¿El mismo Cristo de la fe?
En línea con el tema de la arqueología y la documentación histórica que confirma o hace por lo menos solventemente verosímiles y creíbles los relatos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento susceptibles de ser investigados por las modernas ciencias bíblicas, debemos dedicar una apretada conferencia a la mayor o menor veracidad de Jesucristo como personaje histórico basados en este caso en toda la documentación histórica, bíblica y extra bíblica alrededor de Él y, en menor grado, los estudios antropológicos y sociológicos sobre el judaísmo del primer siglo y la cultura grecorromana en la que se enmarca la vida y la obra de Cristo. Un tema que ya se ha tocado tangencialmente o de manera muy focalizada en las conferencias sobre “Cristianismo o gnosticismo” y “¿Cuál Jesús?” publicadas anteriormente en el blog de Creer y comprender disponibles para los lectores interesados, pero del cual debemos ahora ocuparnos de manera más amplia, generalizada y metódica.
Para hacerlo, debemos informar que ya a estas alturas existen dos términos técnicos en teología para referirse a la persona de Cristo desde la óptica de la investigación alrededor de su vida: el Jesús histórico y el Cristo de la fe, respectivamente. La investigación histórica acerca de Cristo ha tendido a disociar estos dos conceptos, como si no fueran coincidentes o no tuvieran ni siquiera mucha relación entre sí, dejándonos ante la disyuntiva de tener que escoger entre ambos, optando por una imagen confiable pero escéptica de Cristo como la evocada con la expresión “el Jesús histórico”, o una imagen religiosa como la tradicional, supuestamente adornada artificialmente por mitos y leyendas como la que evocaría a su vez la expresión “el Cristo de la fe”. Vamos a tratar, pues, de establecer aquí si esa disociación tiene todo el peso que pretende o sí, por el contrario, el estado actual de estas investigaciones apuntan más bien a una coincidencia cada vez mayor entre ambos conceptos como la que sostenemos y proclamamos los creyentes en Cristo en la iglesia.
El término “Jesús histórico” es producto, a su vez, de otro proyecto muy conocido en la teología con ya poco más de tres siglos de historia, como lo es la llamada “búsqueda del Jesús histórico”, un proyecto de investigación vigente en mayor o menor grado desde la misma Reforma protestante que, si bien no lo emprendió por sí misma, si lo hizo hasta cierto punto posible, pero en este caso por cuenta del movimiento divergente que le siguió conocido como la ilustración francesa que, con su visión racionalista y escéptica hacia la religión y hacia lo sobrenatural ꟷy, por ende, hacia la confiabilidad histórica de los cuatro evangelios canónicosꟷ, abonó el terreno para el surgimiento de la siempre controvertida e ideológicamente comprometida teología liberal con su rechazo sistemático de lo sobrenatural y milagroso como motivo siempre presente de manera encubierta y sesgada en su agenda de investigación.
Fue en este contexto en el que sucesivos teólogos alemanes como Herman Samuel Reimarus en el siglo XVIII, considerado uno de los pioneros de la crítica bíblica y David Friedrich Strauss en el siglo XIX emprendieron y lideraron la que se considera la primera búsqueda del Jesús histórico, enarbolando como bandera la noción del mito para cuestionar mediante ella de una manera que no deja de sonar gratuita y hasta malintencionada la confiabilidad histórica de los evangelios. Esta primera búsqueda empeñada por encontrar a un Jesús natural y desmitificado contrario al de los evangelios y despojado de su condición divina, terminó en un estruendoso fracaso sin lograr consensos alrededor de un Jesús diferente al de los evangelios. Fracaso recogido en su momento por el misionero y erudito teólogo liberal alemán Albert Schweitzer en su famoso y concluyente libro La búsqueda del Jesús histórico que, si bien consignó este fracaso, dejó sin embargo abierta la puerta a la disociación entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe.
Después vino un periodo en que, decepcionados del resultado de la primera búsqueda que no encontró a un Jesús diferente al de los evangelios como era su deseo, pero que se resistía al mismo tiempo a considerar el relato de los evangelios alrededor de Jesús como históricamente confiable, el desinterés en esta búsqueda fue la característica. El escepticismo se extendió, entonces, desde la desconfianza hacia la figura humano-divina y sobrenatural que los evangelios ofrecen de Jesús, al escepticismo hacia la posibilidad de encontrar siquiera una imagen confiable del Jesús histórico. Este fue el contexto de la teología neo-ortodoxa de Barth, Tillich y sobre todo, de Bultman con su programa de “desmitologización” que afirmaba que, aunque los relatos de los evangelios son mitos históricos, no obstante tenían validez existencial para confrontar al hombre moderno y requerir de él una decisión a favor de Cristo. Con este insostenible malabarismo de afirmar verdades existenciales apoyadas en mentiras históricas los eruditos neo-ortodoxos siguieron manteniendo en mayor o menor grado la disociación entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, abogando por el ejercicio fideista e irracional de seguir creyendo en el Cristo de la fe, así no coincidiera con el Jesús histórico.
Al fin y al cabo, como lo dice Craig Blomberg: “Los cristianos creen que por más maravillosas que fueran la vida, las enseñanzas, y los milagros de Jesús, no tendrían sentido si no fuera un hecho histórico que Cristo murió y que resucitó de los muertos y que esto proveyó redención, o perdón, de los pecados de la humanidad”, puesto que, como añade luego: “la teología tiene que fluir de la historia fiel”. Por eso este estado de cosas no podía ser mantenido durante mucho tiempo sin incurrir en una especie de esquizofrenia intelectual que pondría al espíritu del creyente en contra de su razón al insistir en creer en Cristo en contravía, presuntamente, de la evidencia histórica. Esto explica que Käsemann, discípulo de Bultmann, decidiera por obvias razones disentir en este aspecto de su maestro, para iniciar la que se considera la segunda búsqueda del Jesús histórico. Una búsqueda más modesta y menos pretenciosa que la primera, que había aprendido de sus errores, pero que al renunciar de todos modos al intento de reconstruir una biografía de Cristo como personaje histórico de carne y hueso, para concentrarse con especialidad en sus dichos, es decir en lo que dijo más que en lo que hizo, dejó abonado el terreno para proyectos recientes igualmente escépticos hacia el relato de los evangelios.
Nos referimos aquí al polémico y mediático Seminario Jesús ꟷnombre con el que se le conoceꟷ, que es unproyecto de investigación en cabeza de un minoritario y nada representativo grupo de eruditos como Robert Funk, Marcus J. Borg y John Dominic Crossan como sus más conocidos líderes y exponentes que, hasta cierto punto, parecerían hacerle el juego desde adentro de la iglesia y desde su ala más liberal, a los también muy mediáticos “nuevos ateos” con Richard Dawkins a la cabeza, para desvirtuar desde adentro y desde afuera las bases objetivas y tradicionales del evangelio alrededor de la confiabilidad de los relatos acerca de Jesús. Para que entendamos este comentario, basta decir que el Seminario Jesús ꟷal que dedicaremos una conferencia completa más adelante para refutarloꟷ concluyó, al decir de Jeffery Sheler y de un modo que no deja de ser altamente especulativo y arbitrario que: “no más del veinte por ciento de los dichos, y un porcentaje inclusive menor de los hechos atribuidos a Jesús [en los evangelios] son auténticos”. Ante estas conclusiones, un erudito conservador como Gregory Boyd dijo con gran acierto, como lo recoge una vez más Jeffery Sheler, que: “«No es simplemente cuestión de salir y comenzar una revolución». Según Boyd, la mayor parte de las cosas que el seminario está diciendo «es teología liberal del antiguo estándar. No se impuso antes, y dudo que se imponga ahora»”.
Por todo lo anterior, y a pesar de querer romper en principio con el estancamiento y acomodación de la neo-ortodoxia, desinteresada de esta búsqueda, Sheler nos informa que: “la Nueva Búsqueda ha retrocedido al pesimismo de la No Búsqueda de Bultmann hasta casi completar el círculo”. Con todo, los descubrimientos de mayor material extra bíblico relacionado de manera indirecta con Cristo, como los rollos del Mar Muerto ꟷa los que también dedicaremos una conferencia en breveꟷ y la Biblioteca de Nag Hammadi asociada a los evangelios gnósticos (ver la conferencia “Cristianismo o gnosticismo”) impidieron que esta nueva búsqueda colapsara, a pesar de sus conclusiones sesgadas en cabeza de los eruditos del Seminario Jesús. Por el contrario, hoy nos encontramos en medio de lo que se ha dado en llamar la Tercera Búsqueda que, como nos lo informa Sheler, en buena hora: “incluye una diversidad mucho mayor de eruditos, muchos de los cuales rinden escaso tributo al legado del escepticismo, el naturalismo filosófico y el minimalismo bíblico de Bultmann”. Entre los eruditos de esta tercera búsqueda se encuentran Geza Vermes, E. P. Sanders y N. T. Wright quienes tienen en cuenta un rango de investigación más amplio que el de sus predecesores, sin desestimar ni dejar de tomar en cuenta los cuatro evangelios canónicos, a diferencia de lo hecho por muchos de los involucrados en las anteriores búsquedas.
Es más, como sigue informándonos Sheler: “En algunos rincones de la Tercera Búsqueda hay una mayor apertura a la posibilidad de que lo sobrenatural haya actuado en la vida de Jesús y del mundo. Hay también una mayor voluntad de sopesar la evidencia, sea que surja de los evangelios o de fuentes no bíblicas, sin los filtros de las ortodoxias ideológicas de derecha o izquierda”, es decir, de manera más objetiva, humilde y desprejuiciada. A estas alturas y ya embarcados en una tercera búsqueda: “Si algo han revelado las investigaciones sobre Jesús, llevadas a cabo durante dos siglos, es que sin importar lo confiables que en definitiva resulten ser, los evangelios del Nuevo Testamento siguen siendo el registro único más notable de la vida y la época de Jesús. Aunque otras fuentes externas pueden ayudar a colorear el escenario y llenar los vacíos, las imágenes de Jesús, pintadas por los evangelios, siguen siendo las más vívidas y completas que tenemos”, trasladando en buena medida la investigación a establecer la veracidad histórica de los evangelios sin descartarlos de entrada con base en prejuicios y compromisos ideológicos.
Por último y como es apenas obvio: “La continuidad de la empresa histórica también ha puesto de relieve la fuerte interrelación entra la búsqueda y el que busca, es decir, el alcance de la influencia del que investiga sobre los resultados de su investigación”, a semejanza de lo que sucede en el campo de la física (ver conferencia “La física de Dios”) en cuanto al papel que el observador desempeña y la influencia que ejerce en los resultados de las investigaciones alrededor de la física cuántica, alterándolos o modificándolos de manera inevitable. Valga decir que, además de los ya señalados, sobresale en esta tercera búsqueda el católico John Meier con su monumental estudio de más de 1.600 páginas en dos volúmenes, con uno tercero en camino titulado: “Un judío marginal: replanteando al Jesús histórico”.
Pero es el ya mencionado N. T. Wright quien “aparece como una figura imponente, aunque algo solitaria en un campo dominado por los escépticos”. Wright: “es un acérrimo defensor de la ortodoxia cristiana, que encuentra en los evangelios gran cantidad de elementos históricos confiables”. Al mismo tiempo: “cree que el cristianismo tradicional puede aprender mucho sobre Jesús y su mundo, inclusive de fuentes externas a la Biblia”, sin perder de vista que: “en la concepción de Wright, el Jesús histórico es, en muchos aspectos, el Jesús de los evangelios”. Wright advierte, sin embargo, que: “existe un «peligro de idolatría» como resultado de ser «excesivamente protector con respecto a lecturas particulares de la Biblia». En su opinión, la Biblia «es el libro de Dios para el pueblo de Dios». Pero «en última instancia, la seguridad del pueblo de Dios, es Dios mismo»”. Al fin y al cabo: “el cristianismo debería emerger robustecido de la investigación histórica, no desdibujado o debilitado. En lugar de retratos pobres [del Jesús histórico] necesitamos buenos retratos”.
Además de la investigación emprendida por Jeffery Sheler citada repetidamente en estas conferencias alrededor de su libro ¿Es verdad la Biblia?, vamos a remitirnos en lo que resta de esta conferencia al periodista, investigador y apologista cristiano Lee Strobel y sus libros, en particular el que lleva como título El caso de Cristo, por la profusión de testimonios eruditos que contiene sobre el tema, procedentes de las entrevistas hechas por este autor a especialistas reconocidos en todos los campos de investigación abarcados por la búsqueda del Jesús histórico. Para enganchar con nuestras anteriores dos conferencias enfocadas en la arqueología, John MacRay, prestigioso especialista autor del voluminoso libro Arqueología y el Nuevo Testamento, entrevistado por Strobel al respecto, corrobora todo lo dicho en nuestra anterior conferencia sobre la arqueología en relación con el Nuevo Testamento, añadiendo un buen número de detalles adicionales que refuerzan la confiabilidad inicial que el Nuevo Testamento nos merece desde el punto de vista arqueológico.
Partiendo de este hecho podemos establecer también la confiabilidad documental particular de los cuatro evangelios en la medida en que son testimonios de testigos oculares presenciales de los hechos en ellos narrados, tal como lo establece el erudito Craig Blomberg, con impecables credenciales académicas y autor del libro La confiabilidad histórica de los evangelios, quien sostiene con todo el peso de la evidencia científica de su lado que los evangelios son escritos de épocas tan tempranas que no pueden considerarse como leyendas inventadas. Strobel resume los resultados de su entrevista a Blomberg diciendo: “Blomberg argumentó persuasivamente que los escritores de los evangelios intentaron preservar la historia fiable, lo lograron, fueron honestos y estuvieron dispuestos a incluir material difícil de explicar, sin permitir la parcialidad para mejorar indebidamente sus reportes. La armonía entre los evangelios en hechos esenciales, acoplada con la disparidad en detalles incidentales, da una credibilidad histórica a los informes. Lo más importante, la iglesia primitiva no hubiera podido echar raíces y florecer ahí mismo en Jerusalén si estuviera enseñando hechos acerca de Jesús que sus propios contemporáneos podían exponer como exagerados o falsos”.
Podemos continuar con la transmisión textual íntegra y fidedigna de los contenidos de los evangelios, tema que se aborda en dos conferencias también disponibles en el blog de Creer y comprender a saber, la relativa a “El canon de las Escrituras” y la que gira alrededor de las “Traducciones modernas de la Biblia, ¿fieles o adulteradas?”, por lo que nos limitaremos una vez más al resumen concluyente hecho por Lee Strobel de su entrevista con el especialista y ya fallecido Bruce Metzger, toda una autoridad en crítica textual. Metzger establece más allá de toda duda la existencia actual de un número sin precedentes de manuscritos del Nuevo Testamento que pueden tener una fecha demasiado cercana a los escritos originales que no admite semejanza con la comparativamente escasa evidencia textual disponible para muchas otras obras de la antigüedad cuya fidelidad nadie pone en duda. Además, Metzger nos informa que se ha establecido científicamente que nuestro moderno Nuevo Testamento está libre de discrepancias textuales en un porcentaje del 99,5%, porcentaje también mucho mayor para efectos de establecer su confiabilidad que cualquier otra obra antigua de las que, no obstante su porcentaje de discrepancias significativamente mayor, no se pone en duda su fidelidad para todo efecto práctico.
Pero, para los propósitos de esta conferencia, el capítulo del libro de Strobel que más nos interesa es el cuarto, en el que se formula la pregunta de si ¿hay alguna evidencia creíble a favor de Jesús fuera de sus biografías?, entendiendo como “biografías” los relatos contenidos en los cuatro evangelios canónicos. En esta oportunidad el entrevistado es Edwin Yamauchi, reputado y acreditado historiador de trasfondo budista, convertido al cristianismo. De hecho, ya Craig Blomberg había anticipado la necesidad de esta entrevista a Yamauchi cuando dijo en su momento: “Además, podemos saber a través de fuentes no cristianas un montón de hechos acerca de Jesús que corroboran enseñanzas claves y sucesos de su vida. Y cuando uno se detiene a pensar que los historiadores antiguos se ocupaban principalmente solo de líderes políticos, emperadores, reyes, batallas militares, figuras religiosas oficiales, y grandes movimientos filosóficos, es notable cuánto podemos aprender acerca de Jesús y sus seguidores, aunque ninguno encajaba dentro de esas categorías en el tiempo en que estos historiadores escribían”. Y eso es lo que vamos a examinar de la mano de Yamauchi, para confirmar que, en efecto, el Jesús histórico es el mismo Cristo de la fe.
Yamauchi y los historiadores profesionales en general nos informan que, en relación con las fuentes no bíblicas y no cristianas que mencionan a Cristo, existen esencialmente fuentes documentales de dos tipos: los documentos de historiadores y escritores no cristianos procedentes de la cultura grecorromana que son moderadamente hostiles al cristianismo, lo cual concede a su testimonio un mayor valor de prueba cuando, a pesar de esta hostilidad velada o manifiesta, sus contenidos coinciden esencialmente con los contenidos de la Biblia en general y de los evangelios en particular, corroborándolos, a su pesar. Y las fuentes judías abiertamente hostiles al cristianismo recogidas en el Talmud, cuya nada disimulada hostilidad es aún más significativa que la de los historiadores y escritores paganos, pues en la medida en que, a pesar de esta declarada hostilidad, las afirmaciones del Talmud no dejen de coincidir con las de los evangelios, así también su carácter de prueba a favor de la veracidad de las descripciones de Cristo consignadas en los evangelios adquiere mayor peso aun que las de los historiadores sin conexiones evidentes con la Biblia.
En la consideración y evaluación de todas estas fuentes, y en particular de las no cristianas, Yamauchi las coloca de entrada en su justo lugar y proporción para no terminar valorándolas excesivamente en perjuicio de los evangelios: “… los Evangelios son fuentes excelentes… En realidad, son las fuentes más fidedignas, completas y confiables acerca de Jesús. Las fuentes incidentales no aportan mucha información detallada; sin embargo, son válidas como evidencia corroborativa”. Así que su valor fundamental es como evidencia corroborativa, no propiamente informativa o refutatoria ni mucho menos. Analicemos, entonces, el primer grupo de testimonios. Entre estos podemos mencionar principalmente a los siguientes cuatro personajes: Flavio Josefo, Tácito, Suetonio, y Plinio el Joven (sin mencionar la referencia que tenemos del historiador romano Tallo, quien hizo una alusión independiente de los evangelios a la oscuridad reinante con ocasión de la crucifixión de Cristo).
Flavio Josefo es tal vez uno de los testimonios más neutrales que podemos encontrar en relación con Cristo, pues aunque era un escritor e historiador judío muy reconocido del primer siglo, era prorromano, pues se había rendido al emperador Vespasiano en vez de suicidarse como el resto de sus compañeros que se hallaban defendiendo la ciudad judía de Jotapata y se había convertido en colaboracionista y fue considerado por esto como traidor por su propio pueblo. Estas circunstancias lo ponen por fuera del tono controversial y condenatorio a ultranza hacia Cristo y el cristianismo que sería de esperar de un autor judío asociado a los gobernantes del Sanedrín o Consejo de gobierno judío. Flavio Josefo menciona en dos oportunidades a Cristo. La primera de ellas se encuentra en su obra Antigüedades de los judíos y se considera auténtica de manera unánime, en la que, refiriéndose al sumo sacerdote Ananías, nos informa que éste se aprovechó de la muerte del gobernador romano Festo (ambos mencionados en el libro de los Hechos de los Apóstoles), para ejecutar a Santiago sin impedimentos. La cita dice textualmente que Ananías: “Convocó a una reunión del Sanedrín y trajo ante él a un hombre llamado Santiago, el hermano de Jesús, llamado el Cristo, y a otros más. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para ser apedreados”.
La segunda cita es más famosa y controvertida y se conoce como el Testimonium Flavianum, también recogido en su obra Antigüedades y dice así: “En aquel tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si en verdad uno debe llamarlo hombre. Por cuanto fue alguien que llevó a cabo obras sorprendentes y maestro de aquellos que aceptan la verdad con gusto. Ganó a muchos judíos y a muchos de los griegos. Era el Cristo. Cuando Pilato, luego de haber escuchado las acusaciones en su contra por parte de hombres en eminencia entre nosotros, lo condenó a ser crucificado, aquellos que en principio lo habían amado no renunciaron a su afecto por él. Al tercer día se les apareció restaurado a la vida, por cuanto los profetas de Dios habían profetizado ésta y otras maravillas acerca de él. Y la tribu de cristianos, que de él toman su nombre, hasta este día no ha desaparecido”. Obviamente, el tono marcadamente confesional de este pasaje ha hecho que muchos lo pongan en duda como auténtico, sobre todo porque se sabe que Flavio Josefo nunca llegó a ser cristiano, lo cual sería inconcebible a la luz de esta declaración, de ser toda ella auténtica. Así, si bien los cristianos acogieron este testimonio de lleno por razones obvias, los eruditos de la ilustración lo desecharon por completo como un texto falsificado.
Pero la mas reciente erudición lo considera auténtico, aunque interpolado por los cristianos, es decir que los cristianos le añadieron a lo dicho por Flavio Josefo las siguientes porciones: “… si en verdad uno debe llamarlo hombre… Era el Cristo… Al tercer día se les apareció restaurado a la vida, por cuanto los profetas de Dios habían profetizado ésta y otras maravillas acerca de él…”. Pero aun despojado de estos añadidos posteriores, como lo dice Yamauchi, el texto original: “corrobora información importante sobre Jesús: que fue el líder martirizado de la iglesia de Jerusalén y que era un maestro sabio que estableció un grupo amplio y duradero de seguidores, a pesar del hecho de que fue crucificado bajo el gobierno de Poncio Pilato por instigación de algunos de los líderes judíos”
Continuemos con Tácito, el historiador romano en su obra Anales, quien a pesar de su postura prejuiciada y hostil hacia el cristianismo, al que veía como una superstición, dice lo siguiente cuando está de todos modos afirmando de forma explícita que Nerón utilizó injustamente a los cristianos como chivos expiatorios del incendio de Roma en el 64 d. C. provocado por él mismo, para desviar así las sospechas que recaían sobre él: “Nerón le echó la culpa e infligió las torturas más agudas a una clase odiada por sus abominaciones, llamada cristianos por el populacho. Cristo, de quien deriva el origen del nombre, sufrió el castigo máximo durante el reino de Tiberio de mano de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato. Esta superstición muy dañina, habiéndose controlado por el momento de esa manera, resurgió no solo en Judea, la primera fuente del mal, sino incluso en Roma… En consecuencia, se realizó el arresto en principio de cualquiera que se declarará culpable [de ser cristiano]: después, según su declaración, una inmensa multitud fue condenada, no tanto por el delito de incendiar la ciudad sino por odio contra la humanidad”. Yamauchi puntualiza aquí que éste: “Es un testimonio importante por parte de un testigo hostil del éxito y la propagación del cristianismo, con base en una figura histórica, Jesús, que fue crucificado bajo el gobierno de Poncio Pilato” y añade enseguida: “es significativo que Tácito relatara que una ‘inmensa multitud’ se aferró de tal manera a sus convicciones que prefería morir antes que retractarse”.
Corresponde el turno a Suetonio, a quien Yamauchi no menciona, pero que es una referencia bien conocida de la que da cuenta la Biblia de Estudio Arqueológica así: “Suetonio en… ‘Las vidas de los doce césares’ (aprx. 120 d. C.), describe disturbios entre los judíos en Roma durante el reino de Claudio en 49 d. C. Él declaró que estos disturbios habían sido instigados por «Cresto», el cual muchos académicos sugieren es una versión confusa de «Cristo». Las autoridades romanas en el año 49 fácilmente pudieron haber mal entendido la causa de las agitaciones judías en su ciudad. Si los judíos habían causado disturbios por la presencia de los cristianos entre ellos, los romanos, tratando de entender los problemas, pudieron haber llegado a la conclusión de que alguien llamado «Cresto» era la causa principal. Las autoridades locales en Roma durante esta muy temprana etapa de la historia cristiana hubieran poseído poco conocimiento de esta religión nueva o del grado de discordia que ya se había creado entre los judíos. Vale la pena mencionar que esta expulsión de los judíos de Roma también se menciona en Hechos 18:2”
En cuanto a Plinio el Joven, gobernador romano de la provincia de Bitinia, alrededor del año 111 d. C. en su correspondencia con el emperador Trajano le dice lo siguiente: “Les he preguntado si son cristianos, y si lo admiten, repito la pregunta una segunda y una tercera vez con la advertencia del castigo que les espera. Si persisten, ordeno que sean llevados para su ejecución; por cuanto, cualquiera que sea la naturaleza de su admisión, estoy convencido de que su terquedad y su obstinación inconmovible no debe quedar sin castigo… También declararon que la suma de su culpa o error no llega a más que esto: se habían reunido en forma regular antes del amanecer en un día fijado para cantar versos en forma alternada entre sí en honor de Cristo como un dios, y también que se habían comprometido con juramento, no con fines delictivos, sino para abstenerse del hurto, del robo, del adulterio…”. De esta declaración podemos extraer con Yamauchi que: “… da testimonio de la rápida propagación del cristianismo, tanto en la ciudad como en el campo, entre toda clase de personas, esclavos y ciudadanos romanos, dado que también menciona que envía a los cristianos que son ciudadanos romanos a que sean juzgados en Roma. Y habla de la adoración a Jesús como Dios, de que los cristianos mantenían normas éticas elevadas, y que no se los desviaba fácilmente de sus creencias”.
Descontando las fuentes bíblicas diferentes a los evangelios, como las epístolas del Nuevo Testamento, escritas antes que los evangelios y que muestran ya, sin embargo, una semblanza de Cristo tal y como la que encontramos en los evangelios escritos con posterioridad a ellas, y los escritos de comienzos del siglo segundo de los dirigentes cristianos conocidos como “los padres apostólicos” que también corroboran esta semblanza; nos resta por considerar la fuente histórica extra bíblica más hostil al cristianismo, como lo es el Talmud judío, que menciona también a Cristo y que, aunque lo hace de manera injuriosa, como sería de esperar, de todos modos confirma también por vía negativa detalles de su semblanza tal y como la encontramos en los evangelios. Al respecto Yamauchi nos informa que, si bien, los escrúpulos de los judíos hacia lo que consideren herético o blasfemo trae como resultado que haya “pocos pasajes en el Talmud que mencionan a Cristo”, con todo, de las pocas veces en que se menciona, podemos establecer que: “lo llaman un falso Mesías que practicaba la magia y que fue condenado a muerte justamente. También repiten el rumor de que Jesús nació de un soldado romano y María [rumor que encontramos en la obra anticristiana del filósofo pagano de nombre Celso], dando a entender que hubo algo fuera de lo común en su nacimiento”.
Y aunque suene ofensivo e injurioso para los cristianos, estas referencias de los judíos sí corroboran algunos aspectos sobre Jesús, como lo sostiene M. Wilcox: “La literatura tradicional judía, aunque apenas menciona a Jesús… apoya la afirmación de los Evangelios de que era un sanador y obrador de milagros, aunque atribuye estas habilidades a la brujería. Además, preserva el recuerdo de que era un maestro y de que tenía discípulos… y que por lo menos en el periodo rabínico temprano no todos los sabios se habían convencido finalmente de que era un ‘hereje’ o un ‘engañador’”. Como puede verse, todas estas fuentes extrabíblicas corroboran de un modo u otro la semblanza del Jesús histórico que encontramos en los evangelios y echan por tierra la acusación sin ningún fundamento que algunos ignorantes todavía dirigen contra Cristo en el sentido de no ser un personaje histórico ajustado en esencia a las descripciones detalladas que los evangelios hacen de él.
Todo lo cual es más significativo si tenemos en cuenta que, como nos lo recuerda Yamauchi: “la situación de Jesús es única y muy notable en cuanto a lo mucho que se sabe acerca de él aparte del Nuevo Testamento”, pues: “Cuando se inician movimientos religiosos, a menudo transcurren muchas generaciones antes de que la gente comience a documentarlos… Pero la realidad es que tenemos mejor documentación histórica [de lejos] a favor de Jesús que sobre el fundador de cualquier otra religión antigua”, a lo cual la Biblia de Estudio Arqueológica añade: “Para poner la cuestión en perspectiva, es importante estar conscientes en general de lo insuficiente que es la evidencia de cualquier tipo en el mundo antiguo. Desconoceríamos de muchas personas y episodios de la historia antigua si no fuera por su mención en un único documento o inscripción histórica, y existen varias lagunas en nuestro conocimiento. Considerando todas las cosas, la evidencia para el Jesús histórico en fuentes antiguas, sin mencionar el Nuevo Testamento y la iglesia cristiana, es abundante”.
Tanto así que ante la suposición de Strobel planteada a Yamauchi de que no tuviéramos nada del Nuevo Testamento y otros escritos cristianos: “¿Qué conclusión podríamos sacar de Jesús acerca de las fuentes antiguas no cristianas como Josefo, el Talmud, Tácito, Plinio el Joven y otras?” recibiendo la siguiente respuesta de Yamauchi: “Sabríamos en primer lugar que Jesús era un maestro judío; en segundo lugar, que mucha gente creía que él realizaba sanidades y exorcismos; en tercer lugar, que algunos creían que él era el Mesías; en cuarto lugar, que fue rechazado por los líderes judíos; en quinto lugar, que fue crucificado bajo órdenes de Poncio Pilato en el reino de Tiberio; en sexto lugar, que a pesar de su muerte deshonrosa, sus seguidores, que creían que él estaba vivo, se esparcieron más allá de Palestina al punto de que había multitudes de ellos en Roma alrededor del año 64 d.C.; y en séptimo lugar, que todo tipo de gente, de la ciudad y del campo, hombres y mujeres, esclavos y libres, lo adoraban como Dios”. Un cuadro de Cristo que, si bien no es nunca tan completo como el que provee el Nuevo Testamento, es sin embargo completamente coincidente con él y establece que el Jesús histórico no es en ningún modo diferente al Cristo de la fe.
Deja tu comentario