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La importancia de la Cena del Señor

Acuerdos y desacuerdos

Habiendo considerado en un artículo anterior algunos de los aspectos más relevantes del bautismo en agua y ciertos malentendidos relacionados con él, corresponde ahora el turno a la llamada Cena del Señor entre los protestantes, conocida también como la Comunión o la Eucaristía entre los católicos. Todos estos términos son en realidad intercambiables y tienen fundamento en la Biblia y no hay, por tanto, razón válida para entrar en discusiones y controversias alrededor de ellos, independiente de cuál de ellos se prefiera utilizar. En la versión minimalista del cristianismo que toda la cristiandad suscribe y que C. S. Lewis llamaría Mero Cristianismo, todos los cristianos estamos de acuerdo en que Dios, en la persona de Cristo en el evangelio, estableció al menos dos ordenanzas, ritos o sacramentos de obligatorio cumplimiento en la iglesia, a saber: el bautismo y la santa cena. Los demás son discutibles y no son suscritos unánimemente como tales por las tres grandes ramas del cristianismo, pero estos dos sí lo son.

En relación con la Cena del Señor y obviando aquí la argumentación a favor de los diferentes nombres legítimos con los que se le conoce, existen hoy por hoy diferencias en cuanto a quienes pueden y deben participar de ella, la frecuencia con la que deberíamos observarla, su significado exacto y lo que sucedería en el momento de su consagración y la participación del cristiano en ella. Por eso, para no enredarnos en demasiados detalles y los desacuerdos que surgen alrededor de ellos, comencemos por señalar los aspectos en que estamos todos de acuerdo sobre el particular. En primer lugar, la iglesia siempre ha estado de acuerdo en que la Cena del Señor es un aspecto central e importante de la práctica cristiana, ligada estrechamente a la obligación que en conciencia tiene un cristiano de congregarse y ser miembro activo de una comunidad, asamblea o iglesia cristiana cualquiera, como lo establece el Nuevo Testamento. El tratamiento de la Santa Cena siempre fue central en los escritos de los Padres de la iglesia a lo largo de los primeros cinco siglos de historia de la iglesia y de nuevo lo fue en el contexto de la Reforma Protestante en su polémica con los católicos e incluso entre las grandes ramas del protestantismo evangélico asociadas al pensamiento de Lutero, Calvino y Zwinglio respectivamente y fue incluso el factor doctrinal de separación entre la rama luterana y la calvinista del protestantismo.

Y en segundo lugar, continuando con nuestro tratamiento minimalista de las doctrinas discutidas por las tres grandes ramas de la cristiandad, enfatizando los acuerdos antes que los desacuerdos, todas las ramas de la cristiandad están de acuerdo en que la Santa Cena, la Comunión o la Eucaristía, como quiera que se le llame, es un memorial solemne de lo hecho por Cristo a nuestro favor en la cruz del Calvario con su muerte expiatoria y redentora. Las diferentes ramas de la cristiandad comienzan a diferir cuando afirman que la Cena del Señor fue, ciertamente, más que un simple memorial, pero todas están de acuerdo en que no fue menos que eso. Esta postura minimalista era la sostenida por el reformador suizo Ulrico Zwinglio y todos quienes, como un representativo número de iglesias bautistas, han seguido su pensamiento desde entonces, una postura que se negaba entonces a decir de la Cena del Señor algo que fuera más allá de su condición exclusiva y objetiva de ser un necesario memorial o un recordatorio de lo hecho por Cristo a favor de la iglesia.

A partir de estos dos mínimos denominadores comunes, como lo son su centralidad e importancia y su carácter reconocido como memorial, comienzan a manifestarse las diferencias en los añadidos a ellos y en el entendimiento sobre qué es lo que exactamente sucede en la Cena del Señor. Comencemos, entonces, por los añadidos al carácter objetivo universalmente aceptado por la iglesia que la Cena del Señor cumpliría en su condición de memorial que nos ayuda a tener siempre presente con gratitud y disposición a la adoración lo que Cristo hizo por nosotros. Avanzando en esta dirección Calvino hace referencia a los aspectos subjetivos de la Cena del Señor al enfatizar que, además de su función de memorial, en la Cena del Señor también hay una manifestación actual y especial de carácter espiritual de la presencia del Señor en la iglesia. Calvino no se detiene a describir la naturaleza exacta de esta presencia en sus aspectos subjetivos y lo que ellos suscitarían en el creyente en el sentido de tocar intensamente sus sensibilidades emocionales o dar lugar a reacciones de tipo místico o extático, pues el Nuevo Testamento no dice mucho al respecto.

Sin embargo, sí dice lo suficiente como para confirmar lo afirmado por Calvino al sostener que quienes participan a la ligera de la Cena del Señor, o mejor: “de manera indigna” sin “examinarse a sí mismo” como corresponde y “sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena” (1 Corintios 11:27-29). Como respaldo de lo anterior Pablo señala los siguientes hechos objetivos que se habrían verificado en la iglesia de Corinto a la vista de todos sus miembros con evidente suficiencia: “Por eso hay entre ustedes muchos débiles y enfermos, e incluso varios han muerto” (v. 30), como resultado de la disciplina del Señor sobre quienes han sido laxos en los aspectos ya señalados alrededor de la Cena del Señor. Así, pues, aunque no podamos decir nada más que esto, los pasajes citados de 1 Corintios sí dan pie, por vía negativa, a las afirmaciones de Calvino en relación con una presencia espiritual especial y real del Señor en la iglesia durante la celebración y participación de sus miembros en la Cena del Señor.

La rama luterana del protestantismo va más lejos y afirma que esta presencia espiritual del Señor de carácter eminentemente subjetivo involucra también aspectos objetivos o, al menos, materiales, que tienen que ver con el pan y con el vino como los elementos escogidos por el Señor para ser consagrados en la Santa Cena. Lutero se encuentra, pues a medio camino entre Calvino y la postura oficial de la iglesia católica romana y procede, en consecuencia, a tratar de honrar de la mejor manera la literalidad de las declaraciones del Señor al instituir la ordenanza o el sacramento de la Cena del Señor diciendo en relación con el pan “esto es mi cuerpo” (Mateo 26:28; Marcos 14:22) y en relación con el vino “esto es mi sangre” (Mateo 26:28; Marcos 14:24).

Si bien Lutero rechazaba la transubstanciación católica, es decir la creencia en que el pan se transformaba literalmente en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre, a pesar de que no hubiera nunca ninguna evidencia objetiva y palpable a favor de esta transformación; no sólo por esto último, sino porque  esta manera de entender la Santa Cena encerraba este sacramento en las metafísicas platónicas o aristotélicas, la primera de las cuales dominó la teología cristiana hasta la edad media, filosofías con las que la Reforma rompería en su momento. Así, pues, su propia doctrina ꟷy la del luteranismo después de él hasta hoyꟷ, era que el pan y el vino, sin dejar de ser tales, venían a ser vehículos en los que el cuerpo y la sangre de Cristo se hacían presentes. Algunos teólogos posteriores le dieron a esta doctrina el nombre de “consubstanciación”, para mostrar así que las sustancias de los elementos del pan y el vino seguían existiendo, pero que a ellas se añadía místicamente el cuerpo y la sangre del Señor, sin que hubiera transformación de los primeros en los últimos, sino tan solo una especie de conjunción y acompañamiento del pan y el vino con el cuerpo y la sangre del Señor (de ahí el nombre de consubstanciación).

Por último, encontramos la transubstanciación católica que afirma, contra toda evidencia sensible, que el pan y el vino se transforman literalmente en el cuerpo y la sangre de Cristo, algo que no deja de ser absurdo en contextos diferentes a los platónicos o aristotélicos, pues Platón creía, por una parte, que lo real serían las ideas en sí mismas y los objetos concretos y palpables serían tan solo una engañosa sombra que estas ideas proyectarían ante nuestros sentidos. Así, aunque ante nuestros sentidos el pan y el vino seguirían manifestándose engañosamente como pan y vino, en el mundo de las ideas ese pan y ese vino se habrían transformado milagrosa y efectivamente en el cuerpo y la sangre de Cristo. De esta manera, se podría pensar que, en la Santa Cena el pan y el vino seguirían manifestando su misma apariencia, mientras que el cuerpo y la sangre de Cristo podrían considerarse la manifestación ideal y real del milagro que tendría lugar en la consagración.

Cuando entró en decadencia, la iglesia de Roma abandonó el contexto platónico en favor del aristotélico, y en este nuevo marco filosófico sigue sosteniendo la transubstanciación apelando oficialmente a la diferencia establecida por Aristóteles entre la sustancia (lo que algo es en su ser más profundo) y los accidentes (las propiedades que se pueden percibir con los sentidos, como el color, el sabor, la forma, etc.). Según esta visión, la transubstanciación no implica una transformación de los accidentes o propiedades sensoriales del pan y del vino (que permanecen iguales), sino que solo cambia su sustancia en el sentido más profundo y esencial, sin alterar las apariencias exteriores.

Como quiera que sea y cerrando con una conclusión minimalista, todas las ramas de la cristiandad están de acuerdo, además de los dos hechos ya señalados al principio, en que la Cena del Señor constituye una necesaria y gozosa conmemoración y renovación de la fe del creyente que nos inspira a la acción de gracias y que en su sentido de memorial conmemorativo, es un recuerdo que nos fortalece y nos capacita para lo que Dios pide y espera de nosotros, y nos une en el seno de la fraternidad cristiana haciéndonos conscientes de que no estamos solos en nuestras luchas terrenales, nutriéndonos en el contexto de esta compartida comunión con Cristo y con nuestros hermanos en la fe en la iglesia y nos prepara también para el regreso de Cristo en su segunda venida, tanto a nivel personal como comunitario. Visto así y sin perjuicio de las diferencias, la importancia de la Cena del Señor es ineludible.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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