Los intereses particulares que los creyentes puedan tener en relación con alguno de los temas o doctrinas reveladas en la Biblia no pueden transformarse en algo tan obsesivo que les haga perder de vista el contexto doctrinal general dentro del que estas doctrinas particulares se encuadran. La advertencia del apóstol al final de la Biblia en cuanto a no añadir de manera pretenciosa y dogmática a lo que está escrito, tiene también su contraparte en la manera en que podemos además quitar inadvertidamente partes de ella, tal vez no de manera expresa y desafiante, sino omitiendo de un modo sistemático contenidos que no son de nuestro interés o que, incluso, no nos gustan de ella y que preferimos, entonces, pasar de largo. Así, por ejemplo, el énfasis en el amor de Dios y en la dignidad humana como reflejo de la imagen y semejanza divina, puede ocupar muy convenientemente el primer plano de nuestra atención para decirle a la gente lo que la gente quiere oír y no lo que necesita escuchar, relegando al olvido doctrinas como la ira de Dios y el pecado humano propio de nuestra condición caída, como sucede con los muchos predicadores motivacionales que surgen en los púlpitos de numerosas iglesias para acariciar y engrandecer la autoestima y el ego de los oyentes, haciendo de Dios un pretexto para ello, sin predicar el arrepentimiento y el llamado a la obediencia, en una infiltración y reedición eclesiástica del movimiento secular de autoayuda, por lo que: “Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro” (Apocalipsis 22:19)
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