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Conferencias

La inspiración de la Biblia

¿Inerrante e infalible?

Una de las afirmaciones clásicas hechas por la iglesia a lo largo de la historia es que la Biblia es inspirada por Dios y por lo mismo, carente de error en cuanto al propósito de revelarnos todo lo que necesitamos saber en orden a la salvación y a adoptar una cosmovisión cierta y segura que corresponda fielmente a la realidad tal como se manifiesta en este universo y más allá de él. En conexión con esto se encuentra la afirmación consecuente en el sentido que la Biblia es “inerrante” o carente de error, e infalible, pues cumple sin falta las expectativas que genera y que depositamos en ella en relación con lo que podemos esperar en esta vida y más allá de ella en lo que respecta a Dios y nuestro destino eterno. Esta inspiración es, por supuesto, de orden sobrenatural y, como tal, se convierte en un blanco de ataque por parte de los detractores del cristianismo y de la religión en general que, desde las perspectivas materialistas y naturalistas que luchan por imponerse en la cultura actual y en la ciencia en particular, la niegan tajantemente e incluso la ridiculizan aprovechando que los cristianos no están en muchos casos en condiciones de entenderla y explicarla con algo de detalle y de manera satisfactoria, más allá de afirmarla y suscribirla con una fe de carbonero, es decir de manera ignorante y crédula.

Por eso debemos comenzar por entender qué significa la noción de “inspiración” cuando la aplicamos a la Biblia, distinguiéndola de la revelación con la que está íntimamente relacionada. Podríamos, entonces, comenzar por decir al respecto que la diferencia entre inspiración y revelación es la misma que existe entre el método y su resultado. La inspiración es el método, el cómo; la revelación es el resultado, el qué. Obviaremos, entonces, aquí la consideración de la revelación si no es estrictamente necesario referirnos a ella ꟷpues la revelación no deja de ser compleja al abarcar varios niveles entrelazados entre sí en la experiencia de la iglesiaꟷ, y nos concentraremos en el concepto de inspiración, respecto del cual el Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia nos dice que viene del latín inspirare es decir «insuflar» y que, como tal, no aparece en la Sagrada Escritura, sino que es el término latino que correspondería al griego theópneustos constituido por las palabras Theo (Dios) y pneo (respirar), es decir “insuflado” o “inspirado” por Dios, tal y como aparece en el pasaje clásico y referente obligado para fundamentar la autoridad de la Biblia de 2 Timoteo 3:16. Así, pues, en este orden de ideas: “un libro «inspirado» es aquel que tiene a Dios como autor último y principal”.

En consecuencia, la manera en que se utiliza aquí el término significa que, como lo dice Chafer: “La Biblia es el único libro escrito por inspiración de Dios, en el sentido de que Dios ha guiado personalmente a sus escritores. La inspiración de la Biblia se define como una enseñanza que Dios ha impartido directamente a sus autores y que, sin destruir ni anular su propia individualidad, su estilo literario o intereses personales, Dios ha transmitido en la misma Su completo e íntimo pensamiento, y así ha quedado registrado por sus autores humanos”. Esto, en otras palabras, significa que: “en cada detalle Dios guió a esos hombres de tal forma que lo que ellos escribieron fue precisamente lo que Dios intentó que escribieran, con el resultado, pues, de que la Biblia es, ciertamente, la Palabra de Dios”. Chafer continua elaborando sobre estas ideas y da así lugar a la pregunta que los detractores de la Biblia formulan para impugnar la doctrina de la inspiración: “¿Cómo puede un autor humano, registrando sus propios pensamientos y sus conocimientos, ser guiado para escribir exactamente lo que Dios desea que escriba?”. La manera en que respondamos esta pregunta depende de la teoría de la inspiración que suscribamos.

Estas teorías van desde el extremo de quienes minimizan la participación humana en la inspiración en favor de la dominante participación divina, hasta quienes hacen lo contrario, es decir minimizar la participación divina en favor de la humana. El ejemplo más clásico y extremo de lo primero es la llamada “teoría mecánica o del dictado” que afirma que, en la inspiración, los autores humanos de las Escrituras tan sólo actuaron como una especie de taquígrafos o secretarios de Dios. Esto, por supuesto, garantizaría sin dificultad que todas las palabras registradas en la Biblia provinieran de Dios con exactitud, pero enfrenta un problema insalvable, como lo es el hecho de que, al decir de Chafer: “si Dios hubiese dictado la Biblia, el estilo de la redacción y el vocabulario de la Biblia sería el mismo en toda su extensión”. Pero, por el contrario, vemos en ella que la participación humana es de gran importancia, puesto que los autores humanos: “de diversas maneras dejaron la impronta de su personalidad en el registro divino” y si se tratara de un dictado, una buena cantidad de pasajes bíblicos perderían su significado al proceder de Dios sin involucrar la personalidad de sus autores humanos ni surgir tampoco de sus experiencias personales, como se da a entender de forma inequívoca en muchos de estos casos, destacándose todas las oraciones que los escritores de la Biblia dirigen a Dios.

Ciertamente: “Algunas porciones de la Biblia fueron dictadas por Dios y así está indicado en el mismo texto sagrado, pero la mayor parte de la Biblia fue escrita por autores humanos sin evidencia de un dictado directo”. Como puede verse, la teoría mecánica o del dictado no pasa la prueba de la evidencia bíblica. Pero si nos desplazamos al otro extremo del espectro, allí tenemos más problemas al encontrarnos con la teoría de la inspiración naturalista. Siguiendo a Chafer: “Esta es la opinión más extrema de incredulidad y sostiene que la Biblia es igual que cualquier otro libro. Aunque Dios haya podido otorgar a sus autores una capacidad fuera de la común para expresar conceptos, es, después de todo una producción humana sin ninguna guía divina y sobrenatural”. La inspiración en este caso no sería diferente de la que se atribuye a un poeta cuando elabora un poema y el Espíritu Santo poco o nada tendría que hacer aquí, sino más bien lo que en el arte se designa como la “musa de la inspiración”. Por supuesto, en esta teoría el componente humano de la inspiración es por completo reivindicado, pero el divino es por completo negado, es decir que sucede lo opuesto a la teoría mecánica o del dictado.

Entre estos dos extremos del espectro encontramos la teoría del concepto, que sostiene que Dios inspiró el concepto a sus autores humanos, pero no las palabras exactas para transmitirlo. Puede que esta teoría tenga más en cuenta la participación humana en el proceso sin negar la iniciativa divina en él, pero también enfrenta problemas evidentes al hacer demasiadas concesiones a la autoridad humana. El problema aquí es que, si solo el concepto es inspirado, siempre existiría el riesgo de que lo malentendieran o que, de cualquier modo, al expresarlo con sus propias palabras, sus autores humanos bien habrían podido introducir errores en sus escritos que cambiarían su sentido original. Además, como nos lo hace notar Chafer, en contra de esta teoría vemos que en la Biblia: “Una y otra vez se pone énfasis en el sentido de que las palabras de la Sagrada Escritura han sido inspiradas. La importancia de las palabras se menciona frecuentemente”.

Muy cerca de la teoría de la inspiración naturalista, encontramos la teoría de la inspiración parcial, que es la generalmente suscrita por los teólogos liberales. Ésta, como su nombre lo indica, afirma que solo partes de la Biblia son inspiradas, pero no toda ella en su totalidad. Por supuesto, esto permite muy convenientemente sostener que la Biblia contiene errores, pues siempre se puede argumentar que las porciones que no son inspiradas pueden muy bien contener errores, como lo serían las referencias a la historia, la geografía o la ciencia. Pero el problema aquí es que, como lo hace notar una vez más Chafer: “Todas las formas de inspiración parcial dejan la inspiración a juicio del lector y, en consecuencia, la autoridad de la Escritura se convierte en la autoridad de la persona que lee la Escritura, no existiendo de tal forma dos lectores que estén de acuerdo con exactitud respecto a lo que hay de verdad y lo que no lo es”. Las teorías del concepto y de la inspiración parcial, si bien procuran tener en cuenta tanto la iniciativa divina como la participación humana en la inspiración de la Biblia, fallan al hacer demasiadas concesiones a su componente humano e introducen una subjetividad en el tema que debilita la afirmación de que la Biblia es, objetivamente, la Palabra de Dios, independientemente de que se le acepte o no como tal. Podría decirse que para quienes suscriben estas teorías, en virtud de la posibilidad de error que introducen o atribuyen a las Escrituras, la Biblia no es Palabra de Dios, sino que, a lo sumo, contiene Palabra de Dios, en proporciones indefinidas e indeterminadas, siempre a juicio del lector.

Justamente, la teoría neo-ortodoxa de la inspiración es una variante sofisticada de la teoría de la inspiración parcial que, al igual que ésta, sostiene la posibilidad de errores en la Biblia, pues para quienes la suscriben y defienden, la Biblia no sería más que una especie de testigo o mediador de la Palabra de Dios, es decir, de Jesucristo. Su diferencia con la teoría de la inspiración parcial es que establece la conversión de la persona como la clave interpretativa para llegar a discernir los aspectos inspirados de la Biblia que proceden de Dios y que le siguen hablando a los hombres de todas las épocas y separarlos de los errores que la Biblia presuntamente también contendría. Dicho de otro modo, para los neo-ortodoxos la Biblia no es, objetivamente, la Palabra de Dios, sino que llega a serlo cuando el sujeto o la persona humana experimenta la conversión a Cristo y no antes, siempre en el contexto de la filosofía existencialista con la que la neo-ortodoxia está en gran medida comprometida. Esta teoría, si bien le concede a la experiencia subjetiva de la conversión la importancia que la Biblia reclama para ella, es demasiado subjetivista y, a semejanza de la teoría de la inspiración parcial de la teología liberal, socava la autoridad objetiva de la Biblia y la deja a juicio del lector.

Tenemos aquí identificadas las diferentes teorías de inspiración de la Biblia que van desde la teoría de la inspiración naturalista hasta la teoría mecánica o del dictado, pasando por la teoría de la inspiración parcial, la teoría neo-ortodoxa de la inspiración y la teoría del concepto, todas ellas con problemas para mantener el balance y la tensión entre la participación humana y divina en la inspiración y que terminan traicionando alguna de las dos variables, por lo general la que tiene que ver con la participación divina que garantiza que la Biblia no contiene errores. Por eso, como lo dice el Dr. Alfonso Ropero: “Tan equivocado es decir que solo es palabra humana, semejante a cualquier otra producción literaria humana, como decir que solo es divina, desmintiendo sus más que evidentes rasgos humanos. Es humano-divina a la vez, procede de Dios y de los hombres”. Luego, se refiere al rango de explicaciones que hemos abarcado con las cinco teorías expuestas diciendo: “Explicar la inspiración es una de las cuestiones más difíciles y polémicas de la teología bíblica, sea para evitar la «inspiración mecánica» ꟷque anula al autor humanoꟷ, o la «inspiración poética» ─que elimina al autor divino─, sea para explicar la correlación divino-humana. Es lo que llamamos «inspiración orgánica»: el hagiógrafo [es decir, el autor humano], como parte vital del proceso final del escrito sagrado, le imprime su personalidad, perspectiva y mentalidad, de tal modo que Dios se acomoda al lenguaje humano y su situación histórica, pero expresando siempre lo que él quiere comunicar a los hombres en cada momento histórico”.

Como evidencia de esto, el Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia llama nuestra atención al hecho de que: “Las cartas paulinas nos revelan con una gran claridad, mayor quizá que cualquiera de los otros libros del NT, la personalidad de los escritores sagrados. Nos muestran que los autores conservan toda su capacidad intelectual y moral y sus características personales. Afirman anunciar aquello que han visto y conocido; distinguen, en ciertos casos, entre su opinión personal y las prescripciones obligatorias del Espíritu; en ocasiones se hallan en duda [como cuando Pablo no recuerda a quien más bautizó en Corinto, o no sabe si su experiencia de ser trasladado momentáneamente al tercer cielo fue en el cuerpo o fuera del cuerpo]; disputan, argumentan, apelan a su buena fe… y a la conciencia e inteligencia de sus oyentes”. Así, pues, y sea como fuere, ninguna teoría de la inspiración de la Biblia puede simplificar este complejo aspecto de la inspiración.

Teniendo en cuenta las debilidades de las teorías de la inspiración parcial, la neo-ortodoxa y la del concepto, la iglesia primitiva suscribía una teoría que hoy sigue sosteniendo el grueso de la iglesia actual, con las excepciones de quienes se adhieren a alguna de las tres anteriormente mencionadas. Esta teoría es la de la inspiración verbal y plenaria. Así se refiere Chafer a ella: “En la historia de la iglesia, la visión ortodoxa de la inspiración ha sido descrita como verbal y plenaria. Por inspiración verbal se quiere significar que el Espíritu de Dios fue quien guió la elección de las palabras usadas en los escritos originales… aunque son evidentes los elementos humanos en la Biblia, la doctrina de la inspiración plenaria sostiene y afirma que Dios lo dirigió, de tal forma que todas las palabras que fueron usadas, lo fueron igualmente por Dios, e inspiradas por Él. Esto se pone de relieve por el uso de la palabra «plenaria», que significa «completa inspiración», como término opuesto a los puntos de vista que afirman que sólo hay una parcial inspiración en la Biblia”.

Ahora bien, en relación con los términos del subtítulo de esta conferencia, Chafer continúa diciendo: “Otras palabras descriptivas adicionales se añaden con frecuencia para aclarar lo que es la doctrina ortodoxa. Se declara que la Escritura es infalible en el sentido de ser precisa e inmune a todo error. También se declara que la Escritura es inerrable, significando con ello que la Biblia no contiene ningún error, como declaración de hecho”. Y concluye diciendo: “Al afirmar que la Biblia está verbal y totalmente inspirada, además de ser inerrable e infalible en sus declaraciones de la verdad, se sostiene que la guía perfecta y sobrenatural de Dios es suministrada a toda palabra de la Escritura, de tal forma que la Biblia pueda ser considerada como una precisa y exacta declaración de la verdad divina”. Estos dos términos: inerrancia e infalibilidad aplicados a la Biblia en el sentido de no contener error ni poder fallar ni equivocarse respectivamente se sostienen y refuerzan mutuamente o se debilitan y caen también juntos en las teorías de la inspiración parcial, la neo-ortodoxa o la del concepto. Porque hay que decir que estos dos términos no son exactamente sinónimos, como si fueran dos palabras diferentes para decir lo mismo.

J. I. Packer define así la infalibilidad: “Infalibilidad significa la total confiabilidad de una guía que no engaña ni es engañada”. Y hace a su vez lo propio con la inerrancia: “Inerrancia significa la completa veracidad de una fuente de información que no tiene ningún error”, añadiendo un poco más adelante algo que se cae de su peso: “hay que mantener la total imposibilidad de error si la infalibilidad ha de ser permanente” en respuesta a las implicaciones que se siguen de las teorías de la inspiración parcial, la neo-ortodoxa y la del concepto defendidas indistintamente por los teólogos liberales en contravía con la abrumadora mayoría de la iglesia a lo largo de su historia. Porque si bien es cierto que los evangélicos: “reconocen la particularidad condicionada culturalmente de la enseñanza bíblica y la legitimidad de las investigaciones críticas y son tan versados exegéticamente como el primer grupo [es decir, como los teólogos liberales], censuran esta propuesta [la que se sigue de las teorías de la inspiración ya señaladas] como el filo delgado de una cuña”, preguntándose enseguida: “¿Qué se atreve uno a descartar [de la Biblia] como no teniendo importancia teológica? ¿Y cómo, una vez que se empiece, puede uno evitar llegar con el tiempo a tratar puntos de teología y ética bíblica como erróneos?”.

Ya Juan Wesley había señalado este riesgo e inconsecuencia teológica al declarar: “Si hubiera algún error en la Biblia, podría haber mil. Si hubiera alguna falsedad en este libro, no procedería del Dios de la verdad”. Y es que hay asuntos en los que la lógica más básica indica que si no se tiene todo, entonces, no se tiene nada. Aspectos de la vida en que, en términos porcentuales, si no se tiene el cien por ciento, no hay ninguna diferencia entre tener el noventa y nueve por ciento o el uno por ciento, pues ambos vienen a ser lo mismo en la práctica. Uno de estos asuntos es, precisamente, el que tiene que ver con la inerrancia o carencia de error de la Biblia. Si se admite o afirma que la Biblia contiene un solo error es lo mismo que afirmar que contiene mil o más. Dicho de forma más precisa, la autoridad de la Biblia se ve de inmediato igualmente socavada o puesta en entredicho para todo efecto práctico, ya sea que se afirme que contiene un solo error o mil de ellos, pues en este particular, como lo dice Salomón: “… Un solo error acaba con muchos bienes” (Eclesiastés 9:18), o como lo afirma Santiago en relación con el cumplimiento de la ley con miras a obtener la salvación a través de la obediencia a ella: “Porque el que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda” (Santiago 2:10).

Esto sucede así debido a que este tipo de afirmación coloca al crítico de turno como juez, por encima de la Biblia, y no ya subordinado a ella. En otras palabras, señalar uno o más errores indistintamente en la Biblia, pone al ser humano como juez de la Biblia y no a la Biblia como juez del ser humano, desvirtuando de inmediato la autoridad divina por ella reclamada para trasladarla al ser humano que es, entonces, quien determina en donde yerra y en donde acierta, independiente de en qué porcentajes incurra en lo uno o lo otro. Basta ver cómo, en relación con la inerrancia, si contiene un solo error la Biblia deja en el acto de ser inerrante tanto como si contuviera mil. Afirmar la presencia de un error en la Biblia es como abrirle un agujero a un recipiente con líquido, pues sin importar su tamaño ni el tiempo que tome, el líquido se escapará irremediablemente del recipiente. Somos conscientes de que esto deja sobre el papel a la Biblia y al cristianismo en una situación potencialmente muy vulnerable, pues si llegara a demostrarse sin duda alguna y de manera evidente que contiene un solo error, en ese mismo instante tanto ella como la fe cristiana comienzan a hacer aguas y a naufragar. Pero el asunto es que, a pesar de ofrecer este flanco a sus atacantes a lo largo de la historia, la Palabra de Dios se ha mantenido en pie durante dos mil años y nadie ha podido señalarle un solo error de manera concluyente, de modo que el cristianismo pueda seguir reclamando para sí con confianza y autoridad lo dicho por el apóstol: “Nuestra exhortación no se origina en el error ni en malas intenciones, ni procura engañar a nadie” (1 Tesalonicenses 2:3)

A esto se refería también R. C. Sproul cuando denunciaba que: “Algunos teólogos han tratado de quedarse con el oro y el moro; es decir, por un lado afirman que la Biblia es inspirada pero al mismo tiempo niegan su infalibilidad”. Porque afirmar, por una parte, que la Biblia es inspirada por Dios, como ella misma lo afirma, y negar, por otro lado y al mismo tiempo, su infalibilidad, es un malabarismo muy difícil a la luz del sentido común, la lógica y la razón que nos arroja, además, al subjetivismo en su interpretación, pues como J. I. Packer lo declara: “esta clase de interpretación subjetiva es inevitable cuando se une la afirmación de la autoridad bíblica con la negación de la infalibilidad bíblica”, pues: “entre menos confiabilidad se atribuye a la Escritura, menos precisa llega a ser su autoridad”. En efecto, la única manera de conciliar ambas afirmaciones contradictorias ─la defensa de la autoridad de la Biblia al mismo tiempo que se niega su infalibilidad─ es suscribiendo una muy pobre doctrina de la inspiración de la Biblia que permita que ésta pueda llegar a ser falible de algún modo, como las que ya hemos señalado y censurado por inconvenientes y contrarias a la evidencia.

Pero si sostenemos, como lo ha hecho la ortodoxia cristiana a lo largo de la historia, que la Biblia es verbal (es decir, palabra por palabra) y plenariamente (es decir, en su totalidad) inspirada; la inerrancia y la infalibilidad de la Biblia son las consecuencias lógicas que se siguen de su inspiración. En otras palabras, si la Biblia es verbal y plenariamente inspirada por Dios, tiene por fuerza que ser inerrante (no contener errores) e infalible, recordando que la infalibilidad se apoya en la inerrancia y va más allá de ella para afirmar que no se trata tan sólo de que no contenga errores de hecho (inerrante), sino que en último término la Biblia es eficaz y no falla (infalible) en el cumplimiento del propósito que persigue, como lo declara el profeta: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos” (Isaías 55:10-11).

Ahora bien, es oportuno hacer aquí una precisión. Esto es que la inerrancia e infalibilidad de la Biblia pueden ser sostenidas por igual por tradiciones teológicas diferentes dentro del espectro de la sana doctrina, como por ejemplo el creacionismo de la Tierra joven, el de la Tierra antigua y el evolucionismo teísta, pues las diferencias al respecto surgen de la interpretación que cada una de ellas hace de la Biblia en temas complejos en que la Biblia no es tan clara como lo desearíamos. Walter C. Kaiser, presidente emérito del Gordon-Conwell Theological Seminary nos informa que en un encuentro entre cristianos representantes de estas tres posturas, a pesar de las diferencias, todos firmaron una declaración a favor de la inerrancia, puesto que: “La adhesión a seis días consecutivos de 24 horas para la creación no fue esencial para mantener la creencia en la inerrancia bíblica”. Ciertamente, el acuerdo alrededor de la inerrancia e infalibilidad de la Biblia como producto de la inspiración divina que se encuentra detrás de su redacción, no significa que la Biblia no pueda dar lugar a posturas variadas y diferentes en la iglesia acerca de algunos temas controvertidos en los que las Escrituras no exhiben toda la precisión que la iglesia desearía al respecto.

Uno de estos temas es la duración de los seis días de la creación relacionados en el primer capítulo del Génesis, asunto en el que la opinión de los cristianos se encuentra dividida desde los primeros siglos de la iglesia entre los que los interpretan como días de 24 horas y quienes los interpretan como grandes periodos de tiempo que equivaldrían a las edades o eras que la geología y la paleontología postulan hoy para la Tierra. Más allá de la discusión al interior de la iglesia sobre este particular, lo cierto es que ninguna de estas posturas niega a la Biblia su inerrancia e infalibilidad, de donde suscribir cualquiera de ellas no conlleva para ninguna de las otras posturas tener que dejar de considerar a la Biblia como la inspirada y autoritativa revelación de Dios a los hombres, por lo que esta discusión no concierne ni afecta creencias esenciales de lo que la Biblia llama “la sana doctrina”, que comprende todos los aspectos doctrinales que todo cristiano debe creer en orden a la salvación y la correcta comprensión de la revelación de Dios. El debate al respecto puede, pues, seguir abierto sin perjuicio de la fraternidad y comunión entre las partes, siempre dispuestas a suscribir juntas la confiabilidad de las Escrituras y a hacer causa común ante todo el que ataque la inerrancia bíblica y su insuperable utilidad para la vida humana.

Ahora bien, una argumentación típica pero insustancial en contra de la inerrancia y la infalibilidad de la Biblia es aquella que, apoyada en la indiscutible y bíblicamente bien atestiguada participación humana en la redacción de las Sagradas Escrituras, afirma que esta participación es en sí misma una negación de la inerrancia, por aquello de que “errar es humano”. J. I. Packer sale al paso una vez más diciendo: “No era necesario que la Biblia, siendo humana, se equivocara a veces, como no lo fue que Jesús, siendo humano, errara el camino en su conducta o enseñanza. Aquellos que confiesan un Cristo sin pecado… no pueden descartar consistentemente esta creencia análoga en una Biblia inerrable”. Los autores humanos de la Biblia eran, sin duda, hombres piadosos, pero aun así falibles. Pero eso no significa que siempre fueran falibles. Por eso sin dejar de reconocer ni su piedad ni su eventual falibilidad, hay que decir al mismo tiempo que admitir la falibilidad del ser humano no es lo mismo que afirmar que todo lo que el ser humano emprende es falible. El ser humano falla muchas veces, es cierto, pero esto no significa que falle siempre ni mucho menos. Por tanto, es completamente razonable decir que, aunque el hombre falle en múltiples ocasiones, la elaboración y redacción de la Biblia no es una de ellas. Con mayor razón teniendo en cuenta la sobrenatural iniciativa que Dios ejerció en el proceso para garantizar que en ella quedara registrado lo que Él deseaba revelarnos, sin falla ni error alguno.

Resta por hacer una precisión necesaria alrededor de la inerrancia y la infalibilidad, precisión que corre por cuenta de José María Tellería Larragaña cuando declara: “La pretensión de una Biblia inerrante e infalible en todas las áreas del conocimiento contribuye a una total postergación, cuando no disolución, del hilo conductor de las Escrituras, de su mensaje central”. Se refiere este autor a que, paradójicamente, la defensa obsesiva de la inerrancia e infalibilidad de la Biblia ─sobre todo su inerrancia e infalibilidad literal, es decir interpretada al pie de la letra─, por parte de algunos creyentes especialmente dotados para esta labor puede ser un distractor que los haga perder de vista su propósito y mensaje central, postergándolo y diluyéndolo en ejercicios apologéticos inconvenientes por los que se intenta demostrar que la Biblia se pronuncia con acierto en todas las áreas del saber humano, incluyendo el campo de las diferentes ciencias especializadas desarrolladas por el hombre moderno.

Al proceder de este modo se olvida que la Biblia no es un libro de ciencia y no se le puede entonces pedir que nos revele con exactitud las verdades concernientes a la ciencia que ella misma debe investigar conforme a la legítima naturaleza de su actividad. Dicho de otro modo, los intereses de la Biblia no son los de la ciencia. Así, al asumir la defensa de nuestra fe apelando a la confiabilidad de las Escrituras los cristianos no podemos dejarnos desviar y extraviar en ejercicios estériles e inconvenientes por los que, al procurar afirmar la inerrancia e infalibilidad de la Biblia al detalle, nos perdamos en discusiones bizantinas y disquisiciones inútiles que no son más que digresiones no concluyentes que nos apartan de su propósito principal y le brindan a nuestros oyentes salidas fáciles para eludir y evitar la confrontación con el Cristo de la fe, ocupados como estamos en establecer la veracidad de la Biblia en todo tipo de asuntos muy alejados y sin relación directa con éste, su tema central. La Biblia se escribió para conducir a sus oyentes y lectores a la fe y la salvación en Cristo y no para impartir lecciones de ciencia y de cultura general, aunque incidentalmente y como se esperaría de la inspiración divina sobre ella, sus contenidos no riñan de manera necesaria con lo que la ciencia descubre y establece.

J. I. Packer también coincide con esto al informarnos que: “Algunos evangélicos que afirman que la Escritura es infalible y que nunca nos informa ni nos dirige mal, se niegan a llamarla inerrable porque piensan que esa palabra está manchada por asociación. Piensan que comprometen a quienes la usan a: (1) una apologética racionalista que trata de basar la confianza en la Biblia sobre la prueba de su veracidad más bien que sobre el testimonio divino a ella”. Y luego de señalar tres puntos más que vamos a obviar para no extendernos demasiado, concluye diciendo que las asociaciones alrededor de la inerrancia también puede terminar comprometiendo a quienes la utilizan a: “(5) una teología preocupada con detalles periféricos que apartan la atención de Cristo, el centro focal de la Biblia”, que es en esencia lo que Larrañaga también sostiene. Temores que no carecen de fundamento en la experiencia, pues Packer continúa informándonos que: “Tales temores son comprensibles, ya que proponentes de lo inerrable se han equivocado de todas estas maneras, especialmente en la América del Norte, y los eruditos de la actualidad que sostienen la inerrancia tienen que rechazar todos estos escollos”.

Concluye así Packer el tema que nos ocupa: “Así como hay una inerrancia racionalista que basa la creencia en la Biblia sobre la comprobación de su veracidad, también hay una no-inerrancia relativista que, a la luz de la lógica, el conocimiento secular y la habilidad crítica, pretende encontrar en la Escritura errores que realmente no importan. Ambas cosas son teológicamente censurables… [pues] cada una yerra al hacer de la razón humana el árbitro de las realidades divinas. Por mucho éxito que se tenga en demostrar que en la Escritura la fe es razonable y la incredulidad irrazonable, la justificación para creerla verdadera… sigue siendo, objetivamente, la enseñanza de Cristo y sus apóstoles sobre su naturaleza y su lugar y, subjetivamente, la convicción de su autoridad divina por el Espíritu Santo”. Por eso, sin perjuicio de los adjetivos “inerrable” e “infalible” con los que la calificamos, al final: “Qué palabras se utilizan para expresar la autoridad de la Biblia importa menos que el vivir de acuerdo con ella de esta manera”.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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