fbpx
Artículos

La libertad de examen y de conciencia

La primera de las libertades del mundo moderno

Tradicionalmente se considera que la modernidad se inició con la Ilustración, que dio lugar a su vez a la Revolución Francesa emprendida, presuntamente, en el nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, tríptico enarbolado como lema que inspiró esta revolución. Pero en muchos sentidos la Ilustración francesa y su correspondiente revolución lo único que hicieron fue pervertir la noción de libertad que la Reforma Protestante venía reivindicando y defendiendo acertadamente desde más de dos siglos y medio atrás. No es casual que una de las más famosas y amargamente sarcásticas frases alrededor de la libertad sea la de Madame Roland momentos antes de ser ejecutada en la guillotina bajo el régimen del terror que siguió a la revolución francesa: “¡Oh, libertad!, ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.Y aunque ni siquiera los reformadores pueden arrojar la primera piedra al respecto, la noción de libertad promovida por la Reforma ha demostrado ser mucho más constructiva, progresista y menos violenta que la promovida por la revolución francesa y todos los movimientos presuntamente liberadores de los últimos dos siglos, incluyendo a la teología liberal del siglo XIX, al marxismo y a la teología de la liberación del siglo XX.

En efecto, tras el conocido lema de los reformadores: “Sola fe, sola gracia, sola Escritura y sola gloria de Dios”; se encuentra tal vez la más fundamental de las libertades: la “libertad de examen y de conciencia”. Esta libertad es un patrimonio irrenunciable del protestantismo por el cual se defiende el derecho de cada persona a examinar y evaluar por sí misma lo que se le pide creer y tomar al respecto una decisión por convicción y en conciencia y no por compulsión o imposición externa. Este derecho fue exigido con éxito por primera vez por Lutero y los cristianos que reclamaban su libre y directo acceso a la lectura y examen de la Biblia sin la mediación y el monopolio que el alto clero o “magisterio” de la iglesia ejercía sobre ella, proclamando de forma autoritaria lo que los fieles debían creer sin discusión. Pero este derecho no cobija sólo a los cristianos, sino a los seguidores de otras religiones y a los ateos por igual. Y los cristianos debemos luchar para que tanto ellos como nosotros podamos disfrutarlo, en línea con lo dicho, presuntamente, por Voltaire: “no comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Porque de no hacerlo extensivo a todos sino únicamente a los cristianos, corremos el riesgo de incurrir en la culpa de la iglesia en general de Alemania durante el régimen nazi, tal y como lo afirma Albertz Heinrich: “El terrible error, o incluso la culpa de la iglesia y de los cristianos en el año 1933, e incluso antes, fue empezar a alzar la voz… cuando la libertad de la iglesia y la de los cristianos se puso en peligro, mientras que habían permanecido callados sin hacer nada cuando los socialdemócratas, los comunistas y los judíos eran enviados a las cárceles y a los campos de concentración”. Bien lo dice el teólogo alemán Christian Schwarz: “Los cristianos deben luchar por la libertad de conciencia, no sólo para ellos mismos, sino también para los que creen de forma diferente y para los que no creen”. La iglesia no puede olvidar que el compromiso de Dios es con la justicia antes que con su propio pueblo, de donde Dios no hace acepción de personas manifestando favoritismos arbitrarios e injustos hacia los suyos en perjuicio de los demás. La libertad de examen y de conciencia es, pues, un derecho de todos y no sólo de los cristianos.

Libertad o libertinaje

El problema es que una vez conquistada esta libertad de la mano de la lectura y el poder del evangelio liberado de nuevo gracias a la Reforma protestante, la ilustración francesa quiso llevar la noción de libertad más allá de los límites seguros en que ésta debe ejercerse. Así, los autodenominados “librepensadores” pretendieron independizarse por completo de toda instancia tradicional de autoridad y pensar con total libertad. No sólo independizarse de la autoridad arbitraria y absolutista ejercida hasta entonces y durante toda la Edad Media por la monarquía en frecuente contubernio con la jerarquía eclesiástica, sino de la autoridad de la Biblia e incluso de la del mismo Dios. Y los nefastos resultados de esta manera de entender la libertad quedaron en evidencia en la sangrienta revolución francesa que, literalmente, no dejó títere con cabeza.

Sea como fuere, la libertad es una noción expuesta y promovida a lo largo y ancho de la Biblia. No en vano el Señor Jesucristo anunció: “Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres… Así que si el hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres” (Juan 8:32, 36). Y el apóstol Pablo añadió: “pero ustedes han sido llamados a ser libres…”, con la siguiente importante salvedad: “… pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones” (Gálatas 5:13). Y es que Cristo nos brinda libertad, pero no independencia, pues la independencia es un espejismo ya que, nos guste o no, todos dependemos directa o indirectamente y en mayor o menor grado los unos de los otros y, en último término, de Dios. La libertad definida como independencia a lo único que conduce es a confundir la libertad con el libertinaje. Y éste último no es más que retornar al yugo de la vieja esclavitud del pecado de la que Cristo nos rescató.

Credulidad o fe razonada e ilustrada

De hecho, la libertad de examen y de conciencia presta una invaluable utilidad en la vida cristiana. Porque no es credulidad lo que Dios requiere de nosotros, sino una fe razonada, ilustrada con convicciones firmes. Esta es la razón por la cual la Biblia nos advierte, por ejemplo, para que  no nos dejemos llevar por enseñanzas engañosas, por tradiciones humanas sin fundamento, por maestros fraudulentos, o aún por nuestras propias emociones desbordadas. Lucas elogia la actitud de los judíos de Berea, ejerciendo abiertamente la libertad de examen y de conciencia:“Éstos eran de sentimientos más nobles que los de Tesalónica, de modo que recibieron el mensaje con toda avidez y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba. Muchos de los judíos creyeron, y también un buen número de griegos, incluso mujeres distinguidas y no pocos hombres” (Hechos 17:11-12). Es sólo mediante la libertad de examen y de conciencia que podemos identificar y sortear a los maestros fraudulentos contra los que la Biblia nos advierte de muchas maneras. Así, pues, si un dirigente eclesiástico o de cualquier otro orden abusa de su posición basado en la autoridad de la que está investido, gracias al ejercicio de la libertad de examen y de conciencia el creyente no está obligado a seguirlo como borrego, sin pensar ni cuestionar. Esta actitud es terreno abonado para el surgimiento de las sectas heréticas y el culto a la personalidad que termina encumbrando a sus líderes a la posición de nuevos iluminados, siendo en su mayoría más bien ministros fraudulentos, acerca de los cuales hay que estar muy vigilantes.

Es oportuna la frase de Aristóteles en relación con su maestro Platón: “Amo a Platón, pero prefiero la verdad”. Esa es la actitud correcta y racional del creyente maduro que ejerce su libertad de examen y de conciencia: amar y respetar a nuestros dirigentes eclesiásticos, pero sin comprometer la verdad y la conciencia propia al hacerlo. En vista de todo lo anterior acierta el apologista Fred Heeren al afirmar: “Las personas que leen la Biblia no tienen excusa si son embaucados por aquellos líderes de cultos y curanderos que nunca han aliviado a nadie de nada, salvo de su dinero”.Martín Lutero, de nuevo, es ejemplar al respecto. Cuando fue confrontado por sus autoridades en Worms, conminándolo a que se retractará de sus escritos, respondió: “A menos que sea convencido por la Escritura o por la simple razón -no acepto la autoridad de los papas y de los concilios… Mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo… retractarme de nada, porque ir en contra de la conciencia no es ni correcto ni seguro… Dios me ayude”. Por último, no pasemos por alto que, en realidad, la libertad de examen y de conciencia no es tan sólo un derecho que ejercemos los cristianos, sino una orden dada por el apóstol en el nombre de Dios que debemos obedecer sin dilación: “examinadlo todo, retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21 RVR)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

Deja tu comentario

Clic aquí para dejar tu opinión