Partiendo del hecho ya comentado de que la existencia de Israel como nación es una señal no sólo de la realidad de Dios, sino del carácter irrevocable de su llamado sobre los Suyos, como lo declaró Moisés: “Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la tierra” (Deuteronomio 7:6), hay que decir que esto pone sobre Israel elevados privilegios y responsabilidades, de modo similar a las que el Nuevo Testamento pone sobre la iglesia. Y si bien en la iglesia las diferencias étnicas y culturales entre Israel y los no judíos quedan sin efecto o, por lo menos, pasan a un segundo plano y no son determinantes, pues en ella judíos y no judíos son aceptados en plano de igualdad por Dios en virtud de la fe en Cristo, estableciendo entre ellos lazos de hermandad que los vinculan por encima de estas diferencias; también lo es que Dios tiene un plan que sigue incluyendo a Israel como nación, constituida por el número mayoritario de judíos que se resisten a creer en Cristo aceptándolo como el Mesías anunciado. Así, pues, el apóstol Pablo, judío y miembro de primer orden de la iglesia, nos revela que: “Con respecto al evangelio, los israelitas son enemigos de Dios para bien de ustedes; pero si tomamos en cuenta la elección, son amados de Dios por causa de los patriarcas” (Romanos 11:28), en virtud de la fidelidad de Dios que no desecha a quienes elige, pues finalmente: “parte de Israel se ha endurecido y así permanecerá hasta que haya entrado la totalidad de los no judíos. De esta manera, todo Israel será salvo” (Romanos 11:25-26)
La elección de Israel
“Cuando se mira con atención, la elección que Dios hizo de Israel ya es una señal clara a lo largo de la historia de la realidad y fidelidad de Dios”
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