El líder de los nuevos ateos, Richard Dawkins, dijo que “Darwin hizo posible ser un ateo intelectualmente satisfecho” para indicar como el evolucionismo darwinista brindó un presunto fundamento científico y racional al ateísmo. Pero de la mano del darwinismo, los ateos terminaron introduciendo el ateísmo, cual caballo de troya, en el campo de la ciencia para imponer en ella una visión naturalista y materialista de la realidad en la que el espíritu y lo sobrenatural no tendrían cabida, con una actitud prejuiciosa y estrecha, a pesar de cualquier evidencia en contra. Además, si bien el darwinismo es incompatible con la creencia en Dios al hacer de Él, supuestamente, algo innecesario y reemplazarlo por un azaroso principio de selección natural, la evolución como tal no ha sido incompatible con la creencia cristiana, pues antes y después de Darwin han existido un significativo número de creyentes convencidos e ilustrados que piensan que la evolución puede ser la manera en que Dios ha traído todo a la existencia tal y como lo conocemos. De hecho, el darwinismo se encuentra cada vez más cuestionado desde la misma ciencia, y a pesar de las descalificaciones por parte de los sectores naturalistas dominantes de la ciencia, la teoría del “diseño inteligente” gana calladamente cada vez más adeptos entre los científicos por la fuerza de los hechos, ante las crecientes inconsistencias y vacíos del darwinismo, reforzando la creencia cristiana de que Dios: “en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo” (Hebreos 1:2)
Darwin, evolución y cristianismo
“El cristianismo puede dialogar con un evolucionismo que ve a Cristo tras el proceso y le asigna el mérito final de la creación”
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