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Estudios bíblicos

Conmovidos por Dios y ante Dios

El acto de conmoverse parece cada vez más extraño al hombre de hoy. Día a día hay menos cosas capaces de conmovernos, debido, en cierta medida, a que nos hemos endurecido, perdiendo gran parte de nuestra capacidad solidaria y compasiva ante los dramas humanos y las mismas narraciones bíblicas, como el reencuentro de José con sus hermanos, una de las historias reales más conmovedoras de las Escrituras que muestra el corazón sensible de este patriarca, quien: “Conmovido por la presencia de su hermano y no pudiendo contener el llanto, José salió de prisa. Entró en su habitación y allí se echó a llorar” (Génesis 43:30). La historia de Rut y Noemí también es conmovedora: “Pero murió Elimélec, esposo de Noemí, y ella se quedó sola con sus dos hijos. Estos se casaron con mujeres moabitas, una llamada Orfa y la otra, Rut. Después de haber vivido allí unos diez años, murieron también Majlón y Quilión, y Noemí se quedó viuda y sin hijos. Noemí decidió regresar de la tierra de Moab con sus dos nueras, porque allí se enteró de que el Señor había acudido en ayuda de su pueblo al proveerle de alimento. Salió, pues, con sus dos nueras del lugar donde había vivido, y juntas emprendieron el camino que las llevaría hasta la tierra de Judá… ” (Rut 1:3-7). Un drama humano que conmocionó a toda la población de Belén a su llegada: “Al llegar ambas a Belén, el pueblo se conmovió. ꟷ¿Es realmente Noemí? ꟷpreguntaban las mujeres” (Rut 1:19 NBV). El profeta Jeremías registró también en las Lamentaciones los hechos que sacudieron a Israel y que deberían conmovernos al igual que a él: “¿Acaso no los conmueve a todos ustedes los que pasan? Miren y juzguen si hay dolor como el mío, el que el Señor me ha causado en el día de su gran enojo” (Lamentaciones 1:12 NBV); “He llorado hasta agotar mis lágrimas, todo mi ser se siente profundamente conmovido al ver lo que ha pasado a Jerusalén. ¡Incluso niños, niñas y bebés de pecho desfallecen y mueren en las calles de la ciudad!” (Lamentaciones 2:11 NBV). Las maravillas y las obras de Dios en su creación también poseen la capacidad de conmover a los corazones y conciencias sensibles, pues: “Esto ha sido obra del Señor y nos deja maravillados’?»” (Marcos 12:11).

Lamentablemente, muchos hoy no quieren ser conmovidos. Lo temen y lo evitan. Es que ser conmovido tiene, en la práctica, contrastantes efectos que pocos están dispuestos a asumir con todas sus implicaciones. Por un lado, ser conmovido implica ser conmocionado, perturbado, alterado, estremecido, removido, sacudido por la base, sentirse existencialmente amenazado y vulnerable en extremo. En síntesis: perder las seguridades que damos por sentadas y quedarnos sin asideros, experiencia por la cual nadie quiere pasar. Pero, por otro lado, ser conmovido también hace referencia a ser tocado con dulzura en las fibras más profundas e íntimas del corazón, enternecerse, descubrir nuestra faceta más noble, humana, valiosa y sensible. Algo a todas luces deseable. Pero para alcanzar lo último, con frecuencia hay que pagar el precio de pasar por lo primero. Porque encontrarnos y ser conscientes de la majestuosidad e inmensidad del Dios Santo es una experiencia de crisis en la que es inevitable que seamos conmovidos, viendo amenazados los cimientos mismos de nuestra existencia que dejan expuesta la fragilidad y el carácter engañoso de todo aquello en lo que previamente nos apoyábamos y en lo cual habíamos depositado nuestra confianza, situación que nos lleva a identificarnos con David cuando dijo: “La tierra se estremeció y tembló; se conmovieron los cimientos de los cielos. Se estremecieron, porque él se airó” (2 Samuel 22:8 RVR-2015); “Estoy debilitado y totalmente molido; gimo a causa de la conmoción de mi corazón” (Salmo 38:8 RVR-2015). O el profeta Isaías al experimentar su propia indignidad: “Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros y mis ojos han visto al Rey, al Señor de los Ejércitos»” (Isaías 6:5), pues ante Dios: “Tiemblan… los montes, las colinas se estremecen; la tierra en su presencia se conmueve, el mundo y cuantos en él habitan” (Nahum 1:5 BLPH). El Señor Jesucristo conmovía en ambos sentidos a quienes lo conocían con una actitud dispuesta y desprejuiciada: “Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. —¿Quién es este? —preguntaban” (Mateo 21:10), y al final nadie podrá permanecer delante de Dios sin ser conmovido de uno u otro modo, como lo anuncia el autor sagrado: “En aquella ocasión, su voz estremeció la tierra, pero ahora ha prometido: «Una vez más haré que se estremezca no solo la tierra, sino también el cielo»” (Hebreos 12:26).

Pero en medio de esta conmoción de los fundamentos engañosos en los que nos apoyamos, descubrimos al mismo tiempo en Él nuestro fundamento más seguro para poder declarar: “Al Señor he puesto siempre delante de mí; porque está a mi mano derecha no seré movido” (Salmo 16:8); “Porque el rey confía en el Señor, y por la misericordia del Altísimo no será conmovido” (Salmo 21:7 LBLA); “En cuanto a mí, en mi prosperidad dije: «Jamás seré conmovido». Oh Señor, con Tu favor has hecho que mi monte permanezca fuerte…” (Salmo 30:6-7 NBLA), pues Dios nos perdona y sostiene a pesar de todo: “No tengas miedo, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te daré fuerzas y te ayudaré; te sostendré con mi mano derecha victoriosa” (Isaías 41:10), revelándonos nuestra íntima y verdadera condición humana, siendo capaz no sólo de conmovernos, sino también de conmoverse con nosotros: “¿Acaso no es Efraín mi hijo amado? ¿Acaso no es el niño en quien me deleito? Cada vez que lo reprendo, vuelvo a acordarme de él. Por él mi corazón se conmueve; por él siento mucha compasión», afirma el Señor” (Jeremías 31:20); “»¿Cómo podría yo entregarte, Efraín? ¿Cómo podría abandonarte, Israel? ¿Cómo puedo entregarte como a Admá? ¿Cómo puedo hacer contigo como con Zeboyín? Dentro de mí, el corazón me da vuelcos, y se me conmueven las entrañas” (Oseas 11:8), como lo ilustró al encarnarse como hombre y compartir nuestros dramas: “Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado, Jesús se turbó y se conmovió profundamente… Conmovido una vez más, Jesús se acercó al sepulcro…” (Juan 11:33, 38), y en virtud de ello, él es el único que puede conmover y sensibilizar nuestro corazón, conforme a su promesa: “Yo les daré un corazón sincero y pondré en ellos un espíritu renovado. Les arrancaré el corazón de piedra que ahora tienen y pondré en ellos un corazón de carne” (Ezequiel 11:19); “Les daré un nuevo corazón y derramaré un espíritu nuevo entre ustedes; quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen y les pondré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26), allanando así los obstáculos que nos impedían llegar a Él y garantizándonos que: “Como te has conmovido y humillado ante mi… yo te he escuchado. Yo, el Señor, lo afirmo” (2 Crónicas 34:27)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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