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La mujer y el evangelio

¿Condena el cristianismo el feminismo radical?

El tema del feminismo es ineludible en los días en que vivimos. Muchos otros temas de actualidad giran alrededor de él, desde la frivolidad y superficialidad estereotípica de la muñeca “Barbie” ꟷpuesta en evidencia con sorna en la taquillera película del mismo nombre protagonizada por Margot Robbieꟷ, y contra la que las feministas la han emprendido como símbolo de todo aquello que combaten, como se deja ver también en esta película. Y los que no giran alrededor del feminismo, se superponen de todos modos a él o al menos lo tocan de manera tangencial. Comenzando por la trata de personas, justamente llamada hasta hace algún tiempo “trata de blancas”, término que, a pesar de ser demasiado restrictivo y, por lo mismo, incorrecto, muestra, sin embargo, el papel central que la mujer, ocupa en esta problemática ꟷaunque no de manera exclusiva ni mucho menos, pues los niños y niñas han venido a ocupar cada vez más este papel en esta problemática, como lo muestra también la película “Sonido de libertad”ꟷ.

Del mismo modo podríamos mencionar el carácter delictivo que han llegado a adquirir prácticas que hasta no mucho tiempo atrás eran toleradas como secretos a voces, como lo puso en evidencia el movimiento “#me too” en redes sociales, uno de cuyos últimos casos mediáticos lo constituye la renuncia del presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, por el escándalo del beso no consentido a la futbolista Jenni Hermoso tras el triunfo de la selección de España en el Mundial femenino de fútbol. Pero podríamos señalar también otros temas tanto o más delicados y controvertidos como el aborto e incluso las pretensiones de la comunidad LGBTI (y demás siglas que se le añaden cada día) y la ideología de género, comunidad que las feministas instrumentalizaron en un comienzo a favor de su causa, pero que ahora están siendo instrumentalizadas por esta comunidad para su propios propósitos ya no compartidos por todas las ramas del feminismo actual que ha visto como la ideología de género se ha vuelto en su contra de varias maneras.

La bestia negra del feminismo ha sido el patriarcado, institución social a la que se considera sinónimo del nefasto machismo que ha oprimido, explotado y vejado a las mujeres a lo largo de la historia humana al grado de hacer del feminicidio una de las causas principales de muerte para las mujeres en el mundo moderno, en especial en los países en vías de desarrollo, más comúnmente conocidos como del “tercer mundo”, constituyéndose éste en uno de los más emblemáticos “crímenes de odio” presentes en las legislaciones de los países occidentales o bajo la órbita de Occidente. Pero sin dejar de condenar el machismo como una de las funestas consecuencias de la caída en pecado del ser humano, según podemos comprobarlo en la sentencia pronunciada por Dios sobre la mujer en el Génesis: “A la mujer dijo: «Multiplicaré tu sufrimiento en el parto y darás a luz a tus hijos con dolor. Desearás a tu marido, y él te dominará»” (Génesis 3:16); cabe preguntarse si el igualar el machismo con el patriarcado y querer resolver el primero eliminando al último no es un caso más de “vender el sofá”[1].

El feminismo radical se ha aliado, además, con el lenguaje políticamente correcto alrededor del llamado “lenguaje inclusivo”, un verdadero esperpento que, salvo contadas excepciones, es un directo, insufrible e intolerable maltrato al idioma que pretende legitimar expresiones innecesarias que suenan como payasadas o malos chistes en boca de quienes presumen ser muy cultos y progresistas. Pero hablando del lenguaje y las realidades por él evocadas, el feminismo radical ha hecho del “sexismo”, a la par del patriarcado y del machismo, su principal blanco de ataques, tal vez más que los dos primeros. Y si bien es cierto que el cristianismo debe ser crítico hacia los abusos del patriarcado, y particularmente a su potencial para degenerar en el siempre injusto y condenable machismo que la iglesia debe, por tanto, combatir; esto no significa que cualquier diferencia de rol entre el hombre y la mujer por causa de su sexo biológico deba ser calificado de “sexista” y combatido de inmediato por la iglesia.

El problema aquí es que, para la mentalidad moderna, igualdad es sinónimo de justicia, de donde cualquier trato desigual hacia cualquier persona, independiente de su sexo o género (términos que para el cristianismo se superponen casi en un cien por ciento en todos los casos), es de inmediato visto como injusto y debe, por tanto, ser corregido. Por eso debemos darle la razón a Millor Fernándes cuando decía: “La justicia es igual para todos. Ahí empieza la injusticia”. Porque si bien es cierto que hay circunstancias de la vida en que la justicia demanda un trato igualitario para todos, la justicia deja de ser tal cuando el trato igualitario se convierte en una obligación para ella en todas las circunstancias. Por el contrario, la justicia exige en muchas ocasiones un trato desigual para las partes, pues si la justicia se define como “dar a cada cual lo que cada cual se merece”, es obvio que no todas las personas se merecen lo mismo en cuanto a sus logros y esfuerzos.  

Bajo este equívoco y dado que la diferencia o distinción de roles que la Biblia establece y da, además, por sentados entre el hombre y la mujer es, por simple definición, un tipo de “desigualdad”; el feminismo, el movimiento “progresista” moderno y el lenguaje políticamente correcto consideran que establecer diferencias de roles entre los sexos es automáticamente una injusticia. Esta visión de las cosas no es sólo equivocada, sino simplista y no tiene en cuenta que, en términos generales y desde un punto de vista comparativo, como lo dice Sharon James: “donde el cristianismo se difundió, la situación de la mujer siempre mejoró [y que] Los países donde hoy más se explota a la mujer son los que menos exposición tienen al evangelio”.

Y en cuanto al carácter engañoso de equiparar la desigualdad con la injusticia, basta ver que igualdad no es sinónimo de uniformidad, y que hablar de roles distintos no es discriminatorio, pues la variedad es una característica deseable de la creación de Dios, al punto que, como continúa recordándonos Sharon James: “Las tres personas de la Trinidad son iguales en deidad, pero tienen una función diferente”. Adicionalmente y en este mismo orden de ideas: “Someterse no significa tener menos valor. El Hijo se somete al Padre aunque son iguales en deidad, y la sumisión del Hijo en realidad es Su gloria”.

Por lo tanto, como concluye Sharon James: “No es necesario que las mujeres realicen los mismos trabajos que los hombres para tener poder… Si dejamos de lado las premisas falsas, podemos ver que la Biblia apuntala a las mujeres”. Miriam, ministró al pueblo al lado de sus hermanos Moisés y Aarón, pero fue amonestada por Dios con un episodio provisional de lepra, cuando murmuró contra la autoridad de Moisés (junto con su hermano Aarón) y aspiró a suplantarlo en ese rol. Del mismo modo, Débora sobresale como juez de Israel (no voy a decir jueza, aunque sea legítimo hacerlo, para no darle gusto al lenguaje inclusivo), por encima de su contemporáneo Barac y en este mismo contexto Jael, la esposa de Héber, fue la que se llevó la gloria en la guerra de Barac contra Sísara. Ana se destaca por encima del sacerdote Elí, como la piadosa madre de Samuel, llamado a sustituir a Elí como el último de los jueces de Israel y el primero de los profetas.

La historia de Rut y Nohemí es un reconfortante bálsamo que nos devuelve la fe y la esperanza en medio del caótico, anárquico y oscuro periodo de los jueces en Israel. Y ni hablar del papel liberador a favor de toda la nación de Israel llevado a cabo por Ester, a instancias de su primo Mardoqueo, solo equiparable al de Moisés al liberar al pueblo de la esclavitud egipcia. La profetisa Hulda también se destaca en el Antiguo Testamento y encuentra resonancias en el Nuevo en la persona de Ana, la profetisa mencionada por Lucas en su evangelio. Descontando a María, la madre de nuestro Señor Jesucristo, y a Elizabet, la madre de Juan Bautista, el Nuevo Testamento destaca a la mujer samaritana como la primera evangelista conocida; así como a María Magdalena, a Juana y a Susana viajando con Jesús y los apóstoles y brindando apoyo financiero a su ministerio.

Y podríamos continuar con Lidia, vendedora de púrpura en Filipos y otras colaboradoras expresamente elogiadas por Pablo como Febe, Evodia y Síntique, sin hablar de Priscila que parece tener la primacía sobre su esposo Aquila en el ministerio. Todos estos casos seleccionados, entre otros, refuerzan la conclusión de Sharon James en el sentido de que: “Una mirada… atenta a las Escrituras muestra que la Biblia honra y afirma a las mujeres. Para Dios, no son de segunda categoría”. El evangelio reivindica, pues, a la mujer y la libera de los condicionamientos y restricciones injustas que el machismo le ha impuesto, colocándola y tratándola en un plano de igualdad con el hombre, pero sin uniformar sus roles, ni eliminando sus obvias diferencias, como lo pretende equivocadamente el feminismo radical. Para cerrar, en la conferencia sobre “La sociedad patriarcal” en el blog de Creer y comprender, se podrá considerar con mayor detalle y extensión este mismo tema.


[1]Expresión coloquial en Colombia que alude al muy conocido chiste o cuento disparatado de un hombre que llega a su casa más temprano que de costumbre y encuentra a su mujer siéndole infiel con otro hombre en el sofá de la sala de su casa y pretende solucionar el problema vendiendo el sofá.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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