Entre las sanidades físicas que el Señor realizó durante su ministerio terrenal sobresale la curación de un ciego de nacimiento, narrada con extensión en el capítulo 9 del evangelio de Juan: “… Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego diciéndole: ꟷVe y lávate en el estanque de Siloé (que significa: Enviado). El ciego fue y se lavó, y al volver ya veía…” (Juan 9:6-7). Jesucristo utilizó este episodio para enseñar e ilustrar de forma llamativa e impactante la ceguera fundamental que padece el género humano: la ceguera espiritual. Ésta consiste al mismo tiempo en una incapacidad funcional, a semejanza de la ceguera física; pero también y sobre todo en una censurable actitud voluntaria y altiva por parte de los seres humanos. En el primer sentido la ceguera obedece tanto a la falta de luz, como al funcionamiento defectuoso de los ojos; problemas ambos que Cristo resuelve al restaurar los ojos de los ciegos y brindarnos en sí mismo la luz necesaria para ver, pues: “Mientras esté yo en el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9:5). En el segundo sentido surge de la orgullosa presunción que lleva a alguien a creer que ya lo ve todo con claridad, al punto de resistirse con soberbia a recibir la verdadera visión espiritual que Dios en la persona de Cristo vino a ofrecernos: “Algunos fariseos que estaban con él, al oírlo hablar así, le preguntaron: ꟷ¿Qué? ¿Acaso también nosotros somos ciegos? Jesús les contestó: ꟷSi fueran ciegos, no serían culpables de pecado, pero como afirman que ven, su pecado permanece” (Juan 9:40-41).
Dicho de otro modo, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. En contraste con ello, la actitud humilde del ciego de la historia, sin falsas presunciones en cuanto a sus capacidades, le permitió recibir no sólo la vista física, sino también la visión espiritual de la fe, por medio de la cual pudo ver y reconocer claramente a Cristo como el Hijo de Dios: “Jesús se enteró de que habían expulsado a aquel hombre, y al encontrarlo le preguntó: ꟷ¿Crees en el hijo del hombre? ꟷ¿Quién es, Señor? Dímelo, para que crea en él. ꟷPues ya lo has visto ꟷle contestó Jesúsꟷ es el que está hablando contigo. ꟷCreo, Señor ꟷdeclaró el hombre. Y, postrándose, lo adoró” (Juan 9:35-38). La conversión de Pablo en el camino de Damasco es más dramática aún, pues en este caso el resplandor de la gloria de Cristo fue tan intenso para este fariseo que pretendía verlo todo con claridad diáfana, que lo dejó físicamente ciego: “Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos no podía ver, así que lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco” (Hechos 9:8), pero le otorgó simultáneamente la visión espiritual de Cristo en su gloria. De cualquier modo, ambas visiones, la física y la espiritual, no son mutuamente excluyentes, pues el cegado Pablo tuvo no obstante una visión esperanzadora y esclarecedora en relación con Ananías: “y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre él para que recobre la vista” (Hechos 9:12), como sucedió en efecto poco después: “Al instante cayó de los ojos de Saulo algo como escamas, y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado” (Hechos 9:18).
Por eso, en cuanto dependa de nosotros, debemos cultivar antes que nada la visión espiritual, pues ésta tiene prioridad sobre la mera vista física en lo que tiene que ver con nuestro destino eterno. El gran pecado de la humanidad es que no ve porque no quiere, pues se aleja de la luz que le permitiría hacerlo: “Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos” (Juan 3:19). Permanece con un velo delante de sus ojos, a semejanza de los judíos en el Antiguo Testamento: “Sin embargo, la mente de ellos se embotó, de modo que hasta el día de hoy tienen puesto el mismo velo al leer el antiguo pacto. El velo no les ha sido quitado, porque solo se quita en Cristo. Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, un velo les cubre el corazón” (2 Corintios 3:14-15). Un velo que les impide ver hasta tanto no se vuelvan a Cristo: “Pero, cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado” (2 Corintios 3:16). Un velo que Satanás, el dios de este mundo, el primer demonio, se complace en reforzar y mantener sobre la mente de los incrédulos, para su propia perdición: “Pero si nuestro evangelio está encubierto, lo está para los que se pierden. El dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:3-4). Tal vez fue por esta causa que Jacob Needleman dijera que “El primer demonio es el que nos impide ver”. Razones que explican con suficiencia las palabras con las que Cristo definió su misión en el mundo diciendo: “Yo he venido a este mundo… para que los ciegos vean, y los que ven se queden ciegos” (Juan 9:39).
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