fbpx
Artículos

El celibato

La soltería como legítima opción de vida

A pesar de que en el medio secular el matrimonio cada día se devalúa más en especial en Colombia, país en el que, según confiables encuestas, la institución matrimonial decrece más que en ningún otro país latinoamericano, hasta casi languidecer; en el contexto cristiano protestante sigue siendo valorado y promovido abiertamente. Y lo es a tal punto que se recomienda como la mejor y más satisfactoria alternativa para los creyentes, relegando a segunda categoría las opciones alternas también legítimas desde la óptica bíblica, como por ejemplo la soltería voluntaria. Así, en las iglesias cristianas evangélicas los solteros suelen ser vistos de manera condescendiente a la espera de que, finalmente, logren casarse. Condescendencia que, lamentablemente, puede transformarse en velada descalificación y hasta menosprecio en el caso de los solteros que eligen voluntariamente permanecer como tales.

A todo esto se añade el cada vez más polémico y cuestionado celibato obligatorio de los sacerdotes católico-romanos, controversia atizada por los recurrentes escándalos mediáticos de conducta sexual impropia ‒por decir lo menos‒ de significativos y representativos sectores del clero católico y, últimamente, por las declaraciones del papa Francisco, de quien se dice que estaría considerando acabar con el celibato sacerdotal o, por lo menos, despojarlo de su carácter obligatorio, a juzgar por las palabras pronunciadas hace unos años por Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, en el sentido de que el celibato no es un dogma de la iglesia sino tan sólo una tradición eclesiástica que, como tal, puede discutirse.

Valga decir que aunque al celibato católico del clero se le ha querido otorgar de manera artificial y antibíblica una espiritualidad superior por parte de los sacerdotes en relación con los laicos (algo cada vez más insostenible a la luz de los crecientes escándalos sexuales asociados a él), lo cierto es que el celibato católico se estableció por causas más complejas y profanas como, entre otras, combatir la práctica corrupta del nepotismo y el ausentismo por el que los sacerdotes heredaban sus sedes eclesiásticas a sus hijos para que disfrutaran de las rentas de ellas aunque no tuvieran las condiciones ni estuvieran capacitados para el ministerio clerical, que muchas veces ni siquiera ejercían, sino que se limitaban a cobrar y a vivir de las rentas asociadas a la sede eclesiástica heredada, que hay que decir que es una práctica que se está volviendo también común en las megaiglesias protestantes.

Parece, pues, que en este juego de acción y reacción las posturas se encuentran radicalizadas. Por una parte, los católico romanos sobredimensionando el celibato por encima del matrimonio y por el otro los cristianos evangélicos haciendo lo propio con la institución matrimonial al punto de desvirtuar el celibato como legítima opción de vida para un cristiano. Pero en éste, al igual que en muchos otros temas, la verdad se halla en los términos medios, no en los extremos. Examinemos, entonces, los términos medios avalados por las Escrituras.

El celibato en la Biblia

El Señor Jesucristo abordó el celibato en un pasaje algo enigmático del evangelio de Mateo en los versículos 11 al 12 del capítulo 19: Jesús les respondió: ꟷEsto sólo lo pueden entender aquellos a quienes Dios ha ayudado a entenderlo. Hay personas que no se casan porque nacieron incapacitados para el matrimonio; otros no lo hacen porque los hombres los incapacitaron; y aun otros, porque no desean hacerlo por amor al reino de los cielos. El que pueda aceptar esto último, que lo acepte” (NBV). En este pasaje se refiere, literalmente, a los eunucos, funcionarios de confianza de las cortes de los países del antiguo medio oriente que solían ser emasculados o castrados, lo cual implica que para efectos prácticos serían célibes, aunque no lo fueran de manera voluntaria, que serían, entonces, los que no se casan porque los hombres los incapacitaron. Utilizando esta figura, el Señor afirma que hay eunucos (o, para nuestros propósitos, individuos célibes), por causas involuntarias ajenas a ellos mismos, tales como defectos de nacimiento, o debido a la imposición de terceros. Cabe preguntarse si no caería bajo esta categoría el celibato obligatorio del clero católico.

Por último identifica a los eunucos que lo son por voluntad propia por causa del reino de los cielos, únicos de los tres que parecen contar con su tácita aprobación. Sin olvidar que el Señor también afirma que esta última condición no está reservada para todos, sino para unos pocos. Justamente “… aquellos a quienes Dios ha ayudado a entenderlo” (v. 11) que son todos y cada uno de los que puede comprender y aceptar de parte de Dios esta condición para sí mismos y, en efecto, la aceptan y deciden vivir de manera célibe, recibiendo de Dios el llamado y las facultades para hacerlo con éxito (v. 12). En este pasaje quedan así establecidas dos cosas. Primera, el carácter voluntario y no obligatorio ni impuesto del celibato. Y segunda, su legitimidad en la iglesia, así sea con carácter de excepción.

Pablo, quien según sus biógrafos parece haber decidido permanecer célibe después de enviudar, también se ocupa de precisar el alcance de lo dicho por Jesucristo al responder a quienes le preguntan si es mejor no casarse, diciéndoles que en vista de la generalizada promiscuidad sexual, el matrimonio es la mejor alternativa para los cristianos que no reciben de Dios ni el llamado ni las facultades requeridas para permanecer célibes de por vida, dando a entender que estos últimos constituyen un grupo de excepción, no porque ostenten ꟷrepetimosꟷ una mayor espiritualidad o aprobación de Dios por ello, sino porque Dios decide soberanamente otorgarles este don a unos pocos y no a todos, entre quienes el mismo apóstol se cuenta (ver 1 Corintios 7:1-7).

Valga decir también que en este pasaje se plantea el celibato sólo como una concesión para los casados que debe, sin embargo, tener en estos casos un carácter temporal limitado y que, además, debe ser una decisión tomada de común acuerdo por ambos cónyuges, preferiblemente para dedicarse a actividades piadosas durante el tiempo acordado de abstinencia sexual. Como puede verse, Pablo no ordena nunca, ni el celibato, ni tampoco el matrimonio, pues ambos son decisiones personales y en principio legítimas para todo creyente y la única recomendación adicional que hace en el sentido de optar por el celibato por encima del matrimonio es de carácter coyuntural, es decir que el celibato podía ser recomendable para los cristianos del primer siglo únicamente en vista de los críticos tiempos de persecución sistemática que la iglesia estaba afrontando de forma creciente (ver 1 Corintios 7:25-38).

Una consideración adicional para no menospreciar a los creyentes voluntariamente célibes es el papel positivo que las viudas jugaron y siguen jugando hoy en las iglesias cristianas. Pablo alude a ellas en su primera epístola a Timoteo (ver 1 Timoteo 5:3-16), amonestando a las que no se comportaban con decencia y decoro, a la altura de su condición; pero estableciendo al mismo tiempo la obligación que la iglesia tiene de ayudar a las que se encuentran desamparadas, en el mismo espíritu del Antiguo Testamento que ordenaba ayudar de manera prioritaria a las viudas, los huérfanos, los levitas y los extranjeros que se encontraran necesitados.

Muchas de estas viudas se convertían en muy eficientes, valiosas y consagradas siervas de Dios en el contexto de la iglesia a la que pertenecían y les brindaba apoyo económico para su sostenimiento, a la manera de la profetisa Ana en el evangelio de Lucas (ver Lucas 2:36-37). Es tanto así que únicamente en el caso de estas viudas Pablo llega a recomendar el celibato por encima del matrimonio al margen de que las circunstancias para la iglesia sean críticas o no (ver 1 Corintios 7:39-40). De este modo, las viudas en la iglesia llegaron a convertir su difícil condición en una dignidad merecedora de honor y reconocimiento por parte del resto de creyentes.

La honra del celibato

A la luz de lo anterior, el celibato voluntario en la iglesia está más que justificado como opción legítima de vida respaldado en la condición de los eunucos mencionada por el Señor, en la ausencia de coerción o coacción por parte del apóstol Pablo en contra del celibato o a favor del matrimonio, más allá de recomendar el uno o el otro indistintamente cuando así convinieran y, finalmente, en el constructivo y elogioso papel que las viudas han desempeñado de manera generalizada en la iglesia a lo largo de su historia.

No sobra advertir que, a diferencia de lo que sucede en el mundo, en dónde la soltería suele ser una carta blanca para una vida sexual activa y promiscua con diferentes compañeros sexuales, el celibato es en la iglesia estrictamente obligatorio para todos quienes voluntariamente optan por permanecer solteros, de donde célibe y soltero son, o deberían ser, términos sinónimos intercambiables en el contexto cristiano. Por tanto, la única salvedad particular que le cabe de entrada al soltero o soltera en la iglesia es la tendencia a la relajación en asuntos sexuales y nada más. Por lo demás, pueden desempeñar el oficio o profesión que deseen con la sanción favorable de la iglesia, siempre y cuando sea lícito desde la óptica cristiana y se enmarque dentro de los principios éticos revelados en la Biblia para todos los creyentes.

Pero tal vez, considerando las eventuales oportunidades y facilidades que la soltería puede brindar para compensar las satisfacciones que el matrimonio de cualquier modo también otorga y de las que el soltero se priva voluntariamente, es deseable que éste último sea un creyente aún más consagrado que el casado, aprovechando las ventajas que su condición le otorga en el servicio a Dios en la iglesia y fuera de ella, aligerado de las responsabilidades que por momentos pueden llegar a agobiar a los casados y que llegan a dispersar su atención y a afectar su consagración en el servicio directo a Dios en la iglesia. Por eso también en 1 Corintios 7:11 se indica a los creyentes que por alguna razón se han separado y divorciado de su cónyuge en casos de excepción, dignos de cualquier modo de lamentar más que de condenar: Sin embargo, si se separa, que no se vuelva a casar; de lo contrario, que se reconcilie con su esposo. Así mismo, que el hombre no se divorcie de su esposa” en una actitud claramente antidivorcista, pero no antidivorcista a ultranza, por lo que el cristiano divorciado que permanece célibe luego de su divorcio no debe ser evaluado igual que el que se casa de nuevo, más allá de que cada caso merezca una consideración particular.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

Deja tu comentario

Clic aquí para dejar tu opinión