En relación con la ira o el enojo, Pablo nos recuerda, citando y complementando el salmo 4, que: “«Si se enojan, no pequen». No permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol” (Efesios 4:26), pasaje que da a entender que existen enojos legítimos, o pecaminosos, de tal modo que si vamos a enojarnos, tratemos de hacerlo de manera legítima y no de manera pecaminosa, asegurándonos también de que incluso nuestros enojos legítimos no se prolonguen, sino que se resuelvan y cedan en el curso del mismo día en que se producen. Y como ya lo señalamos, un síntoma claro de estar siendo víctimas del enojo o la ira pecaminosa es el hecho de que nuestra postura no pueda ser satisfactoriamente defendida mediante un razonamiento llevado a cabo con argumentos sólidos expuestos con cabeza fría que, si somos honestos, sucede más veces de lo que estamos dispuestos a reconocer. Entre otros, porque el enojo legítimo se puede definir como la indignación ante la injusticia, mientras que el enojo pecaminoso involucra más bien nuestra simple frustración desbordada ante la imposibilidad de hacer lo que deseamos o de imponer nuestro punto de vista sobre los demás, y no nuestra preocupación porque se haga justicia, dándole la razón a Santiago cuando dijo: “pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere” (Santiago 1:20). Una ira que, si no la reconocemos y la confesamos humildemente como pecaminosa, puede llegar a hacerse crónica mediante un permanente mal humor que nos convierte en personas resentidas y amargadas con todo, al borde siempre de la depresión
La ira humana
“Nuestra ira no suele estar motivada por la justicia, sino por la frustración de que nos impidan alcanzar lo que tanto queremos"
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