El éxito, si bien es una aspiración deseable y legítima de los seres humanos, conlleva siempre el riesgo de que no suelen ser los momentos de gloria en nuestras vidas los que revelan en realidad nuestro verdadero carácter y nos permiten conocernos a nosotros mismos, pues estos pueden, incluso, terminar moldeando para mal nuestro carácter, fomentando la frívola y superficial vanidad y el orgullo engañoso en nuestros corazones que pueden ocultar no solo quienes somos en realidad, sino que, peor aún, llegan a enquistarse de tal modo en nuestro interior que terminan determinando quienes somos, de la peor manera y sin que seamos plenamente conscientes de ello. Nunca llegaríamos, entonces, a saber quienes somos en realidad, o mejor aún: quienes hemos llegado a ser, sin tener que humillarnos de un modo u otro, como, de hecho, estamos llamados a hacerlo delante de Dios, reconociendo su realidad y sometiéndonos y rindiéndonos a Él sin reservas. Y debido a que no somos muy dados, por causa de nuestra condición caída, a hacer esto último de manera dócil y a las primeras de cambio, Dios debe en muchos casos humillarnos, llevándonos al desierto como lo hizo con Israel, con un propósito claro en mente: permitirnos conocer lo que hay en nuestro corazón ꟷpues Él ya lo conoceꟷ y conducirnos a la voluntaria y convencida obediencia a Él: “Recuerda que durante cuarenta años el Señor tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos” (Deuteronomio 8:2)
Te humilló y te puso a prueba
“La humillación no sólo nos enseña a ser humildes, sino que nos pone a prueba para que conozcamos lo que en verdad se halla en nuestro corazón”
A veces tomanos la disciplina del Señor como un castigo, cuando el proposito del Señor es moldear nuestro caracter, para enseñarnos a confiar solo en el, a aumentar nuestra fe en el, pero el Señor nos pone en sala de espera, para despojarnos del orgullo, y de cualquier otro pecado con el que nos cuesta trabajo abandonarlo;y tantas otras enseñanzas que nuestra ceguera espiritual no nos deja ver mas alla, y que el Señor Dios las trasnforma para nuestro bien en bendiciones. Mi gratitud, y el Señor Dios te siga usando como su instrumento. Lluvia de bendiciones. Amen.
Muy cierto hijo. En USA experimente esa humillación que dejo abierto de par en par mi corazón para el ingreso triunfal de Jesús en el.
¡Bienvenido al club papá!