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La celebración del día de Acción de Gracias

La festividad de Acción de Gracias es una de las celebraciones religiosas más importantes, si no la más importante, de los Estados Unidos de América y también de Canadá y que, al margen de su origen, sus circunstancias particulares y sus asociaciones culturales, tiene también uno de los más razonables y universales sentidos en cualquier cultura diferente a la norteamericana, y sobre todo, en el marco de sociedades que suscriben la fe cristiana en cualquiera de sus formas. Esta festividad fue establecida formalmente en Estados Unidos por el presidente Abraham Lincoln con el fin de conmemorar la celebración con la que los puritanos del Mayflower ꟷcolonos británicos que llegaron al país a bordo de este barco en 1620, huyendo de la inestabilidad política y la persecución religiosa padecida en el Reino Unido debido a la radicalidad de su fe cristiana en el marco de la Reforma Protestante europea, seguidores fieles todos ellos de las ideas reformadas de Juan Calvino que, en opinión de los puritanos, no fueron llevadas hasta sus últimas consecuencias prácticas por la iglesia anglicana oficial de Inglaterraꟷ, quisieron dar gracias a Dios por su buena cosecha después de un duro invierno. En 1789, cuando George Washington fue designado primer presidente de Estados Unidos, eligió el 26 de noviembre como día oficial de Acción de Gracias, pero en 1863 Lincoln estableció como fecha oficial definitiva el último jueves de noviembre.

Independiente de los acuerdos o desacuerdos teológicos con los puritanos que la establecieron, la festividad de Acción de Gracias halla sentido pleno en el deber y en la necesidad de ser agradecidos con Dios, como se señala de muchas maneras en la Biblia, destacándose entre todas ellas las puntuales exhortaciones del apóstol Pablo al respecto: “Anímense unos a otros… dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo… Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados… Y sean agradecidos… todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Efesios 5:19-20; Colosenses 3:15, 17). La gratitud es, ciertamente, un componente fundamental plenamente justificado de la práctica cristiana. Y es que, en un sentido profundo y sin importar si estamos pasando por periodos de adversidad y dificultad que no estimulan la espontánea gratitud hacia Dios de nuestra parte, en realidad siempre hay más motivos para agradecer que para lamentarnos.

Así, desde la más inmediata y básica perspectiva de nuestra existencia, todos y cada uno de los seres humanos, de por sí tan frágiles y contingentes, deberíamos comenzar por agradecer el ser, pues muy bien podríamos no ser. Es decir, que deberíamos agradecer a Dios, antes que nada, nuestra existencia, pues muy bien podríamos no existir, pero Dios decidió donarnos gratuitamente la existencia. Una existencia, además, como seres biológicamente vivos, pues a nuestro alrededor vemos también a seres diferentes a nosotros que existen, sí, pero como objetos inorgánicos e inanimados, sin sensibilidad ni conciencia de nada a su alrededor, como la que los seres vivos tenemos. Adicionalmente, debemos estar agradecidos por ser criaturas vivas ubicadas en la parte alta de la escala zoológica de los llamados “seres sintientes”, con sensibilidad y capacidad de experimentar placer, tristeza, alegría, dolor, sorpresa, temor, y ser conscientes de nuestro entorno inmediato y de su potencial para suplir nuestras necesidades físicas y biológicas más sentidas.

De manera más concreta, deberíamos agradecer a Dios el hecho de pertenecer a la especie humana, corona de la creación material de Dios, hechos a Su imagen y Su semejanza, con capacidad de razonar, con facultades creativas y con deleite estético, además de poseer conciencia moral y voluntades autodeterminadas, conscientes de nosotros mismos y de Dios como nuestro Creador y capaces, por Su gracia, de amar y relacionarnos con Él y entre nosotros de maneras deleitosas y mutuamente constructivas, íntimamente personales y profundamente satisfactorias para nuestra realización espiritual y el cumplimiento de nuestro llamado y vocación en el mundo para no pasar por él sin pena ni gloria. Es contra este trasfondo común que nos obliga a la gratitud, que debemos ver los demás aspectos de nuestro ser y nuestras circunstancias particulares, tales como nuestro sexo masculino o femenino que nos condiciona de uno u otro modo y que la ideología de género no podrá nunca modificar por mucho que pretenda hacerlo; así como nuestro contexto social, etnográfico, geográfico y cultural específico, y todos los demás aspectos de nuestra realidad individual, tal como el hecho de gozar de una mediana buena salud, estar o no estar casados, ser o no ser padres, tener un trabajo, oficio u ocupación formal con la que podamos contribuir de algún modo a la construcción cultural de nuestra sociedad y obtener así los ingresos suficientes para cubrir nuestras necesidades con dignidad y decoro y, si somos cristianos miembros de una congregación o asamblea particular de cristianos, estar agradecidos por los vínculos y las solidaridades que la fe también genera entre nosotros para formar entramados sociales que nos brinden apoyo mutuo en toda situación y circunstancia.

Si bien muchos de estos últimos aspectos son muy variados y diferentes de una persona a otra, determinando la mayor o menor gratitud comparativa hacia Dios que podríamos, en justicia,  llegar a manifestarle en un momento dado; lo cierto es que incluso en medio de esta diversidad de situaciones todos podemos de nuevo volver al punto común por el cual siempre podemos estar seguros de que aún en los momentos difíciles de la vida, las cosas podrían ser peores y en muchos casos, deberían ser peores, pues si somos honestos, por lo general recibimos más de lo que merecemos en virtud de la gracia y la misericordia de Dios. Además, debido a los inevitables sesgos en nuestra perspectiva y en la manera en que percibimos las cosas, muy seguramente siempre habrá cosas que no recordamos o que no hemos podido percibir, por las que deberíamos, sin embargo, estar agradecidos si fuéramos conscientes de ellas como sería de desear. Todo lo cual nos devuelve a la pertinencia de la celebración formal de un día de acción de gracias cada año, sin perjuicio de todas las ocasiones adicionales y diferentes a lo largo de todos los días del año en que debamos hacerlo, pues nunca serán demasiadas para hacerle justicia a un Dios que no escatimó ni la vida de su propio hijo para darnos juntamente con Él todas las cosas.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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