Dios se encuentra siempre en el principio y en el final de todo, de donde términos como “origen” y “destino” tienen siempre que ver con Él y con la teología y no propiamente con la ciencia, pues estos términos marcan los límites de nuestro conocimiento natural. Por eso, como lo dijera David Lyon: “Dios no sólo debe tener la última palabra, sino también la primera”. El hombre ha pretendido tener la última palabra, pero cada vez que lo hace es desmentido por la historia. A la vista de lo anterior, deberíamos reconocer nuestros límites con humildad y “dejar a Dios ser Dios”. Así, volviendo con la distinción entre las “preocupaciones preliminares” y la “preocupación última”, la primera y la última palabra en nuestras vidas corren por cuenta de Dios, pues pertenecen como tales al ámbito de nuestra preocupación última. Es en el espacio entre ellas en donde se nos ha concedido la capacidad de maniobrar libremente dentro de ciertos márgenes para ocuparnos de forma responsable de resolver nuestras preocupaciones preliminares. No es casual que la Biblia comience con Dios y termine con Dios y que Cristo proclame: “Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (Apocalipsis 22:13). Sin embargo, Dios no está ausente de nuestras preocupaciones preliminares abandonándonos a nuestra suerte entre Su primera y Su última palabra; sino que nos sustenta entre ambas, justificando nuestra confianza en Él con respecto a nuestro origen y destinos eternos: “Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén” (Romanos 11:36)
El Alfa y la Omega
“Dios no sólo tiene la última palabra en nuestra vida, sino también la primera y nosotros únicamente nos movemos entre ambas”
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