Desde décadas atrás la ciencia moderna ha emprendido estudios sobre los efectos de la fe religiosa en la vida de quienes la profesan y ha logrado establecer, por una parte, que los hábitos de vida de las personas que, como los cristianos, adoptan comportamientos específicos en cuanto a la ética y la moralidad tradicionalmente asociadas al cristianismo, obtienen de esto saludables beneficios que elevan su calidad de vida en cuanto a longevidad y bienestar, incorporando prácticas de vida saludables por encima de quienes no profesan ningún tipo de fe religiosa. Y asimismo, estudios más focalizados sobre los efectos que la oración intercesora tiene en la vida de quienes son beneficiarios de ella demuestran que la oración no es, como muchos lo afirman y formulan, un ejercicio estéril y sin provecho y que sus efectos favorables sobre sus beneficiarios son estadísticamente apreciables al punto que no se puede seguir sosteniendo que los beneficios de la oración se explican tan solo por el efecto placebo, pues en estos estudios los enfermos beneficiados por la oración no sabían que se estaba orando por ellos, a pesar de lo cual manifestaron una mejoría superior a aquellos por quienes nadie estaba orando. Y si bien podemos cuestionar con fundamento la ética científica y la metodología que se halla detrás de estos estudios que quieren someter la fe a las frías condiciones de laboratorio, lo cierto es que tienden a confirmar que: “En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan” (Hebreos 11:6)
La fe no es un placebo
“Aún la ciencia está teniendo que reconocer que la fe en Dios no es un ejercicio sin beneficio, confirmando lo dicho en la Biblia”
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