El caótico y sombrío periodo de los jueces y el grado de degradación y abandono de Dios al que el pueblo en general, con muy contadas y honrosas excepciones, llegó en el curso de él, queda gráficamente ilustrado en el hecho de que en el lapso por él cubierto tuvieron lugar dos conflictos militares entre ejércitos que eran ambos miembros del pueblo de Israel. El primero fue el conflicto entre los galaaditas de la tribu de Manasés que siguieron a Jefté, enfrentados a la tribu de Efraín con sus celos, envidias, reclamos y amenazas subidas de tono que llevaron a una respuesta militar a Jefté y su ejército, cuyo balance final fue de cuarenta y dos mil bajas de la tribu de Efraín. Y el segundo fue el enfrentamiento de todas las demás tribus en contra de la tribu de Benjamín con ocasión del indignante episodio sucedido en Guibeá de Benjamín cuando un representativo grupo de benjaminitas violó y ultrajó a la concubina de un levita hospedado en esta ciudad, ante la imposibilidad de hacerlo con el mismo levita, como era su intención inicial, en un acto de total depravación, justificando las represalias del resto de tribus para castigar un acto tan vil, con bajas similares de lado y lado y la derrota final de la tribu de Benjamín: “Pero los de Benjamín salieron de Guibeá y abatieron aquel día a veintidós mil israelitas en el campo de batalla… Aquel día cayeron en combate veinticinco mil soldados benjamitas armados con espada, todos ellos guerreros valientes” (Jueces 20:21, 46), amenazando a esta tribu con el exterminio y la consecuente posibilidad de quedarse sin una posteridad que la representara en Israel
Guerras fratricidas, victorias amargas
“Las guerras civiles son luchas fratricidas en las que al final la victoria del vencedor es amarga pues las bajas de ambas partes son bajas de todos”
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