La profanación ocurre cuando se trata sin el debido respeto algo que se considera sagrado, ya sea porque se utiliza para fines comunes, diferentes o contrarios a los fines más elevados para los que estaba destinado, o porque se trata de manera irreverente y haciendo burla de ello. En las guerras de religión los bandos en disputa suelen ser dados a profanar con alevosía y premeditación los lugares y objetos sagrados del bando contrario, saqueándolos y destruyéndolos, pero la profanación más condenable es el llamado “sacrilegio” que tiene lugar cuando un apóstata trata de este modo los lugares u objetos sagrados cuyo valor conoce muy bien porque él mismo los honró y respetó en el pasado. La institución sacerdotal tenía como uno de sus propósitos en Israel evitar que las ofrendas consagradas a Dios fueran profanadas de algún modo: “»Los sacerdotes cumplirán con mis instrucciones, y así no pecarán ni sufrirán la muerte por haber profanado las ofrendas. Yo soy el Señor, que santifico a los sacerdotes” (Levítico 22:9). Pero más allá de sus aspectos estrictamente religiosos, la profanación más común y extendida es no valorar la vida humana como un reflejo de la vida divina, a cuya imagen y semejanza fue creada, llamada por lo mismo a trascender el entorno físico, material y temporal en el que nos desenvolvemos en este mundo para elevarse en obediencia y adoración a Dios en medio de nuestras luchas y circunstancias cotidianas, de tal modo que honremos y no rebajemos el propósito para el cual fuimos creados, que consiste en que nuestras vidas sean para la alabanza y la gloria de Dios
La profanación más común
"La profanación no tiene lugar únicamente en relación con las cosas consagradas a Dios, sino con la vida misma cuando la rebajamos y degradamos”
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