La vida es difícil y, como lo advirtió el Señor Jesucristo, incluye una dosis inevitable de aflicción. Y la vida cristiana no es la excepción, sino que por momentos incluso, puede ser más difícil por causa de las exigencias que nuestro compromiso y lealtades a Dios ponen sobre nuestras conciencias y conductas, en lo que se suele designar como “pruebas de fe”. Pero descontando estos momentos y casos puntuales, en términos generales las aflicciones de la vida cristiana siempre serán inferiores y más llevaderas que las que involucra normalmente la vida de los no cristianos, a pesar de las engañosas apariencias superficiales que puedan apreciarse en un momento dado, comparativamente hablando. Y es que el mismo estilo de vida sobrio y equilibrado de los cristianos fieles que se esfuerzan por obedecer a Dios es de por sí más saludable que el de los no cristianos con sus excesos típicos e implica, por lo mismo, muchos menos riesgos de ser afligidos por causa de las simples consecuencias de nuestros actos de desobediencia a Dios consciente o inadvertida que suelen pasarnos dolorosa cuenta de cobro más temprano que tarde en forma de aflicciones que hubiéramos podido evitar si hubiéramos obedecido en su momento. Además, el Señor Jesucristo nos reveló que, para quienes aman a Dios la obediencia a Él no es en realidad difícil, pues el amor a Él es un estímulo eficaz para lograr obedecerlo y la obediencia es, de hecho, la mejor demostración de que en realidad lo amamos pues: “En esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos. Y éstos no son difíciles de cumplir” (1 Juan 5:3)
La dificultad de la vida cristiana
“La vida es difícil. Y la vida cristiana no es la excepción. La única vida más difícil que la cristiana es la vida no cristiana”
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