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Conferencias

La ideología de género

Contradicciones de la agenda homosexual.

Es una labor ardua y difícil tratar un tema de manera objetiva y justa, precisamente cuando éste se encuentra en medio del calor de la controversia que nos lanza fácilmente hacia las posturas extremas que se ubican enfrentadas entre sí de manera encarnizada. Por eso es necesario tener cabeza fría para colocar este asunto en su justo lugar y proporción recordando que más allá de sus aspectos políticos, jurídicos, teológicos, científicos y mediáticos, la cuestión que nos ocupa tiene que ver, una a una, con personas de carne y hueso y sus legítimos anhelos y luchas. Personas que, mal que bien, desean amar y ser amadas, pero han equivocado y degradado el camino para satisfacer este anhelo.

De hecho las reivindicaciones que persigue la ideología de género y la agenda gay no son, como algunos lo creen, una promoción abierta de la promiscuidad sexual indiscriminada y ni siquiera una mayor tolerancia hacia ella. Porque, al menos sobre el papel, quienes promueven el matrimonio homosexual y la consecuente posibilidad legal de adoptar y criar niños en el contexto de estas uniones, promueven también la monogamia y por ende un valor moral muy cristiano asociado a ella, como lo es el de la fidelidad entre los miembros de la pareja. Así, pues, si el matrimonio debe caracterizarse por ser heterosexual y monógamo, las parejas homosexuales no quieren modificar su carácter monógamo, sino su carácter heterosexual al que consideran muy rígido y estrecho.

Pero comencemos por el principio: ¿Qué es la ideología de género? O mejor aún, ¿por qué la llamamos ideología? Llamamos ideología a esta forma de pensar porque, además de ser el conjunto de ideas que caracterizan hoy por hoy a la comunicad LGTBI, también lo hacemos porque esta forma de ver la vida es ‒utilizando la definición de Marx para la palabra ideología‒ un sistema de pensamiento que no se basa en la realidad sino en ilusiones y manipulaciones sobre la realidad. Para Marx las ideologías no eran sólo formas de ver la vida que desvirtúan la realidad, sino que se presentan también como sistemas para tratar de justificar esa realidad alternativa que la ideología de turno propone. Y eso es exactamente lo que está haciendo la ideología de género promovida actualmente por la comunicad LGTBI. Es en ese sentido que la llamamos ideología. En el sentido que es una interpretación equivocada de los hechos y de la realidad que pretende moldear esta realidad de acuerdo con su particular interpretación de ella.

Veamos ahora el segundo término involucrado. Me refiero a la palabra género. El género es el rol o el papel con el que una persona se identifica a sí misma dentro de la cultura a la que pertenece y gracias al cual se siente miembro de una colectividad particular diferente de otras colectividades particulares en el contexto plural de la sociedad de la que forma parte (es en este sentido que se puede hablar de géneros o estilos de vida diferentes). Y aquí tenemos que concederle algunas cosas a la ideología de género. Primero que todo, que el género es una construcción cultural que no viene del todo dada por la naturaleza. En efecto, es la cultura humana la que da lugar a los diversos perfiles y contornos de género adoptados y aceptados por la sociedad. Precisamente, la identidad de género no es una creación original de la comunidad LGTBI, sino del movimiento feminista que procuró reivindicar el papel de la mujer y sus contribuciones a la sociedad cuando ellas decidieron resueltamente sacudirse de la discriminación y el confinamiento al que habían sido sometidas por parte de una sociedad machista que las maltrataba encerrándolas en un rol de género restrictivo que no les permitía ejercer sus más elementales derechos políticos.

Lo cierto es que hasta ahí, el asunto va bien encaminado y es más que justo en la medida en que el enfoque sobre identidad de género lo único que busca es que no se discrimine ni margine a nadie de la actividad y representatividad política por causa de su género que, en lo que tiene que ver con las aspiraciones originales del movimiento feminista, estaba perfectamente alineado con el sexo con el que nacemos en este mundo, que sí es algo que nos viene dado por la naturaleza y no es una construcción cultural, como lo es el género. El problema en realidad comienza cuando la comunidad LGTBI se cuela en las legítimas aspiraciones de las mujeres, se apodera del enfoque de género y lo transforma en una ideología de género que pretende imponer su equivocado punto de vista sobre la realidad a todos los demás miembros de la sociedad.

Hace algunos años en Colombia los cristianos nos manifestamos públicamente de manera masiva para impedir que en los colegios del estado se impusieran unas cartillas que buscaban modificar los manuales de convivencia, no solo para impedir la discriminación y el matoneo sobre los grupos minoritarios ‒lo cual está muy bien y los cristianos lo secundamos por completo en nombre del respeto y la tolerancia cristianas‒, sino también para vendernos la idea totalmente contraria a los hechos de que “no se nace siendo hombre o mujer”, cita textual extractada de la cartilla que el Ministerio de Educación quería imponer en los colegios. Afirmación que pretendía, de un plumazo, desconocer la realidad natural del sexo con el que venimos a este mundo, hecho incontrovertible desde la biología y la genética que nos determina y condiciona desde que nacemos, incurriendo en una imperdonable confusión entre el sexo y el género. El sexo nos viene dado por la naturaleza y no es, como el género, una construcción cultural. Nacemos hombre o mujer al margen de que luego decidamos construir nuestra identidad de género alineada correctamente con nuestro sexo o en equivocada contravía con él.

Pero volviendo con las pretensiones de la comunicad LGTBI en relación con el matrimonio y la adopción, ellos piensan que pueden proveer una atmósfera de respeto y fidelidad entre los miembros de la pareja similar o mejor aún que la que las familias heterosexuales proveen para la crianza de sus propios hijos y que, por consiguiente, se les debería otorgar la posibilidad legal de adoptar y criar hijos. Y a pesar de que debo reconocer que muchas de nuestras actuales familias heterosexuales -incluyendo entre ellas a algunas que se rotulan a sí mismas como “cristianas”- no tienen autoridad moral para decirles a las parejas homosexuales cómo es que se debe criar hijos, yo creo que estos argumentos de la agenda gay no son más que retórica demagógica que desvían el tema del meollo de la discusión.

Dicho de otro modo, estos argumentos no son más que distractores y cortinas de humo que no nos permiten ver con claridad el asunto. Y no son los únicos distractores y cortinas de humo levantadas por la agenda homosexual alrededor de este tema. Pero se han vuelto tan densas estas cortinas de humo que hay que abordarlas y disiparlas antes de poder ver con claridad en dónde se encuentra realmente el corazón de este debate. Así que despejemos un poco las principales cortinas de humo que la agenda homosexual ha levantado alrededor de esto para descubrir así en dónde se encuentra la esencia de la discusión.

Los argumentos pragmáticos.

En este sentido, tanto defensores como detractores de la ideología de género y en especial del matrimonio y la adopción en la agenda homosexual esgrimen casos concretos a favor o en contra. Los primeros, los defensores del mal llamado “matrimonio igualitario” u homosexual, apuntan a presuntos o reales casos de parejas homosexuales que han demostrado poseer la suficiente estabilidad tanto en su relación como en el hogar así conformado como para garantizar la adecuada formación en su seno de personas de bien que aporten a la comunidad, por contraste con los numerosos hijos desadaptados y problemáticos que muchas familias heterosexuales han producido y arrojado al seno de la sociedad. Los detractores, por su parte, responden señalando testimonios puntuales de hijos criados y educados en el contexto provisto por una pareja homosexual que hablan en contra de ella y lamentan haber pasado por este tipo de experiencia que los sometió a traumas producto generalmente de la promiscuidad abierta o encubierta de sus padres del mismo sexo. Como puede verse, en el campo práctico de los casos particulares la balanza no parece inclinarse con claridad hacia ninguno de los dos lados. Pero cuando vemos ya las estadísticas que consolidan las tendencias generalizadas que se pueden apreciar en los casos particulares todo parece indicar que los datos estadísticos inclinan la balanza en contra de las pretensiones de la comunidad LGTBI, según nos lo informa Thomas E. Schmidt, por lo menos en relación con las parejas masculinas, al decirnos que: “el número de hombres homosexuales que experimenta algo parecido a la fidelidad de por vida, estadísticamente hablando, es insignificante. La promiscuidad entre los hombres homosexuales no es un mero estereotipo, y no es sencillamente la experiencia de la mayoría; es virtualmente la única experiencia… Resumiendo, en términos de fidelidad y longevidad, no hay prácticamente comparación posible con el matrimonio heterosexual. Trágicamente, la fidelidad de por vida es casi inexistente entre los homosexuales”.

Y eso sin tener en cuenta que el porcentaje de parejas heterosexuales seguirá siendo enormemente superior al de parejas homosexuales, lo cual obliga a ser más juiciosos y rigurosos en los estudios correspondientes y en las comparaciones y conclusiones derivadas de ellos. Además, si aceptamos el mal llamado “matrimonio” homosexual sobre la base de que un buen número de matrimonios heterosexuales dejan mucho que desear es como decir que entre dos males ‒un mal matrimonio heterosexual y un buen matrimonio homosexual‒ deberíamos optar por el buen matrimonio homosexual como el mal menor. Pero lo cierto es que la agenda homosexual no busca que sus uniones sean reconocidas como un mal menor, sino como una opción legítima y en principio buena en sí misma, al mismo nivel de los matrimonios heterosexuales bien avenidos que honran con su conducta la instrucción bíblica dada por el autor sagrado en el sentido de que “Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal…” (Heb. 13:4).

Sea como fuere y aún en el caso de que dispongamos de estadísticas consolidadas y confiables, la verdad es que esto no es más que una cortina de humo, pues no es la estadística la que dirime la discusión. La estadística se basa en lo que sucede en la generalidad de los casos o en la manera en que estos funcionan en la práctica. Es decir que utiliza un criterio eminentemente pragmático. Y el criterio pragmático por sí solo es muy engañoso. No nos dejemos, entonces, enredar demasiado en estas discusiones casuísticas y estadísticas, porque lo que los cristianos sostenemos en último término es que la validez de una decisión no se determina haciéndose la maquiavélica pregunta de si funcionará o no, sino que antes de eso hay que preguntarse si la decisión es correcta o no lo es, al margen de sus efectos prácticos o pragmáticos. Por lo tanto, toda esta cortina de humo se disipa cuando dejamos de preguntarnos si los efectos prácticos y posteriores del matrimonio y la adopción homosexual los terminan justificando y validando y pasamos más bien a preguntarnos antes si el matrimonio y la adopción homosexual son correctos o no al margen de sus resultados.  

Los argumentos bíblicos

En este aspecto sorprende que la Biblia haya adquirido tanta relevancia no sólo para los cristianos, como es apenas lógico, sino también para los homosexuales en general que, conscientes de que históricamente la fuente principal de la oposición y condenación de la conducta homosexual proviene de la ética judeocristiana basada en la Biblia, no han podido entonces ser indiferentes a ella y han procedido a revisarla de la mano de acreditados teólogos y clérigos liberales que, posando de progresistas, han pasado a defender desde la Biblia sin mucho éxito la supuesta legitimidad de la conducta homosexual, en contravía con más de treinta siglos de unánimes pronunciamientos en contra de ella por cuenta de judíos y cristianos por igual.

Son tan contundentes y claras las condenaciones tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento hacia el pecado de la homosexualidad que ni siquiera estos acreditados teólogos pro-homosexuales han podido desvirtuarlas. En su lugar, lo que hacen es tratar de suavizar su alcance con una cantidad de elaboradas y retorcidas interpretaciones y sofismas seudoeruditos que más que convencer, lo que hacen es enredar y confundir lo que estaba claro, para llegar a concluir que lo que la Biblia condena no es la conducta homosexual, sino tan sólo el acceso carnal violento no consentido, la impureza ritual o la conducta sexual promiscua heterosexual u homosexual, ya sea antes del matrimonio en lo que se conoce popularmente como fornicación, o por fuera del matrimonio en lo que se conoce como adulterio o infidelidad conyugal. De este modo las relaciones sexuales de carácter homosexual no serían condenadas en la Biblia si se dan en el contexto de la fidelidad conyugal en el matrimonio. Vemos así claramente por qué la aprobación del llamado matrimonio homosexual es tan importante para la teología gay, pues el matrimonio sería la única manera de legitimar las relaciones homosexuales ya que por fuera de él seguirían siendo pecaminosas. Pero ni siquiera en esto logran ser convincentes, pues por hábiles que sean es muy difícil lograr que las abundantes e inequívocas condenaciones bíblicas pronunciadas expresamente contra este tipo de conducta dejen de decir lo que siempre han dicho. La teología gay no es entonces más que otra cortina de humo que la agenda homosexual trata de tender sobre el tema.

Los argumentos políticos y jurídicos

Otra de las cortinas de humo es la promovida por los abanderados del pensamiento presuntamente progresista al plantear la discusión como si se tratara de una disputa alrededor de los derechos civiles y el reconocimiento a las minorías. Esta forma de pensar quiere hacernos creer que cualquier reparo que se tenga hacia la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo es una muestra de intolerancia expresada en la negativa a reconocer derechos legítimos y fundamentales a una minoría. Así, pues, la oposición al pretendido “matrimonio” homosexual se presenta como si fuera un brote más de la misma actitud retrógrada que le negó a las mujeres y a los negros su derecho al voto. Pero lo cierto es que éste no es un asunto de derechos civiles, sino de moralidad y de respeto a la naturaleza. Lo que sucede es que hoy por hoy existe algo llamado “el pensamiento políticamente correcto” -de izquierda o de derecha indistintamente-, que nos traza los límites de lo que debemos decir para no desentonar, ofender ni escandalizar al ya de por sí extraviado espíritu de nuestros tiempos. Pero a despecho del pensamiento políticamente correcto y aunque a sus promotores les suene ofensivo, una de las cosas que debemos decir los cristianos es que la homosexualidad es un pecado contra naturaleza y no una simple “opción” o “preferencia sexual” moralmente indiferente como la que nos lleva a preferir el color azul sobre el rojo o viceversa. Porque cuando se presenta como una mera opción o preferencia moralmente indiferente es más fácil y hasta lógico reclamar para ella todos los derechos de ley derivados de esa preferencia, tales como el matrimonio y la adopción, del mismo modo en que los tienen garantizado los que “preferimos” la heterosexualidad y la relación de pareja con el sexo opuesto.

Además, si se trata de la argumentación jurídica a favor del matrimonio homosexual, la verdad es que los juristas y magistrados en el mundo occidental en general y los países bajo su órbita ya han cedido casi por completo al pensamiento políticamente correcto pues las cortes ya han sancionado favorablemente muchas de las reivindicaciones de la agenda gay que son estratégicas con miras a la aprobación final del matrimonio homosexual. Por ejemplo, los derechos patrimoniales, el derecho a pensión sustitutoria, el derecho a inscribir a la pareja del mismo sexo en el régimen de salud, etc., a tal punto que pareciera que lo único que les falta lograr es darle el nombre de matrimonio a las uniones de hecho entre personas del mismo sexo, momento en que la aprobación de la adopción será casi simple trámite.

Los argumentos naturales

Llegamos aquí al meollo de la discusión una vez identificadas las cortinas de humo que no nos dejaban verlo. Porque, aunque a la luz de los avances jurídicos ya logrados por los activistas de la agenda homosexual pareciera que lo único que se interpone a la aprobación del matrimonio y la adopción homosexual es un tecnicismo semántico: llamar matrimonio a una unión que, en la práctica, ya tendría todas las características legales del matrimonio heterosexual; cabe preguntarse sin embargo si es un tecnicismo semántico lo único que se interpone al matrimonio homosexual en Colombia. Y la respuesta es: no exactamente. Entre otras cosas, porque la semántica no es una cuestión de poca importancia. No por nada la comunidad LGTB no está satisfecha con lo mucho que ya ha logrado. Porque la semántica es lo que termina finalmente moldeando la conciencia dúctil y cambiante de la opinión pública de tal modo que mientras la unión homosexual no sea llamada matrimonio la gente no lo terminará de ver como matrimonio, así incorpore ya muchas de los derechos propios del matrimonio heterosexual. Pero es que llamar matrimonio a la unión homosexual, al margen de sus efectos legales, también tiene otros efectos menos visibles pero tal vez más profundos e importantes tales como contribuir a acallar de manera engañosa y autodestructiva el veredicto condenatorio de las conciencias individuales de quienes militan a favor de la causa homosexual para poder justificar sus propias conductas pecaminosas.

Y es que la semántica no es arbitraria, sino que en principio obedece a un orden que trasciende las normatividades jurídicas particulares. Obedece al ius naturale (o derecho natural)consagrado en la filosofía del derecho. Ius naturale que está siendo traicionado para su propio perjuicio por muchos de nuestros magistrados y juristas bajo la bandera de un mal llamado y mal entendido “progreso”. Porque tenemos que coincidir con el ex procurador Alejandro Ordoñez cuando declaró: “La unión homosexual ni es matrimonio ni es familia. Y eso es un dato no ideológico. Es un dato natural y científico”. Un dato natural y científico, como lo ratifica el publicitado estudio hecho ya hace algún tiempo por Masters y Johnson en el que, aún abogando por la aceptación de la conducta homosexual, estos investigadores tuvieron que reconocer que: “El hombre o mujer homosexuales son fundamentalmente un hombre y una mujer por determinación genética… tienen tendencias homosexuales por preferencia aprendida”.

Vemos, pues, que ni siquiera los científicos que abogan por declarar normal y aceptable la conducta homosexual pueden dejar de reconocer el hecho innegable de la determinación genética de nuestro género que nos viene dada por la naturaleza. Y si bien los seres humanos, en virtud de nuestra capacidad de razonar, nuestra creatividad y nuestra facultad de elegir, no estamos condicionados rígidamente por la naturaleza como sí lo están los animales, también es cierto que en ejercicio de estas facultades no podemos transgredir impunemente las determinaciones de normalidad dadas por la naturaleza. Valga decir que algunos de quienes trabajan para tratar de demostrar que las conductas homosexuales deben considerarse normales y, por lo mismo, aceptables, argumentan algunos casos de conductas homosexuales observadas entre los animales. Pero estos casos están lejos de ser lo normal en la naturaleza, sino sólo excepciones que confirman la norma y que lo único que demuestran es que la naturaleza también ha padecido los efectos de la caída. El punto es que nuestras preferencias no deben, entonces, transgredir las determinaciones de normalidad dadas por la naturaleza, puesto que, como lo dijo Francis Bacon: “A la naturaleza no se la vence sino obedeciéndola”. No por nada el apóstol Pablo nos dice que el pecado de la homosexualidad tiene como agravante sobre los demás pecados sexuales que va contra la naturaleza: “… las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Asimismo los hombres… y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión” (Romamos 1:26-27).

Pasaje que compagina muy bien con lo ya declarado por Masters y Johnson en el sentido de que las tendencias homosexuales no son innatas sino que surgen por preferencia aprendida. Parece entonces que las conclusiones actuales de la ciencia tienden a respaldar la postura cristiana, a la cual hace referencia Darío Silva-Silva cuando concluye que: “La genética del comportamiento demuestra que el homosexual no nace sino se hace, y quienes consideran innata esta aberración, sencillamente confunden el efecto con la causa”. Pero aún en el caso de que existieran causas biológicas, genéticas o neuro-hormonales que pudieran inclinar a unas personas más que a otras a prácticas homosexuales, éstas no pueden en ningún caso obligarlas a ellas. De otro modo no tendrían razón de ser las palabras del apóstol Pablo al señalar en la iglesia ejemplos palpables de creyentes que han podido romper cualquier condicionamiento supuesto o real a este respecto: “… ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales… heredarán el reino de Dios. Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:9-11), que confirman la facultad de elegir, incluso por encima de nuestras preferencias, lo que sabemos que es correcto.

Porque en esencia lo que la oposición al matrimonio homosexual busca a la larga no es fastidiar a quienes abogan por él, sino protegerlos a ellos y a la sociedad de la que tanto ellos como nosotros formamos parte, de las consecuencias del mismo cuando este tipo de conductas pecaminosas contrarias a la naturaleza nos pasen cuenta de cobro. Y es que los mandamientos de Dios y las determinaciones de la naturaleza no son arbitrariamente prohibitivas, sino razonablemente protectoras. Dicho de manera más sencilla, Dios no quiere prohibirnos nada sin razón, sino protegernos de nosotros mismos y de las indeseables e imprevisibles consecuencias que nuestros actos pueden llegar a ocasionar, no sólo a los demás, sino a nosotros mismos. Y esto incluye a todos los pecados y no sólo el de la homosexualidad. Debido a ello, al abordar y combatir la conducta homosexual y las aspiraciones sociales asociadas a ella defendidas por la agenda gay, tales como el matrimonio y la adopción entre otras, los cristianos debemos mirar la viga en nuestro propio ojo recordando que las conductas homosexuales no son por sí mismas más pecaminosas que las heterosexuales antes o por fuera del matrimonio, o el divorcio entre creyentes, o para no ir tan lejos, la envidia, la mentira o el orgullo farisaico que nos lleva a pontificar desde un pedestal de presunta superioridad moral condenando a las personas al infierno como nuevos inquisidores, sin siquiera escucharlas o intentar comprenderlas, lo cual no implica necesariamente justificarlas.

Por lo anterior, debemos evitar colocar un rótulo sobre la persona con conducta homosexual que la estigmatice por encima de nuestras propias luchas y pecados. Debemos tener en cuenta que así como nosotros luchamos contra el pecado en todas sus formas con la ventaja que nos otorga nuestra fe, ellos también lo han venido haciendo en algún grado sin contar con esta ventaja, razón por la cual han terminado en muchos casos rindiéndose a él y dejando de resistir, al punto de convertirse en militantes de esta causa buscando con ello la aprobación social y jurídica que no lograron ni lograrán nunca obtener de sus propias conciencias. No olvidemos nunca esto para no dejar de mirar con misericordia a los homosexuales, por más aberrante y desafiante que nos parezca su conducta. No dejemos de tener presente que estamos tratando con seres humanos dignos de respeto y consideración, en quienes estamos llamados a ver reflejado de algún modo el rostro de Cristo. Recordemos siempre la viga en nuestro propio ojo antes de intentar sacar la paja del ojo ajeno. Sobre todo porque no podemos dejar de ver el potencial y las visibles virtudes que tienen muchas de las personas homosexuales en aspectos diferentes a sus inclinaciones y conducta sexual. Debemos aprender a mirar más allá de los estereotipos para poder llegar a ser dignos representantes de Cristo ante ellos.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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