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Conferencias

El espectro de la creencia en Dios

Del panteísmo al ateísmo

La conferencia que nos ocupa tiene como propósito trazar un mapa y, si se quiere, una hoja de ruta para saber abordar muchos de los temas que tienen que ver con las más destacadas concepciones de Dios histórica y actualmente en boga, que sirva de esclarecedora introducción a cada una de ellas y sus diferentes relaciones entre sí, de modo que sepamos en dónde nos encontramos ubicados en el contexto de la discusión actual sostenida entre creyentes y no creyentes alrededor de estos asuntos, estableciendo de paso una especie de glosario o definiciones de términos que se suelen dar por sabidos en las discusiones sobre temas apologéticos más particulares y especializados, pero que a veces los oyentes no iniciados no tienen bien definidos, generando innecesaria confusión alrededor de estos tópicos.

Comencemos por definir lo que significa “espectro” en este contexto. No significa, por supuesto, un espíritu, una aparición fantasmagórica, una figura irreal, imaginaria o fantástica, que alguien cree ver, que es tal vez su acepción más popular, y que se refiere con este término a una visión espectral ─valga la redundancia─ de una persona ya fallecida. En este caso lo vamos a utilizar como lo hace la física, definiendo un espectro como la dispersión de las diferentes longitudes de onda de la luz que dan lugar a los diferentes colores del arcoíris y a su ubicación precisa en la línea que representa ese espectro. Por extensión, espectro significa la gama completa de posturas que existen alrededor de un asunto cualquiera y la posición relativa que cada una de estas posturas tiene respecto de la otra. Establecido el significado de la palabra espectro que vamos a utilizar aquí, empecemos a identificar y ubicar en nuestra hipotética línea espectral, de izquierda a derecha, todas las posturas más conocidas y representativas que existen hoy en relación con la creencia en Dios.

Panteísmo. Comencemos, entonces, por uno de sus extremos. Si nos atenemos a su antigüedad, el extremo que hay que mencionar primero es el panteísmo, la creencia propia de muchas religiones de los pueblos primitivos que adoran a la naturaleza bajo la creencia de que Dios y la naturaleza son lo mismo. El panteísmo afirma, entonces, que el universo y la naturaleza son Dios y que Dios no existe con independencia del universo y la naturaleza, pues en últimas ambos son lo mismo. El universo sería algo así como el cuerpo y Dios sería el alma de ese cuerpo.

Animismo. La segunda postura que podemos ubicar en el espectro es el animismo, también muy propia de comunidades primitivas y poco desarrolladas que viven en contacto directo con la naturaleza. El animismo es, entonces, la creencia religiosa que atribuye a todos los seres, objetos y fenómenos de la naturaleza un alma o principio vital, incluyendo entre ellos a los seres inanimados como las rocas, los lagos, las montañas, etc. Es una especie de fraccionamiento del panteísmo en muchas partes, asignando a cada ser del universo una fuerza espiritual indefinida detrás de cada uno de ellos.

Politeísmo. Encontramos enseguida al politeísmo, la creencia en muchos dioses de carácter personal ya muy definidos y debidamente organizados en una estructura jerárquica con identidades, nombres, jurisdicciones, poderes y funciones muy específicas y delimitadas. Esta concepción de Dios es característica de las grandes civilizaciones antiguas, tales como la egipcia, la asiria, la babilónica, la griega, la romana y subsiste aún en sistemas religiosos antiquísimos como el brahamanismo de la India a través de la religión hindú y sus diferentes derivaciones.

Monoteísmo. En el centro del espectro encontramos el monoteísmo, la creencia en un único Dios también de carácter personal ─esto es lo que tiene en común el monoteísmo con el politeísmo, que en ambas concepciones se atribuye a Dios o a los dioses un carácter personal─ que crea todo el universo de la nada y lo sustenta y lo conserva con su benévolo poder en el mejor interés de sus criaturas. Los cristianos nos encontramos ubicados aquí, junto con el judaísmo y el islamismo

Deísmo. Hacia el otro lado del espectro encontramos en primer lugar esta concepción de Dios que tiene en común con el monoteísmo la creencia en un único Dios Creador de todo lo que existe, pero que se limita a poner en marcha el universo junto con todas las leyes que lo rigen y luego nos deja por nuestra cuenta, negando entonces la providencia de Dios propia del monoteísmo. Providencia que consiste en que Dios, además de crearlo todo, se ocupa también de cuidar, sustentar y conservar el universo, interviniendo incluso con milagros ocasionales cuando así lo considere conveniente. El deísmo niega tajantemente la providencia y en ocasiones, también el carácter personal de Dios.

Agnosticismo. El agnosticismo es la doctrina que sostiene que Dios no puede ser conocido por el ser humano, por lo que poco importa si existe o no, pues de existir, nunca podremos llegar a conocerlo mediante nuestras limitadas facultades naturales y racionales. Los agnósticos, entonces, no niegan ni afirman la existencia de Dios, sino que se declaran permanentemente impedidos para pronunciarse con alguna seguridad al respecto. En la práctica los agnósticos no son tan neutrales como pretenden al no pronunciarse ni a favor ni en contra de Dios, sino que en muchos casos suelen ser una especie de ateos que no se atreven a salir del closet.

Ateísmo. Llegamos ya aquí al otro extremo del espectro. El ateísmo, que como todos lo sabemos es la negación expresa y rotunda de la existencia de Dios. Queda así cubierto a vuelo de pájaro todo el espectro de la creencia en Dios que iría desde el extremo panteísta que afirma que todo es Dios hasta el extremo opuesto del ateísmo que niega de plano la existencia de Dios.

Una vez identificadas y debidamente ubicadas en el espectro las principales formas de creencia en Dios que conoce la historia humana tal vez nos hayamos dado ya cuenta de que las que se encuentran a la izquierda partiendo del panteísmo e incluyéndolo junto al animismo y al politeísmo, son consideradas por la mentalidad moderna, con su característico énfasis en la razón y en la ciencia, como irracionalidad supersticiosa del pasado ya superadas y mandadas a recoger. Así, a medida que nos desplazamos en el espectro de izquierda a derecha disminuyen las prevenciones y descalificaciones de la mentalidad moderna hacia las concepciones de Dios que se hallan hacia la derecha, consideradas científicas y racionales, pero si nos desplazamos de derecha a izquierda las prevenciones y descalificaciones aumentan gradualmente a medida que nos movemos más hacia las concepciones de Dios de la izquierda, a las que se consideran obsoletas y propias de una pasada época precientífica de ignorancia generalizada ya superadas de la mano de la ciencia.

El problema es que el pensamiento moderno busca cada vez correr más hacia la derecha la línea de lo que se considera superstición ya superada y procura incluir al monoteísmo ─en especial el judeocristiano─ dentro de lo que se considera superstición mandada a recoger. Y las posturas más radicales tratan de incluir también al deísmo y trazar la línea entre éste y el agnosticismo, dejando únicamente al agnosticismo y al ateísmo como las posturas modernas, progresistas y de avanzada que presuntamente contarían con el respaldo de la razón y la ciencia. Vamos a ocuparnos enseguida de desmentir estos presuntuosos enfoques de los ateos, agnósticos y eventualmente, también de los deístas de hoy que hacen muchas veces causa común contra el monoteísmo cristiano tratando de meterlo en el mismo costal que el panteísmo, el animismo, y el politeísmo antiguo, para poderlo descartar como ya descartó a estos tres como supersticiones mandadas a recoger. Y aunque no sea un ejercicio exhaustivo ni mucho menos, si será lo suficientemente representativo como para desmantelar estas presunciones despojándolas de su aura de pretendida e imparcial racionalidad, mediante dos preguntas y cuatro afirmaciones que estaremos considerando enseguida.

¿Es el agnosticismo un ateísmo vergonzoso?

Lo primero es que, como ya lo señalé, el agnosticismo se parece a veces mucho a un ateísmo que no se atreve a salir del closet. Tal vez por eso Engels, un conocido ateo, socio de otro ateo más conocido que él de nombre Carlos Marx presionaba a los agnósticos de su época para que se pasaran de una vez al ateísmo con estas palabras: “¿Qué es el agnosticismo… sino un ateísmo vergonzoso?”. Y tal vez sea cierto que, para la época de Engels, en pleno auge y crecimiento de la ideología materialista y a la sombra de la creencia dominante pero nunca demostrada en un universo eterno, el agnosticismo podía muy bien ser visto como un “ateísmo vergonzoso”. Bajo estas circunstancias el agnóstico no sería entonces nada más que un ateo temeroso y vacilante que no se atrevería a declarar su ateísmo de manera pública y abierta.

Pero hoy las cosas han cambiado mucho desde ese movimiento iniciado en la modernidad que cuestionó en su momento el teísmo cristiano para proponer más bien un empobrecedor deísmo que le negó a Dios atributos y actividades clásicas que la Biblia y la experiencia cristiana le atribuyen y que, lejos de detenerse allí, continuó postulando de la mano del pensamiento de Kant un agnosticismo que haría imposible para el hombre relacionarse con Dios de algún modo, para concluir finalmente con el ateísmo moderno de Nietzsche, Marx y Freud entre los más conocidos. Un ateísmo que alcanzó muy pronto su pico e inició su curva descendente cuando, al amparo de la teoría de la relatividad de Einstein, se llegó a la teoría del Big Bang que echa por tierra la presunta eternidad del universo, haciendo que los ateos declarados no tengan más remedio que replegarse hacia el agnosticismo si se trata de conservar la coherencia racional de su postura.

Pero este repliegue no termina aquí, pues los recientes hallazgos de la física, la química y en especial la biología han dado pie a la teoría del diseño inteligente que gana cada vez más fuerza y adeptos entre la comunidad científica que, de su cada vez más insostenible agnosticismo previo, se repliegan ahora en el deísmo, conduciéndonos hoy a preguntarnos si tal vez el agnóstico y el deísta de hoy no sean más que teístas o monoteístas vergonzosos quienes, contra toda evidencia, se resisten avergonzados a declarar y reconocer pública y abiertamente a Dios, sólo para terminar a la postre en verdad avergonzados sin remedio por no haberlo hecho cuando pudieron.

¿Está en realidad el ateísmo tan alejado del panteísmo?

Uno de los padres del ateísmo moderno, el alemán Ludwig Feuerbach, maestro de Carlos Marx declaraba que: “El ateísmo es el panteísmo al revés”. Con esta declaración Feuerbach quiso señalar la aparentemente enorme y drástica oposición y distancia que se da entre el ateísmo en un extremo del espectro y el panteísmo en el otro. Según Feuerbach el ateísmo tan presuntamente progresista, civilizado, razonable y científico sería algo diametralmente contrario al panteísmo primitivo, salvaje, irracional y supersticioso con el que no tendría nada en común ni nada que ver, pues ambos estarían ubicados muy lejos entre sí, en los extremos opuestos del espectro.

Sin embargo, en este asunto se aplica muy bien aquella conocida frase que afirma que “los extremos se tocan”, pues así como los extremos de un cordón extendido en línea recta están muy lejos el uno del otro, si el cordón se dobla formando un círculo sus extremos, tan distantes en principio, terminan tan cerca que se tocan el uno al otro. Esto es lo que sucede con el ateísmo y el panteísmo, pues al afirmar el primero terminamos lanzándonos inadvertidamente en el segundo. Por eso la caracterización que Feuerbach hace del ateísmo como un panteísmo al revés tal vez se explique mejor diciendo que ateísmo y panteísmo son, al final, las dos caras -espacialmente opuestas, pero conceptualmente muy similares e inseparables- de la misma moneda.

El ateísmo termina de este modo dándose la mano con el panteísmo y haciendo causa común contra el monoteísmo cristiano que debe, entonces, denunciar y combatir este fuego cruzado entre el que se encuentra. Pero en este propósito, el cristianismo tal vez lo único que tiene que hacer es señalar con rigor lógico el hecho de que, si se observan con detenimiento, tanto el ateísmo como el panteísmo son ambos planteamientos racionalmente insostenibles y contradictorios. Porque nadie ha dicho que sostener el monoteísmo cristiano sea una labor sencilla desde el punto de vista racional y conceptual. Pero las alternativas atea o panteísta son tan insostenibles e incoherentes que casi por simple descarte es el monoteísmo el que debe prevalecer, no sólo porque es la conclusión más obvia a la que nos conduce la intuición mediante un desprejuiciado y honesto ejercicio del sentido común, sino porque en estricto rigor es la más lógica, racional y científicamente coherente.

El ateísmo conduce tarde o temprano al panteísmo

El filósofo francés Claude Tresmontant sostenía que: “El ateísmo… se desliza inevitablemente hacia el panteísmo”. Esto es así debido a que las contradicciones en que incurren los ateos ─quienes tienen por fuerza que reconocer las exquisitas y elegantes leyes naturales que rigen el universo, pero niegan sin embargo la realidad de Dios como Aquel que las diseña y establece─, son notorias. Tanto así que, en su empeño por negar a Dios los ateos terminan, a su pesar, por asignarle la divinidad a toda la naturaleza y el universo en general. Es que explicar y comprender este universo sacando a Dios del cuadro por completo genera un vacío tan grande en la explicación que todo el universo, o al menos una significativa parte de él, se ve impulsado y hasta obligado a llenar ese vacío, por lo que el ateísmo que niega enfáticamente a Dios lo único que logra es darle alas al panteísmo que afirma que todo es Dios. Porque en honor a la verdad, lo máximo que los ateos logran al negar a Dios es sustituirlo por un usurpador procedente de alguna realidad de este mundo.

En efecto, la pretensión de los ateos y agnósticos de proveer una explicación completa de la realidad sin tener que referirse a Dios es tan difícil, que de un modo u otro todos ellos no terminan más que introduciendo a Dios “de contrabando” en sus explicaciones, aunque se resistan a aceptarlo y llamarlo por su nombre. A manera de ejemplo, el astrónomo Carl Sagan se refería al Cosmos así, con mayúscula. El físico Stephen Hawking habla de la singularidad. Y el psiquiatra Víktor Frankl se refiere insistentemente en sus libros al sentido último. Y en todas estas expresiones y en la manera en que cada uno de sus proponentes las definen a lo largo de sus escritos se vislumbran atributos que la teología le ha asignado tradicionalmente a Dios tan sólo. Terminamos así con una serie de explicaciones que presumen sacar del cuadro a Dios, pero que no son más que sofisticados panteísmos encubiertos y nada más. Queda así establecido el hecho de que, al tratar de negar a Dios como la realidad última e incondicional que explica el universo, lo único que logramos hacer es empobrecerlo y quedarnos con una deformada caricatura suya.

Presumiendo, entonces, de una mentalidad avanzada y progresista, los ateos terminan arrojando a la sociedad al panteísmo, una de las más groseras supersticiones que pretendían haber superado y dejado atrás. No en vano C. S. Lewis se refirió así al panteísmo: “Lejos de ser el refinamiento religioso final, el panteísmo es de hecho la constante curva descendente natural de la mente humana; el permanente nivel ordinario por debajo del cual el hombre a veces naufraga bajo la influencia de hechicerías y supersticiones; pero sobre el cual sus propios esfuerzos sin otra ayuda no son capaces de remontar nunca al hombre, sino después de mucho tiempo”.

La irracionalidad del ateísmo que se resiste a la racionalidad del teísmo desemboca entonces en la irracionalidad aún mayor del panteísmo, acerca del cual Lewis concluye: “Panteísmo es la actitud en la que cae automáticamente la mente humana cuando se abandona a sí misma”. Todo lo cual no es más que una ratificación de las denuncias del apóstol en el sentido que: “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios” (Romanos 1:21-22). Porque en últimas, el panteísmo no es más que la forma más refinada, difusa, generalizada, incluyente e inadvertida de idolatría condenada expresamente en las Escrituras por insistir en dar culto a las criaturas en vez de al Creador, como lo denunció el apóstol Pablo: “Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén” (Romanos 1:25)

El ateo profesa una fe de carbonero

Los ateos acusan a los creyentes de tener una “fe de carbonero” que no sabe lo que cree ni mucho menos lo entiende. Como dato curioso para quienes no conocen el origen de esta expresión habitualmente despectiva y peyorativa dirigida hacia los cristianos de manera injusta y prejuiciosa por los ateos y no creyentes en general, parece ser que surgió en la Ávila del siglo XV en la que existía un conocido carbonero a quien en cierta ocasión le preguntaron: -Y tú ¿en qué crees? A lo que respondió: -En lo que cree la Santa Iglesia. Al volvérsele a preguntar -¿Y en qué cree la Iglesia?, respondió: -Pues en lo que yo creo, y así continuó razonando en círculo, sin avanzar para nada ni en los contenidos ni en las razones de su fe.

Pero la fe de carbonero es censurable dondequiera que se presente, tanto en creyentes como en ateos que, contrario a lo que se piensa, también la profesan de manera aún más generalizada. A modo de ejemplo, el llamado “principio antrópico” da cuenta del siguiente hecho innegable: El mundo debe ser necesariamente como es para que haya seres como nosotros que se preguntan por qué es como es”. Pero este hecho, lejos de ser una realidad establecida sobre la cual no vale la pena reflexionar ni pensar mucho ─como lo hacen muchos ateos y agnósticos─, es un hecho tan improbable, inquietante y sorprendente que exige una explicación que el ateísmo está lejos de proveer al negar de entrada la existencia de Dios, de quien procede su más plausible y razonable explicación si de evidencias se trata. Así, los ateos exhiben una fe ciega de carbonero al sostener, por ejemplo, que el simple azar y la selección natural de la evolución darwinista lo explica todo sin haber logrado demostrarla nunca porque, de entrada, no consideran que pueda existir otra explicación diferente, por lo que fuerzan los hechos y los retuercen para que encajen con la evolución y no permiten más bien que los hechos conduzcan de forma natural a sus propias y más racionales conclusiones.

El ateísmo no puede ser ni consistente ni coherente

Josh McDowell decía con gran acierto: “Cuando la gente prefiere la incredulidad en lugar de creer en Dios, escoge una perspectiva del universo tan alejada de la realidad que es imposible vivir de forma consistente con ella”. La coherencia y la consistencia son aspiraciones de todo el género humano al margen de consideraciones religiosas. Todos deseamos poder mostrar la mayor coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos y hacerlo también con la mayor consistencia a lo largo del tiempo. En el campo de la fe con mayor razón, pues parte del atractivo del evangelio radica en el poder que tiene para llevar a los creyentes que nos rendimos a él a adquirir la capacidad de vivir de manera coherente, consistente y consecuente con lo que creemos.

Eso no significa que todos los creyentes lo logren de forma satisfactoria o en el mismo grado y proporción que otros. Pero el hecho de que algunos no lo logren no significa que el evangelio no posea el poder que proclama para alcanzar este propósito, sino que no todos los creyentes se rinden a él de lleno con la pasión, entrega y compromiso que amerita. En este caso no se trata, entonces, de que el estilo de vida que se sigue como consecuencia de la perspectiva cristiana no sea conforme a la realidad y, por lo mismo, sea también completamente capaz de dar lugar a una conducta satisfactoriamente consistente y consecuente con ella por parte del creyente; sino que algunos creyentes tal vez no desean tanto vivir de acuerdo con lo que profesan y dicen creer. No se trata, pues, de no poder, sino de no querer lo suficiente.

Pero en el caso de los ateos y los no creyentes en general el asunto es de otro orden, pues su perspectiva es tan alejada de la realidad que no es posible vivir de manera consistente con ella, por más que quieran hacerlo. Por eso, si bien en la historia de la iglesia encontramos por igual creyentes que han vivido de manera consistente con su fe como a quienes no lo han hecho, no encontramos en el campo del ateísmo y la incredulidad a nadie que haya podido vivir de manera satisfactoriamente consistente con la perspectiva del universo que se seguiría de su incredulidad. Y quienes más lo han intentado han terminado en condiciones lastimosas e indeseables, como puede observarse en algunos de los más destacados exponentes del ateísmo moderno, entre quienes sobresale el filósofo ateo alemán Federico Nietzsche.

El ateísmo puro y perfecto es el que se niega a ser pensado

De nuevo citemos a Claude Tresmontant cuando dijo: “El ateísmo puro es impensable, y, de hecho, jamás ha sido pensado… no hay… ninguna filosofía coherente que haya pensado el mundo en una perspectiva atea”. A su vez, André Frossard, comunista y ateo francés convertido dramáticamente al catolicismo y autor del libro éxito en ventas titulado Dios existe, yo me lo encontré -lo interesante es que, como él mismo lo confiesa, lo encontró cuando no lo estaba buscando ni preguntando para nada por Él-, define lo que él llamó “ateísmo perfecto” con estas palabras referidas a él y a su familia: “Éramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo. Los últimos… que todavía predicaban contra la religión en las reuniones públicas nos parecían patéticos y un poco ridículos, exactamente igual que lo serían unos historiadores esforzándose por refutar la fábula de Caperucita roja. Su celo no hacía más que prolongar en vano un debate cerrado mucho tiempo atrás por la razón. Pues el ateísmo perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni siquiera se planteaba el problema”.

A la luz de esta afirmación es evidente que el “ateísmo puro” al que se refiere Tresmontant y el “ateísmo perfecto” de Frossard están estrechamente emparentados. En efecto, un ateísmo puro es tan insostenible desde el punto de vista de la coherencia racional -no hablemos ya de los hechos científicos, que lo hacen aún más insostenible- que, para poder mantenerse en pie debe renunciar al intento de ser pensado de manera coherente. No son, entonces, los creyentes en Dios los que cometen “suicidio intelectual” para poder creer, sino los ateos para permanecer en su increencia. Por eso, el único ateísmo “puro” que puede subsistir es el ateísmo “perfecto” de quienes, como Frossard, asumen su ateísmo como un dogma fuera de discusión y dejan de preguntarse por él, renunciando a su defensa racional y optando por no plantearse ya siquiera el problema de la existencia de Dios, como si su inexistencia fuera algo ya establecido y zanjado, cuando lo cierto es que nunca ha sido así y está cada vez más lejos de serlo. Porque finalmente ningún ateísmo pasa la prueba de la reducción al absurdo. Tenía, entonces, razón George Herbert cuando dijo: “El diablo divide al mundo entre el ateísmo y la superstición” o dicho de otro modo, entre la incredulidad sin sustento racional ni científico de los ateos y agnósticos y la superstición crédula también sin sustento de los panteístas, animistas y politeístas por igual.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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