En medio de las incertidumbres de la vida, de las volubilidades humanas y del carácter azaroso de nuestras existencias, los seres humanos buscamos y necesitamos garantías. Dios lo entiende y en su bondad accede a brindar garantías a quienes desde la fe acuden a Él con el clamor de Job: “»Dame, oh Dios, la garantía que demandas. ¿Quién más podría responder por mí?” (Job 17:3). Y Dios se pone a sí mismo como garantía, satisfaciendo en Cristo lo que Él mismo demanda y respondiendo por nosotros, saliendo como fiador a nuestro favor, del nuevo pacto suscrito por Dios ofrecido a los hombres en el evangelio: “Por tanto, Jesús ha llegado a ser el que garantiza un pacto superior” (Hebreos 7:22). Pero adicional a esto, el apóstol Pablo nos revela que, simultáneamente, el Espíritu Santo es también garantía a nuestro favor, declarando de Él que: “Este garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:14), agregando así esta declaración a la revelación previa en el sentido de que: “Es Dios quien nos ha hecho para este fin y nos ha dado su Espíritu como garantía de sus promesas” (2 Corintios 5:5). Los cristianos contamos, pues, con una garantía doble de parte de Dios: Jesucristo, en Quien Dios suscribe con nosotros un nuevo pacto superior al de la ley y Quien garantiza su vigencia en medio de los altibajos y vicisitudes de la vida y el Espíritu Santo garantizando a su vez la consumación de este pacto en su momento con el cumplimiento pleno y superlativo de todas las promesas que él contiene
La garantía que demandas
"Jesucristo es la respuesta de Dios al clamor de Job por contar con una garantía suficiente a su favor a la hora de satisfacer Sus demandas de justicia”
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