fbpx
Estudios bíblicos

La oración, ¿hace alguna diferencia?

La oración es un tema difícil, sobre el que se han escrito muchos volúmenes a lo largo de la historia cristiana. Uno de ellos es el libro de Philip Yancey, cuyo título le da nombre también al presente escrito, pues ésta es con seguridad la pregunta más apremiante alrededor de la oración. Tanto, que en la actualidad existe un número creciente de estudios que pretenden responderla desde la ciencia. Estudios en la mayoría bien intencionados y honestos, pero cuyas conclusiones, si bien se inclinan a sostener que la oración sí hace, estadísticamente hablando, una diferencia favorable y significativa en las vidas y circunstancias de las personas, no dejan de ser discutibles por el hecho de intentar someter a Dios, o por lo menos sus actuaciones en la vida de las personas, a las condiciones controladas de laboratorio propias de la ciencia, que no dejan de ser artificiales y alejadas de la realidad cotidiana que enmarca el recurso a la oración por parte del hombre común, sin tener en cuenta, además, la multitud de variables involucradas en cada situación particular y personal objeto de estudio en estos experimentos, que lo único que pueden alcanzar, entonces, son resultados estadísticos objetivos y meramente cuantitativos muy pobres, pues pierden de vista los aspectos cualitativos y subjetivos de la oración, que son tal vez los más relevantes para establecer si la oración hace la diferencia. Y es que las promesas bíblicas relacionadas con la oración no tienen que ver exclusivamente con las respuestas a las peticiones que le formulamos a Dios en el curso de ella. El provecho de la oración tiene más que ver en principio con el beneficio de disfrutar de una comunión estrecha con Dios en la persona de Cristo y la provechosa transformación, más que de nuestras circunstancias inmediatas más o menos favorables; de nuestras actitudes y disposiciones en el día a día. Con todo y ello, la oración también incluye las peticiones que llevamos a Dios en nuestra necesidad, de acuerdo con las invitaciones que Él nos hace para que se las formulemos con toda confianza: »Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá” (Mateo 7:7); »Así que yo les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta” (Lucas 11:9).

Y si bien es cierto que en términos generales Dios promete una respuesta favorable a estas oraciones, como se puede apreciar en los numerosos pasajes de los evangelios que así lo afirman, siendo la fe en Él la condición necesaria explícita o implícita en todas ellas: “Por eso les digo: Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo en oración, y lo obtendrán” (Marcos 11:24); “Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo.Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13-14); “No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre” (Juan 15:16); “En aquel día ya no me preguntarán nada. Ciertamente les aseguro que mi Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa” (Juan 16:23-24); también lo es que Él establece ciertas condiciones que deben cumplirse para obtener la respuesta esperada, comenzando por permanecer en Él y en sus caminos y en la obediencia a sus preceptos, pues: “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá” (Juan 15:7). De manera consecuente, nuestras peticiones deben, pues, procurar alinearse siempre con Su voluntad para nuestras vidas, lo cual nos obliga a indagar en ella e identificar en el proceso los moldes engañosos que el pensamiento del mundo trata de imponernos para que no la descubramos y renovemos nuestra mente a la luz de ella: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Hecho lo anterior: “Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye. Y, si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido” (1 Juan 5:14-15). Así, las promesas de respuesta por parte de Dios no están por encima de su soberanía por la cual Él finalmente hace lo que considere más conveniente para el cumplimiento de Sus buenos propósitos en cada uno de sus hijos, en la convicción de que: “Yo sé que el Señor, nuestro Soberano,  es más grande que todos los dioses. El Señor hace todo lo que quiere en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos sus abismos” (Salmo 135:5-6).

En consecuencia: “El Señor cumplirá en mí su propósito. Tu gran amor, Señor, perdura para siempre; ¡no abandones la obra de tus manos!” (Salmo 138:8). Es por eso que la eficacia que las Escrituras garantizan para la oración del creyente en estos términos: “… oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz” (Santiago 5:16), no significa que todo lo que deseemos lo obtendremos de Dios con sólo pedirlo. Entre otras cosas porque aún las peticiones legítimas que Dios responderá favorablemente en su momento tienen que enfrentar oposición y resistencia espiritual por parte de los enemigos de su causa, como lo comprobó el profeta Daniel: “Entonces me dijo: ‘No tengas miedo, Daniel. Tu petición fue escuchada desde el primer día en que te propusiste ganar entendimiento y humillarte ante tu Dios. En respuesta a ella estoy aquí. Durante veintiún días el príncipe de Persia se me opuso, así que acudió en mi ayuda Miguel, uno de los príncipes de primer rango. Y me quedé allí, con los reyes de Persia. Pero ahora he venido a explicarte lo que va a suceder con tu pueblo en el futuro, pues la visión tiene que ver con el porvenir” (Daniel 10:12-14), por lo que la perseverancia en la oración se hace necesaria: “Alégrense en la esperanza, muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración” (Romanos 12:12); “Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse alerta y perseveren en oración por todos los santos” (Efesios 6:18); “Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento” (Colosenses 4:2); pues únicamente así lograremos vencer esa resistencia de tal manera que la constancia en la oración lleve a feliz término la obra: “Pero es preciso que la perseverancia lleve a feliz término su empeño, para que ustedes sean perfectos, cabales e intachables” (Santiago 1:4 BLPH). Hechas estas matizaciones a las promesas divinas de respuesta a la oración, podemos afirmar que Dios siempre manifiesta la mejor disposición hacia nosotros y no tenemos que forzar su voluntad a nuestro favor, pero por todo lo anterior la perseverancia puede ser en la generalidad de los casos la que marca la diferencia entre una petición respondida y la que no lo es, pues como lo concluyó el propio Señor Jesucristo en la parábola de la viuda que importunaba al juez injusto: “¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles?” (Lucas 18:7).

Acertó, entonces, Gregoy Boyd cuando dijo: “La oración no es magia; es trabajo espiritual… en algunos casos nuestra persistencia podría ser el factor decisivo para determinar que nuestra oración tenga respuesta”. Por último y en conexión con todo esto, debemos estar de acuerdo con Charles White cuando dijo también que: “Algunos de los más grandes dones de Dios son oraciones no contestadas”. Porque, por todo lo ya dicho, las promesas divinas de respuesta a nuestras oraciones no significan que podamos dar por sentadas siempre las respuestas a nuestras oraciones en los términos en que las formulamos. Dicho de otro modo, ni siquiera la perseverancia garantiza la respuesta deseada en todos los casos. No sólo debido a que, como lo dice Santiago: “Y, cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones” (Santiago 4:3), sino a que, por mucho que indaguemos diligentemente en la voluntad de Dios, siempre tendremos una visión reducida de la compleja realidad que nos rodea que nos obliga, a su vez, a aceptar las limitaciones que tenemos para poder comprenderla, o lo que Pablo llamó: “… nuestra debilidad…”, que hace que tengamos que confesar, junto con el apóstol que: “… no sabemos qué pedir…”, razón por la cual es el mismo Espíritu de Dios quien acude a ayudarnos, debiendo interceder por nosotros “… conforme a la voluntad de Dios” (Romanos 8:26), y no conforme a la nuestra, llevándonos a confiar sin reservas en Aquel que: “… puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir…” (Efesios 3:20). Visto así, tal vez los cristianos debamos agradecer a Dios por un buen número de oraciones que, afortunadamente, cuando miramos las cosas de manera retrospectiva y con madurez, nos fueron sabiamente negadas por Dios, para nuestro posterior beneficio y el de los que nos rodean, de conformidad con la promesa final en el sentido que: “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (Romanos 8:28). En conclusión, toda petición que dirijamos a Dios en oración debe subordinarse a su sabia soberanía, como nos enseñó el propio Señor Jesucristo a hacerlo, al cerrar su angustiada y agónica oración en Getsemaní con estas imponderables y sublimes palabras: “«Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya.»” (Lucas 22:42).

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

Deja tu comentario

Clic aquí para dejar tu opinión