepultura de Cristo, sino simplemente quien procedió a destacarlo y honrarlo como él lo creyó más adecuado en su momento, con la construcción de una iglesia en el año 326 d. C. Por su parte, su madre la reina Elena, como nos lo informa la Biblia de Estudio Arqueológica: “viajó a las provincias del este y pasó bastante tiempo recorriendo la Tierra Santa. Bajo el patrocinio imperial ella dedicó dos iglesias importantes: la Basílica de la Natividad en Belén, para marcar la cueva donde se creía que había nacido Cristo, y la Iglesia de la Ascensión en el monte de los Olivos para indicar el sitio de su ascensión”. De hecho, los escritos del primer historiador cristiano reconocido, el obispo Eusebio de Cesarea, muestran claramente que en aquel momento ya estaba consolidada la tradición que identificaba el lugar con la tumba de Jesús.

Las evidencias documentales a favor de la confiabilidad de las construcciones de Constantino sobre los lugares correctos tienen que ver, en lo concerniente a la Iglesia del santo sepulcro, con el hecho de que en la última revuelta de los judíos contra el imperio romano entre los años 132 al 135 d. C., en cabeza del emperador Adriano para ese entonces, éste último, luego de sofocarla definitivamente, no solo arrasó a Jerusalén por segunda vez (como lo había hecho su antecesor, el emperador Tito y su hijo Vespasiano en el año 70 d. C.), sino que construyó sobre sus ruinas la ciudad romana Aelia Capitolina y prohibió el ingreso de los judíos. Y en el lugar donde doscientos años más tarde Constantino construiría la Iglesia del santo sepulcro, Adriano levantó un templo dedicado a la diosa del amor Venus/Afrodita. Y dado que el modus operandi de este emperador era construir templos paganos en los lugares venerados por judíos y cristianos, es muy verosímil afirmar que Adriano escogió ese lugar para el templo de Venus/Afrodita a sabiendas de que era el sitio venerado por los cristianos lugareños como el lugar de la sepultura del Señor.

Así, como nos lo informa la Biblia de Estudio Arqueológica: “la localización de la Iglesia del Santo Sepulcro se remonta a los tiempos de los primeros cristianos”. Refiriéndose también a la ya aludida construcción del emperador Adriano en este lugar, nos da la siguiente información adicional: “La tradición cristiana local reclamó este lugar como el sitio de la tumba de Jesús y, sorprendentemente, cuando el templo de Adriano fue eliminado [por Constantino, para la construcción de la Iglesia del santo sepulcro], de hecho se descubrió un área de sepulcro debajo de él. Constantino construyó una iglesia en el sitio y ordenó se levantara una pequeña estructura, o ‘edículo’, dentro del edificio para rodear la tumba misma”. Añade un poco después que: “a favor de la autenticidad de este lugar, está el hecho de que hubo una continua presencia cristiana en Jerusalén desde la muerte de Jesús hasta que Constantino descubrió la tumba. La comunidad cristiana sin duda habría venerado el lugar del entierro de Jesús, preservando el recuerdo del lugar de su tumba”.

Un dato adicional tiene que ver con que: “También, el sitio de la iglesia era una vieja cantera durante los tiempos de Jesús, aunque al menos parte de ella fue hecha jardín [coincidiendo con la descripción que hace Juan del lugar]”. Este no es un hecho curioso, sino muy significativo, pues: “El hecho de que el sitio de la Iglesia del Santo Sepulcro haya sido una cantera implica que estaba fuera de las paredes de la ciudad [aunque hoy se encuentre dentro de la ciudad vieja]y “Esto concuerda con el hecho de que Jesús fue crucificado fuera de los muros. Dentro de esta área se descubrieron al menos cuatro tumbas cortadas en la cara oeste de la roca, solo una de ellas corresponde al tipo en la que Jesús fue sepultado”.

Jeffery Sheler aporta más información relacionada con esta evidencia arqueológica: “Entre 1961 y 1981 se llevaron a cabo obras de restauración, y durante este tiempo se llevaron a cabo sondeos y excavaciones debajo de la iglesia. Además de confirmar la existencia de una antigua cantera de piedra caliza debajo de la iglesia, los trabajos realizados permitieron desenterrar varias tumbas labradas en la roca… Otro hecho significativo fue el hallazgo arqueológico, a fines de los años sesenta, de una parte del muro de la ciudad… construido por Herodes Agripa entre los años 41 y 44 d. C., unos diez o quince años después de la crucifixión de Jesús. Este muro llevó los límites de la ciudad más allá del sepulcro, y su descubrimiento proporcionó pruebas concluyentes de que el lugar donde Jesús murió y fue sepultado, después de su crucifixión, estaba «fuera de la puerta», como atestiguan el evangelio de Juan y la carta a los Hebreos”. Es decir que, aunque hoy la tumba de Cristo esté dentro de la ciudad, en su momento estaba fuera de la ciudad y no llegó a estar dentro de la ciudad sino con posterioridad, a partir del año 44 d. C.

En cuanto al edículo construido por Constantino que los peregrinos pueden ver hoy allí, la Biblia de Estudio Arqueológica aclara: “El edículo fue destruido en 1009 por el califa egipcio al-Hakim Bi-Amr Allah… El edículo reconstruido ha sufrido daño y descuido con el pasar de los siglos, de manera que hoy es una mescolanza de reconstrucciones y reparaciones”. En la misma línea Sheler también llama así la atención a este edículo construido originalmente por Constantino: “El elaborado edículo de mármol, que ahora se encuentra dentro de la rotonda, es la cuarta versión de la tumba. No se sabe exactamente qué parte o partes de la cueva sepulcral original… permanecen ocultas dentro de esta estructura de piedra pulida color miel… Sin embargo, un arqueólogo británico, que recientemente culminó una investigación de diez años en el sitio, cree que gran parte de la tumba permanece intacta. Martin Biddle, un catedrático e investigador de la Universidad de Hertford, Oxford, utilizó un proceso llamado ‘fotogrametría’… para estudiar el edículo. El investigador sostiene que si se pudiera quitar la cubierta exterior, quedarían al descubierto otras tres capas de material de construcción y adornos que se remontan a la época de Constantino. Más abajo, dice Biddle, «estamos seguros de que se encuentran restos significativos de un sepulcro tallado en una roca, que tiene la altura superior de un hombre». Se espera que dentro de unos pocos años se pueda llevar a cabo la restauración del edículo, dice Biddle. Esto les daría a los expertos la posibilidad de ver la verdadera tumba por primera vez en doscientos años”.

Sea como fuere y a pesar de que, como lo dice la Biblia de Estudio Arqueológica: “la absoluta seguridad es imposible, la evidencia apunta a que la Iglesia del Santo Sepulcro es el sitio verdadero de la tumba de Jesús”. Algo que también ratifica Sheler: “La mayoría de los expertos cree que la evidencia literaria y arqueológica permite tener un sólido argumento, en defensa de la credibilidad de la tradición, que identifica a la Iglesia del Santo Sepulcro como el lugar donde Jesús fue sepultado. Dan Bahat, un arqueólogo israelita opina: «Quizás no estemos completamente seguros de que la tumba de Jesús se encuentre allí, donde está el Santo Sepulcro; pero si podemos informar que es el lugar más indicado para tal adjudicación; y, por otra parte, no tenemos ninguna razón para impugnar la validez de este sitio»”.

¿Qué decir, entonces, del Jardín de Gordon o la llamada Tumba del Jardín que también se disputa ser el lugar correcto de la sepultura de Cristo, visitada también masivamente por los peregrinos desde que fue postulada como tal por Charles G. Gordon, general británico, cuando visitaba Jerusalén en el año 1883? Por más que para los cristianos evangélicos pueda ser más llamativo y atractivo por evocar con su apariencia la descripción bíblica de la sepultura, despojado en gran medida de la parafernalia artificial que rodea a las iglesias construidas en los lugares tradicionales del nacimiento y sepultura del Señor, lo cierto es que, como nos lo informa la Biblia de Estudio Arqueológica: “La Tumba del Jardín, sin embargo, no cuenta con una tradición antigua auténtica que esté asociada con esto. Se sugirió como el lugar de entierro de Jesús después de que el renombrado héroe militar británico Charles Gordon… sugirió que el Calvario podría estar localizado en una colina cercana. Su identificación se basó en una interpretación imaginativa de la Antigua Israel la cual poseía la forma de un esqueleto con el cráneo (i. e. el Gólgota) ubicado en la colina norte de la puerta de Damasco. Esto condujo a la identificación de una tumba en el lado oeste de la colina como el lugar de entierro de Jesús, una vez referido como la tumba de Gordon. Sin embargo, investigaciones modernas de la Tumba del Jardín y otras en los alrededores, indican que ellas fueron parte de un cementerio que data del periodo de la monarquía dividida [es decir, mucho más antigua] en lugar que del primer siglo d. C.”.

Con esto coincide Sheler: “… mientras exploraba la tumba, Gordon vio una piedra que asomaba del suelo, y su forma semejante a la de un cráneo humano le recordó al Gólgota de la Biblia. Dedujo que este, y no el Santo Sepulcro, debía ser el sitio exacto donde Jesús había sido crucificado y enterrado”. Además, puesto que esta tumba sí se hallaba fuera de la ciudad vieja y no, como el Santo Sepulcro, al que todavía se consideraba por entonces como un lugar dentro de la ciudad vieja (pues aún no se sabía de la ampliación de las murallas de la ciudad llevada a cabo por Herodes Agripa en el 44 d. C.), a Gordon le pareció una conclusión lógica que concordaba más con la descripción bíblica. Pero Sheler también sigue diciéndonos: “Sin embargo, no existe evidencia arqueológica que respalde la autenticidad de la tumba hallada por Gordon”. Por el contrario: “Excavaciones posteriores han datado el sitio y otras tumbas próximas en el siglo séptimo u octavo a. C., lo cual contradice el detalle del evangelio de Juan acerca de que Jesús fue puesto «en un sepulcro nuevo en el que todavía no se había sepultado a nadie» (Juan 19:41)”.

Por otra parte, al margen de la discusión de los exégetas alrededor del hecho de si Jesús nació en el pesebre, o fue colocado en él inmediatamente después de su nacimiento en un humilde hogar campesino ꟷdiscusión exegética que omitiremos por no tener que ver directamente con la arqueología y la historiaꟷ, en lo relativo a la Iglesia de la natividad construida en lo que se considera la ubicación del pesebre, si bien cuenta con menor respaldo arqueológico que el lugar tradicional de su sepultura en la Iglesia del santo sepulcro, también cuenta a su favor con tradiciones confiables, pues ya antes de que Constantino y su madre Elena construyeran allí la Iglesia de la natividad, hay tradiciones tempranas que confirman esta ubicación. La primera de ellas la encontramos dos siglos antes, a mediados del siglo II, en los escritos de Justino Mártir, quien habla de una gruta o cueva asociada al pesebre en el que Jesús fue colocado luego de nacer, según el evangelio de Lucas.

Aunque por lo general en esta época el establo se encontraba en la primera planta de la casa del propietario, A. Lockward nos informa también al respecto: “A veces los pastores guardaban sus rebaños en cuevas cercanas a la casa y el pesebre era hecho con incrustaciones o excavaciones en la pared”. No sería, pues, extraño que una cueva o gruta de Belén se utilizara como establo o pesebre, por lo que la alusión a la gruta sería también una alusión al pesebre o establo de animales que coincidiría con la tradición que identifica la gruta de la Iglesia de la natividad con el lugar en el que Jesús fue colocado luego de su nacimiento. Un siglo después también Orígenes de Alejandría, quien visitó Palestina en varias oportunidades, escribió: «Está señalada en Belén la cueva donde [Jesús] nació», como un hecho cierto y claramente establecido.

La Biblia de Estudio Arqueológica nos notifica, además, que: “En una parte de esta cueva, Jerónimo, un erudito en latín, pasó treinta años traduciendo la Biblia al latín”, en clara alusión a la Vulgata latina, la Biblia oficial de la iglesia de Roma durante más de un milenio. Y de nuevo aquí, en conexión con este mismo Jerónimo, el emperador Adriano juega un papel providencial para confirmar esta ubicación, pues, como lo informa Sheler: “en el siglo cuarto, los escritos de San Jerónimo y San Paulino de Nola señalaron que el emperador Adriano había profanado la gruta de la natividad intencionalmente durante el siglo segundo, y había plantado, en ese mismo lugar, un bosquecillo dedicado a Adonis, el amante de Venus/Afrodita, cuyo templo había sido levantado por Adriano en Jerusalén, en el lugar donde estaba la tumba de Jesús. Si sus recuerdos son correctos, la identificación de la cueva de Belén se remonta a una época anterior a Adriano, quizás hasta el siglo primero”, puntualizando, sin embargo, de manera final que: “Pero la gruta en sí continua fuera del alcance de la investigación arqueológica, oculta bajo placas de mármol y decorados religiosos”.

Dejando de lado los lugares de nacimiento y sepultura del Señor, Sheler añade luego: “En todo el territorio del actual estado de Israel y en Cisjordania, existen numerosos lugares que reivindican dudosas tradiciones relativas a Jesús”. Entre ellos podemos destacar el pozo de Jacob en el que Jesús se encontró con la mujer samaritana, del cual el suplemento arqueológico de la Biblia Thompson dice: “es uno de los lugares más auténticos de todas las tierras bíblicas”. Y en relación con el diálogo del Señor llevado a cabo allí con la mujer samaritana y la declaración que ella hace en el sentido que: “nuestros antepasados adoraron en este monte…” (Juan 4:20) en alusión al templo samaritano en el monte Gerizim, destruido por el sacerdote y rey Juan Hircano de la familia judía y sacerdotal de los macabeos en el 128 a. C. ꟷpunto culminante de la hostilidad entre judíos y samaritanosꟷ, sobre cuyos restos el emperador Adriano, fiel a su modus operandi, construyó otro templo para Zeus en el siglo II d. C., y posteriormente el emperador cristiano Justiniano construyó una iglesia en el siglo VI d.C. que fue destruida por los árabes un siglo después; la Biblia de Estudio Arqueológica nos dice: “Los arqueólogos han descubierto restos de la iglesia de Justiniano, del templo de Adriano, y del templo que destruyó Juan Hircano”.

La ciudad de Corazín condenada por Jesús por su falta de arrepentimiento también se ha identificado con el bien conocido parque arqueológico Khirbet Karaze, cinco kilómetros al norte del Mar de Galilea. También en Galilea, Caná, el lugar de las famosas bodas donde el Señor hizo su primer milagro, transformando el agua en vino, se identificó inicialmente con Kefr Kenna, seis kilómetros al noreste de Jerusalén, que cumplía todos los requisitos para reclamar ser el lugar en cuestión. Aunque recientemente se ha ubicado con mayor seguridad en Khirbet Kana, doce kilómetros al norte de Jerusalén. Pero tal vez la ciudad de los evangelios más abundantemente atestiguada por la arqueología en sus detalles es Capernaúm, en donde se halla un imponente complejo arqueológico conocido como Tell Hum, visitado continuamente por los peregrinos. Allí se encuentran las ruinas de una magnífica sinagoga de piedra caliza del periodo bizantino y, debajo de ella, una de roca basáltica del siglo primero en la que muy probablemente Jesús enseñó y realizó, al menos, un milagro. Esta sinagoga, además, según Lucas 7:5, fue construida bajo el auspicio de un centurión romano que amaba al pueblo de Israel. Y muy cerca de allí se encuentra incluso la que, con mucha probabilidad, fue la casa del apóstol Pedro con todas las características de haber sido transformada desde el primer siglo en una “casa iglesia”, como lo afirman peregrinos cristianos desde el siglo IV d. C.

El enlosado de Gabatá o pavimento de piedra cerca de la puerta de Jafa en donde Jesús compareció ante Pilato, según Juan 19:13 “… al que llamaban el Empedrado (que en arameo se dice Gabatá)” también ha sido excavado en parte en la torre Antonia, residencia probable del gobernador, en el ángulo noroccidental de la explanada del Templo. Allí se puede apreciar que el terreno se eleva efectivamente (en arameo Gabatá significa «estar elevado, ser alto») y en ese punto estaría colocado el tribunal, delante del pretorio o palacio de gobierno. Podríamos seguir enumerando, además del estanque de Betesda, el estanque de Siloé, mencionado tanto en el Antiguo Testamento en relación con el acueducto del rey Ezequías ꟷun logro extraordinario de la ingeniería antigua que aún hoy en día funcionaꟷ como en el evangelio en relación con la curación de un ciego a quien Jesús envió a lavarse allí, cuya ubicación está claramente establecida y existe todavía.

Incluso detalles aparentemente triviales de los relatos de los evangelios y del libro de los Hechos de los apóstoles han sido confirmados. Sheler da cuenta de uno de ellos: “El evangelio de Marcos (Marcos 14:3), por ejemplo, cuenta que en una ocasión una mujer rompió un frasco de alabastro, y derramó un perfume muy costoso sobre la cabeza de Jesús. La descripción de la escena deja al lector perplejo, dado que el alabastro es tan duro, que romper un recipiente de ese material equivaldría a partir una roca. Pero la evidencia arqueológica y literaria ha revelado que, en algún momento, durante la época helenística ꟷdesde fines del siglo cuarto hasta el final del siglo primero a. C.ꟷ los frascos de alabastro fueron reemplazados por envases de vidrio en los que se conservaban los perfumes costosos, aunque la gente seguía llamándolos «alabastros». Para abrir estos envases de vidrio sellados era necesario romperlos. De modo que no hay duda de que el autor de Marcos estaba en lo cierto cuando escribió que la mujer había roto el frasco para abrirlo”.

Este tipo de detalles también los encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las epístolas, detalles que confirman, en primer lugar, que la investigación llevada a cabo por Lucas para escribir su evangelio y el libro de los Hechos, de la que deja constancia expresa en el inicio de estos dos libros del Nuevo Testamento, fue muy cuidadosa y rigurosa y que quienes cuestionaron su exactitud como historiador han tenido que tragarse sus palabras a raíz de los hallazgos arqueológicos alrededor de su relato y la precisión que refleja, haciendo finalmente de Lucas una de las fuentes más confiables para los investigadores, historiadores y arqueólogos de hoy. Entre estas podemos mencionar en Hechos 17:6, siguiendo a la Biblia de Estudio Arqueológica: “El término griego ‘politarch’ (lit. «gobernante de la ciudad»), traducido aquí y en el versículo 8 como «autoridades de la ciudad», no aparece en alguna otra obra de la literatura griega, pero se descubrió en 1835, inscrito en un arco extendido sobre la vía Egnatia al oeste de Tesalónica… Desde entonces el término de ha descubierto en otras 16 inscripciones en las ciudades circundantes de Macedonia y en otros lugares”.

En relación con el personaje de nombre “Erasto”, mencionado en Hechos 19:22, en 2 Timoteo 4:20 y especialmente en Romanos 16:23 ꟷéstas dos últimas menciones por cuenta del apóstol Pablo y no de Lucasꟷ; si se trata de la misma persona en los tres casos (pues era un nombre relativamente común) y en relación con la mención que se hace de él en Romanos como “el tesorero de la ciudad”; de nuevo la Biblia de Estudio Arqueológica da cuenta de que: “Arqueólogos han descubierto, en Corinto, en el pavimento de una calle un bloque de piedra con la inscripción latina: «Erasto, comisionado de obras públicas, corrió con los gastos de este pavimento»… Esto podría referirse al Erasto mencionado aquí. De ser así, esta es la primera referencia de un cristiano por nombre fuera del Nuevo Testamento”. También la mención que Lucas hace de Galión como procónsul de Acaya en Hechos 18:12 cobra importancia. Este Galión fue hermano del filósofo Séneca, tutor de Nerón y uno de los máximos exponentes de la filosofía estoica tardía. Pero la importancia de Galión radica en que, gracias a una inscripción descubierta en Delfos, se puede fechar con exactitud la estadía de Pablo en Corinto durante 18 meses, que coincide casi exactamente con el periodo de dos años (del 51 al 52 d. C.) en el que Galión fue, en efecto, procónsul de Acaya.

Esta es únicamente una muestra de los hallazgos arqueológicos alrededor del Nuevo Testamento que validan y brindan más fuerza a la autenticidad y veracidad de los relatos evangélicos y de la iglesia apostólica que dista de ser una enumeración exhaustiva y detallada de ellos. Pero, así como Juan dijo al final de su evangelio que: “Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que la creer en su nombre tengan vida” (Juan 20:30-31), asimismo podríamos decir de esta selección de descubrimientos arqueológicos que confirman el Nuevo Testamento y pueden ayudar también a este mismo propósito. Como concluye Sheler: “La arqueología del Nuevo Testamento pinta un cuadro muy vívido del apasionante inicio de la era cristiana. Aunque no es posible precisar las huellas de Jesús en los registros arqueológicos, la abundancia de datos concretos confirma claramente el contexto histórico de los evangelios, y da sustancia a muchas tradiciones sagradas que ven con esperanza los antiguos sitios y afirman: «¡Por aquí caminó Jesús!»”.  

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

Deja tu comentario

Clic aquí para dejar tu opinión