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La extraviada envidia

“La envidia puede extraviar al creyente al llevarlo a disfrazar y encubrir una admiración velada y peligrosa por los impíos”

La envidia es uno de los pecados más sutiles, insidiosos y corrosivos que podemos cometer y tolerar de forma inadvertida en nuestras vidas. Al mismo tiempo, es uno de los pecados más reveladores acerca de nuestros propios anhelos y aspiraciones, pues sólo envidiamos aquello que desearíamos para nosotros mismos y que, si estuviera en nuestras manos, nos gustaría también alcanzar e imitar. Y si, como lo dijo Unamuno, “la imitación es admiración”, la envidia encubre entonces una admiración velada y no reconocida por aquel a quien envidiamos. Ahora bien, si esta admiración velada y encubierta está dirigida hacia aspectos de la vida de las personas que vale la pena imitar desde la óptica cristiana, entonces deberíamos reconocerla abiertamente como una admiración legítima manifestándole a esta persona nuestra admiración y deseo de imitarla, trabajando con disciplina para cultivar en nuestra vida aquellos aspectos elogiables que suscitan nuestra admiración. De lo contrario, la envidia se convierte en una admiración mezquina propia de personas mediocres que no están dispuestas a pagar el precio de tratar de imitar a quien se admira, sino más bien a desearles el mal, alegrándose de sus desgracias. O peor aún, la envidia puede ser la manera de encubrir una admiración que nos avergüenza reconocer en público porque sabemos que no es consecuente con lo que creemos, como lo confesó Asaf: “Yo estuve a punto de caer, y poco me faltó para que resbalara. Sentí envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de esos malvados” (Salmo 73:2-3)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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