Un estigma que nos afecta a todos
Una de las imágenes clásicas que todos tenemos en mente al evocar el ministerio de Cristo tal y como se narra en los evangelios son sus varias sanidades de leprosos: “… Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados…” (Lucas 7:22 RVR60), uno de los actos más misericordiosos asociados a El en vista de la condición tan lastimosa que los leprosos sufrían en Israel, no solo desde el punto de vista de la salud, sino también desde los puntos de vista ceremonial y social, marginados y proscritos por su condición impura de las prácticas rituales propias del resto del pueblo alrededor del templo y el sacerdocio y también ꟷpor razón de la contaminación ritual a la que podían exponer a la población sanaꟷ, de la vida social, sometidos entonces a la vergüenza y el ostracismo: “Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todo leproso, y a todos los que padecen flujo de semen, y a todo contaminado con muerto” (Números 5:2 RVR60). Valga decir, sin embargo, que debemos corregir la idea de que la palabra que se traduce habitualmente como “lepra” en las traducciones antiguas de la Biblia, como la Reina Valera, significa lo que hoy por hoy evocamos con este término, es decir la enfermedad de Hansen que produce lesiones en la piel, en los nervios y en las vísceras, generando insensibilidad en las zonas afectadas y terribles ulceraciones que conducen a mutilaciones y deformidades incapacitantes que incluyen la reducción de la movilidad de las extremidades e incluso la ceguera. En realidad, el término hebreo, como lo traducen ya las traducciones modernas de la Biblia, se refiere a todo tipo de enfermedades de la piel que podían abarcar el vitíligo, la psoriasis e incluso el acné. Si bien esto reduce su gravedad notablemente desde el punto de vista de la salud, de todos modos todas estas afecciones cutáneas traían las mismas consecuencias ceremoniales y sociales a quienes las sufrían, al igual que si padecieran la enfermedad de Hansen que hoy conocemos como lepra. Los capítulos 13 y 14 de Levítico se ocupan del diagnóstico detallado de estas enfermedades por parte de los sacerdotes, así como del procedimiento para ser reintegrado a la vida social y las prácticas ceremoniales una vez estos mismos sacerdotes declaraban sano a quien la venía padeciendo.
Y es que ley establecía que: “Cuando se trate de una infección de la piel, ten mucho cuidado de seguir las instrucciones de los sacerdotes levitas. Sigue al pie de la letra todo lo que te he mandado” (Deuteronomio 24:8). Justamente, una de las señales milagrosas que Moisés llevó a cabo delante del faraón fue la siguiente: “Y ahora —ordenó el Señor—, llévate la mano al pecho. Moisés se llevó la mano al pecho y cuando la sacó, la tenía toda cubierta de una enfermedad en la piel; estaba blanca como la nieve” (Éxodo 4:6), tal vez sugiriendo de manera figurada que el estigma de la lepra acecha en el corazón de todos los seres humanos. Y esto nos conduce a las actitudes de algunos personajes de la Biblia que padecieron lepra, actitudes que fueron incluso la causa de su lepra y nos muestran que, si nos atenemos a ellas, indican que la lepra es un estigma que no está muy lejos de todos y cada uno de nosotros. Comenzando por Miriam, la hermana mayor de Moisés, que por su actitud murmuradora y rebelde hacia la autoridad legítima de Moisés, delegada en él por Dios, fue castigada con lepra: “Entonces la ira del Señor se encendió contra ellos y el Señor se marchó. Tan pronto como la nube se apartó de la Tienda, a Miriam se le puso la piel blanca como la nieve. Cuando Aarón se volvió hacia ella, vio que tenía una enfermedad infecciosa” (Números 12:9-10). El general sirio Naamán que acudió al profeta Eliseo para que lo sanará, también padecía de lepra y su actitud censurable en este caso fue el orgullo que le impedía aceptar una sanidad como la que le indicó el profeta, sin especiales alardes, aspavientos ni protagonismo de su parte, actitud que casi lo lleva a rechazar y no obedecer la instrucción de Eliseo, como podemos leerlo: “Naamán se enojó mucho y se fue muy ofendido. «¡Yo creí que el profeta iba a salir a recibirme! ꟷdijoꟷ. Esperaba que él moviera su mano sobre la lepra e invocara el nombre del Señor su Dios ¡y me sanara!” (2 Reyes 5:11). Si bien este personaje corrigió su equivocada actitud, Guiezi, el criado del profeta manifestó en este episodio otra clase de lepra: la lepra de la codicia furtiva que quiere cobrar y ponerle precio al favor y a la gracia de Dios, por lo cual la sentencia sobre él no se hizo esperar: “Ahora la enfermedad de Naamán se te pegará a ti y a tus descendientes para siempre. No bien había salido Guiezi de la presencia de Eliseo cuando ya estaba blanco como la nieve por causa de la enfermedad en su piel” (2 Reyes 5:27).
Los cuatro leprosos que se jugaron el todo por el todo y decidieron entregarse en manos del ejército sirio cuando tenía asediada a Samaria y sus habitantes morían de hambre, también manifiestan momentáneamente una lepra particular: la de no compartir las buenas nuevas con sus compatriotas necesitados, cuando se encontraron con el campamento sirio abandonado y con abundancia disponible de provisiones a manos llenas: “Ese día, cuatro hombres que tenían una enfermedad en la piel se hallaban a la entrada de la ciudad. ꟷ¿Qué ganamos con quedarnos aquí sentados esperando la muerte? ꟷse preguntaron unos a otrosꟷ. No ganamos nada con entrar en la ciudad. Allí nos moriremos de hambre con todos los demás; pero si nos quedamos aquí, nos sucederá lo mismo. Vayamos, pues, al campamento de los arameos para rendirnos. Si nos perdonan la vida, viviremos; si nos matan, de todos modos moriremos… Entonces se dijeron unos a otros: ꟷEsto no está bien. Hoy es un día de buenas noticias y no las estamos dando a conocer. Si esperamos hasta que amanezca, resultaremos culpables. Vayamos ahora mismo al palacio y demos aviso” (2 Reyes 7:3-4, 9). A su vez, el rey Azarías, también conocido como Uzías, padeció de lepra como juicio divino por su pretensión desmedida de usurpar las funciones sacerdotales que no le correspondían: “El Señor castigó al rey con una enfermedad de la piel hasta el día de su muerte. Y, como el rey Azarías tuvo que vivir aislado en una casa, su hijo Jotán quedó a cargo del palacio y del gobierno del país” (2 Reyes 15:5). Finalmente, en el Nuevo Testamento se destaca la ingratitud de nueve de los diez leprosos sanados en una ocasión por el Señor, uno solo de los cuales volvió a él para agradecerle: “Cuando estaba por entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres que tenían enferma la piel… Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a grandes voces. Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús y le dio las gracias, no obstante que era samaritano. ꟷ¿Acaso no quedaron limpios los diez? ꟷpreguntó Jesúsꟷ. ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero? Levántate y vete ꟷdijo al hombreꟷ; tu fe te ha sanado” (Lucas 17:12, 15-19). Como podemos verlo en todos estos casos, el estigma de la lepra puede estarnos afectando de manera figurada más de lo que estaríamos dispuestos a reconocerlo.
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