Luego del calor y los apasionamientos del momento por parte del resto de tribus de Israel para castigar a la tribu de Benjamín en la guerra emprendida contra ella por la vileza cometida por un grupo de benjaminitas malvados en la ciudad de Guibeá de Benjamín en contra de la concubina de un levita a la que ultrajaron, violaron y dejaron por muerta; el resto de tribus cayeron en la cuenta de que sus represalias fueron excesivas ꟷcomo sucede con toda iniciativa motivada más por la venganza que por el deseo de hacer justiciaꟷ, y además de las lamentables bajas propias sufridas en la guerra con la tribu de Benjamín, las bajas infligidas a esta tribu amenazaron prácticamente con su exterminio y desaparición, por lo que, al tomar conciencia de esto: “El pueblo fue a Betel y allí permanecieron hasta el anochecer, clamando y llorando amargamente en presencia de Dios. «Oh Señor, Dios de Israel —clamaban—, ¿por qué le ha sucedido esto a Israel? ¡Hoy ha desaparecido una de nuestras tribus!»” (Jueces 21:2-3). Después de recapacitar de este modo y clamar a Dios, aprovechando la circunstancia de que 600 varones de la tribu de Benjamín habían sobrevivido al exterminio, las tribus idearon una estrategia para proveerles esposas que les dieran descendencia y evitar así la desaparición de esta tribu de la que proceden, por cierto, personajes ilustres como Saúl, el primer rey de Israel y el propio Saulo de Tarso, mejor conocido como el apóstol Pablo. Todo lo cual es un recordatorio de que, en efecto: “… la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere” (Santiago 1:20)
La ira humana no produce la justicia
“Nuestro sentido de justicia y la necesidad de castigar las malas acciones pueden terminar en represalias vengativas y excesivas que luego lamentaremos”
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