El concepto de sustitución es fundamental en relación con la salvación, pues el sacrificio de Cristo es un sacrificio en el que Él nos sustituyó personalmente a todos y cada uno de nosotros en el patíbulo de la ejecución. Así, pues, cuando la Biblia afirma que Cristo murió “por” nosotros, significa no sólo que murió “a favor” de nosotros, sino también “en lugar” de nosotros. Además, la noción de sustitución también surge y se anuncia desde el Antiguo Testamento de muchas maneras diferentes en el mismo ritual sacrificial de los judíos contemplado en la Ley Mosaica y de los actos ordenados en este ritual, tales como la imposición de manos del oferente sobre la víctima, para transmitir de forma inequívoca la idea de imputación por la que los pecados del oferente y su correspondiente castigo eran trasladados a la víctima que moría en sustitución suya. Así, pues, Cristo puede justificarnos atribuyendo a cada creyente su justicia perfecta, porque al mismo tiempo tomó sobre sí mismo nuestras muchas injusticias que quedaron cargadas a su cuenta, pagando por ellas en la cruz. Es, entonces, dentro de este contexto que debe verse el sacrificio de Cristo, como el cumplimiento perfecto de todo lo requerido y anunciado de forma imperfecta por la ley ceremonial alrededor de los sacrificios, para poder no sólo cubrir nuestros pecados, sino quitarlos de manera definitiva, de tal modo que las palabras de Pablo a favor del esclavo Onésimo son una ilustración de lo hecho por Cristo en relación con cada uno de nosotros: “Si te ha perjudicado o te debe algo, cárgalo a mi cuenta” (Filemón 1:18)
La doctrina de la sustitución
“Dios puede perdonarnos ahora sin trabas debido a que nuestra deuda de pecados quedó saldada al ser cargada a la cuenta de Cristo”
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