El escritor David Allen en su libro titulado Derribando los dioses que llevamos dentro identificaba una serie de ídolos modernos que no requieren de altares ni representaciones externas, pues además de que no son ídolos antropomórficos ni somáticos, es decir que no se representan con cuerpos y formas humanas, como los ídolos clásicos de las religiones paganas; no son tampoco externos a nosotros, sino que sus “altares” se encuentran exclusivamente en nuestro interior, en nuestros corazones. Y uno de los que este autor identificaba es el ídolo al que designó como la “ilusión de permanencia”, es decir la creencia y el deseo que albergamos, sobre todo en los buenos tiempos en que todo marcha bien para nosotros, de que las cosas siempre van a permanecer de este modo. Ídolo que Job identifica en su propio caso al confesar lo siguiente: “»Llegué a pensar: ‘Moriré en mi propia casa; mis días serán incontables como la arena del mar. Mis raíces llegarán hasta las aguas; el rocío de la noche se quedará en mis ramas. Mi gloria conservará en mí su lozanía y el arco en mi mano se mantendrá firme” (Job 29:18-20). Ahora bien, no hay nada de malo en aspirar a que así sea, e identificar esta aspiración como un ídolo en un significativo número de casos, no significa tampoco que nuestra suerte tenga que cambiar para mal siempre que tenemos la ilusión de que las cosas permanezcan y sigan marchando bien. Lo malo es darlo por sentado y colocar así inadvertidamente nuestra confianza en las circunstancias favorables y no en el Dios que tiene el control sobre ellas
La ilusión de permanencia
"La vida humana es tan cambiante y azarosa que la ilusión de permanencia puede llegar a ser un ídolo sutil ante el que nos rindamos antes que a Dios”
Deja tu comentario