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Estudios bíblicos

La esperanza cristiana

Xabier Pikaza sentenciaba: “Creer en Dios supone apostar por el futuro; conocerle es esperarle”. Ciertamente, la esperanza es central en el cristianismo, ya que es una de las llamadas “virtudes teologales”, junto con la fe y el amor: “Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor” (1 Corintios 13:13). Paul Quinnet llamaba la atención sobre la necesidad de la esperanza para la vida humana con esta gráfica reflexión: “Robert Louis Stevenson escribió: ‘Viajar con esperanza es mejor que llegar’. Esto podría aplicarse también a los pescadores… Pescar es un acto de fe. Ser optimista pese a la tardanza de los peces en picar es vivir únicamente de esperanza… En lo que hace al espíritu humano, la esperanza lo es todo. Sin esperanza, no hay anhelo, no hay deseo de un mañana mejor, no hay la creencia de que el siguiente lanzamiento del anzuelo será el bueno”. Pablo lo ilustró mucho antes con la labor del sembrador que espera siempre una retribución a su trabajo y a su esfuerzo: “… porque, cuando el labrador ara y el segador trilla, deben hacerlo con la esperanza de participar de la cosecha” (1 Corintios 9:10). Lamentablemente, en la iglesia cristiana muchos han venido reemplazando la alegre expectativa que la esperanza cristiana está llamada a despertar en nosotros, por temores obsesivos a las señales de los últimos tiempos a la sombra de una escatología que enfatiza más el juicio de Dios que la esperanza por el regreso de Cristo a restaurar todas las cosas. Algo contrario al espíritu del evangelio en el que la fe en Dios y la confianza en Él están indisolublemente ligadas a la esperanza: “Así que, como tenemos tal esperanza, actuamos con plena confianza” (2 Corintios 3:12). Esperanza que tiene su foco concreto en Cristo, como lo afirma el apóstol: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios nuestro Salvador y de Cristo Jesús nuestra esperanza” (1 Timoteo 1:1); pues: “Cristo, en cambio, es fiel como Hijo al frente de la casa de Dios. Y esa casa somos nosotros, con tal que mantengamos nuestra confianza y la esperanza que nos enorgullece” (Hebreos 3:6).

Después de todo: “Por medio de él ustedes creen en Dios, que lo resucitó y glorificó, de modo que su fe y su esperanza están puestas en Dios” (1 Pedro 1:21). Por tanto, sin esperanza no hay fundamento para la confianza, pero, asimismo, si tenemos esperanza, debemos actuar con confianza, aunque el panorama parezca muy sombrío. Al fin y al cabo, la esperanza a la que hemos sido llamados en Cristo es incomparablemente superior a cualquier otra: “… así como también fueron llamados a una sola esperanza” (Efesios 4:4), apoyada como está en la revelación cierta de que esta vida no es todo lo que podemos esperar: “Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13); como lo demostró la resurrección de Cristo: “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva” (1 Pedro 1:3). Una esperanza que incluye la salvación que podemos disfrutar desde ahora, pero que todavía nos reserva las mejores cosas por delante: “Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene?” (Romanos 8:24); aspectos que esperamos y anticipamos desde ya con ilusión: “Nosotros que somos del día, por el contrario, estemos siempre en nuestro sano juicio, protegidos por la coraza de la fe y del amor, y por el casco de la esperanza de salvación” (1 Tesalonicenses 5:8); “En cuanto a ustedes, queridos hermanos, aunque nos expresamos así, estamos seguros de que les espera lo mejor, es decir, lo que atañe a la salvación. Porque Dios no es injusto como para olvidarse de las obras y del amor que, para su gloria, ustedes han mostrado sirviendo a los santos, como lo siguen haciendo. Deseamos, sin embargo, que cada uno de ustedes siga mostrando ese mismo empeño hasta la realización final y completa de su esperanza” (Hebreos 6:9-11).

Y junto con ella, se establecerá también la justicia definitiva: “Nosotros, en cambio, por obra del Espíritu y mediante la fe, aguardamos con ansias la justicia que es nuestra esperanza” (Gálatas 5:5); y la vida eterna, una vida de una calidad indescriptiblemente superior a la actual: “Así lo hizo para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos que abrigan la esperanza de recibir la vida eterna” (Tito 3:7); para poder contemplar finalmente con nuestros propios ojos la gloria divina: “También por medio de él, y mediante la fe, tenemos acceso a esta gracia en la cual nos mantenemos firmes. Así que nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios” (Romanos 5:2); “A estos Dios se propuso dar a conocer cuál es la gloriosa riqueza de este misterio entre las naciones, que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27). Todo ello realizado a plenitud por Cristo en su segunda venida: “mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13); “Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio; pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo” (1 Pedro 1:13). Debido a todo lo anterior, los apóstoles exhortaron a la iglesia a ser consciente de la esperanza a la que ha sido llamada: “Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos” (Efesios 1:18). Y una parte fundamental de los deberes del cristiano en la actualidad consiste, entonces, en poder responder y defender las razones de nuestra esperanza: “Más bien, honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes” (1 Pedro 3:15), actuando siempre de manera consecuente con ella con la convicción de que: “… mediante la promesa y el juramento… Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario… Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa” (Hebreos 6:18-19; 10:23).

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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