La ley estableció una solemne ceremonia de consagración y dedicación para el santuario y su altar una vez concluida su construcción, luego de la cual Moisés entraba en él y escuchaba regularmente la voz de Dios procedente del lugar santísimo en el que se hallaba el arca del pacto: “Los animales para el sacrificio de comunión fueron en total veinticuatro bueyes, sesenta carneros, sesenta machos cabríos y sesenta corderos de un año. Estas fueron las ofrendas para la dedicación del altar después de haber sido consagrado. Cuando Moisés entró en la Tienda de reunión para hablar con el Señor, escuchó su voz de entre los dos querubines, desde la cubierta del propiciatorio que estaba sobre el arca del pacto. Así hablaba el Señor con Moisés” (Números 7:88-89). De manera similar, el ser humano comienza a escuchar y distinguir la voz de Dios regularmente cuando se dedica y consagra a Él, en el acto de la conversión por el que le rinde su vida a Cristo en arrepentimiento y obediente fe y se constituye así en templo en el cual el Espíritu de Dios viene a morar. Esta experiencia es el punto de inflexión que marca un antes que contrasta con el después. Un después en el que nace un creciente interés y una nueva disposición por parte del convertido hacia la revelación de Dios en la Biblia, que lo lleva finalmente a reconocerla y aceptarla por lo que ella reclama ser: la inspirada e infalible Palabra de Dios dada a los hombres, y a escuchar así la voz de Dios que procede de ella mediante su reverente y diligente lectura y estudio diario y su consecuente comprensión de ella en un espíritu de oración
La conversión: el punto de inflexión
“La voz de Dios se comienza a oír con claridad cuando estamos debidamente dedicados y consagrados a Él en nuestra condición de templos de Su Espíritu”
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