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¿Hace falta la teodicea?

Teodicea es un término acuñado por el filósofo Leibniz como palabra técnica para referirse a todo ejercicio intelectual que busque justificar racionalmente a Dios en relación con el mal y el sufrimiento que se manifiesta en el mundo en tan variadas formas. Como tal la teodicea es un ejercicio obligado de la apologética cristiana. Leibniz, por supuesto, llevó a cabo su propia teodicea, concluyendo al final de ella que éste es “el mejor de los mundos posibles”. Y en vista de la presencia tan ubicua del mal y el sufrimiento, uno no puede dejar de preguntarse si, en realidad, éste es el mejor de los mundos posibles. De hecho, Voltaire, con imperdonable ligereza y desdén, dijo de forma atrevida que a él se le hubieran podido ocurrir muchos mundos mejores que éste. Por supuesto que todos podríamos concebir mundos diferentes a éste, pues éste está lejos de ser el único mundo posible. Y podemos imaginar, incluso, mundos sin la presencia del mal, pero de ahí a creer, de manera soberbia e infantil, que por ese simple hecho, son automáticamente mejores que éste, no es más que una presunción atrevida, ligera y superficial que no examina los hechos con la debida seriedad y profundidad.

Sea como fuere Leibniz les concedió a los ateos que, desde el estricto punto de vista de la lógica no existirían razones necesarias para que Dios hubiera creado este universo en el cual la presencia del mal obra a primera vista en contra de la bondad y omnipotencia que la Biblia atribuye a Dios. Pero los creyentes siempre podremos decir con Leibniz que Dios tuvo razones suficientes para crear un universo en el que el mal hace presencia de manera dolorosa, aunque no podamos entenderlas ni explicarlas de manera minuciosa y detallada en cada caso particular. Al fin y al cabo, por simple definición, la fe no requiere de razones necesarias para poder creer en Dios, pues si así fuera dejaría de ser fe. Pero Dios sí nos brinda siempre razones suficientes para creer en Él, de modo que quienes hemos decidido firmemente hacerlo, colocando nuestra confianza en Él y en su palabra, a pesar de la existencia del mal en todas sus formas, sepamos que nuestra decisión cuenta también a su favor con un suficiente respaldo racional y empírico siempre compatible con las condiciones de la existencia en que nos hallamos, cualesquiera que éstas sean.

El cristiano no es, pues, quien obtiene de Dios todas las razones necesarias para poder creer, sino el que cree en Dios para descubrir luego que existen razones suficientes para haberlo hecho y defender mediante ellas su decisión de creer y seguir confiando en la suficiencia de la palabra de Dios, que aún en medio del mal del mundo nos asegura, como a Pablo: “… «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.»…” (2 Corintios 12:9), afianzando nuestra convicción de que Diosnunca ha renunciado a su labor de gobernar y sustentar el mundo que creó, para el beneficio final de sus escogidos. Pero lo que llama poderosamente la atención en relación con la teodicea cristiana es el hecho inquietante al que se refiere así Rolf Gruner: “Los creyentes acérrimos por lo general han sido aquellos que han tenido la más firme convicción de la realidad del mal, y muchos o la mayoría de ellos nunca han hecho ningún intento de teodicea”. Así, pues, parece ser que los creyentes más convencidos no suelen ser personas ingenuamente optimistas en relación con el mal, sino personas plenamente conscientes de su realidad, tanto o más que los mismos ateos, en muchos casos debido justamente a que lo han experimentado en carne propia en toda su crudeza.

Y el hecho de que, a pesar de ello ─o tal vez, gracias a ello─ manifiesten una fe profunda en Dios encarnado en Jesucristo, debería ser un indicio claro de que, a la par con el mal experimentado en carne propia, también han experimentado algún tipo de manifestación divina más decisiva aún que el mal observado y padecido, que les ha permitido sobreponerse a él para creer y confiar en Dios de manera renovada. De hecho, a pesar de que la visión cristiana del mundo permite una teodicea suficientemente solvente en términos generales para justificar de manera razonable y satisfactoria la existencia del mal sin menoscabo de la existencia y el carácter de Dios revelado en las Escrituras; no son finalmente estas justificaciones racionales las que fundamentan la fe y la confianza en Dios del creyente.

De ahí que una explicación racional y coherente que justifique y concilie la paradójica coexistencia del mal con la de un Dios misericordioso y todopoderoso, no es estrictamente necesaria para poder creer, pues en la relación interpersonal que Cristo establece con el creyente a partir de la conversión, Dios surte otros medios más convincentes para sortear este obstáculo intelectual. Tan convincentes que nos llevan a suscribir con certeza las siguientes palabras de Cornelius Plantinga Jr.: “En algún nivel de nuestro ser sabemos que el bien es tan plausible y original como Dios, y que, en la historia del género humano, el bien es más antiguo que el pecado”. Certeza que justifica elegir el bien y seguir confiando en Dios, aún en las más adversas circunstancias.

Y es que, aunque en virtud del conflicto o la guerra cósmica en que estamos involucrados con sus inevitables bajas que la Biblia nos revela, no todo lo que sucede en principio ─y más exactamente, el mal y el sufrimiento en particular─ es la voluntad de Dios en un sentido activo, deliberado y planificado necesariamente de esa manera. Pero de lo que sí podemos estar seguros es de que, al final, todo lo que sucede concurre con la voluntad de Dios de manera inexorable; pues en su soberanía Dios puede obrar ─y así lo hace, en efecto─ sabia, selectiva y estratégicamente para hacer que aún aquellas decisiones humanas abiertamente contrarias a sus mandamientos y deseos, terminen convergiendo al cumplimiento de su voluntad, sin que podamos nunca convertir esto en una excusa para justificar el pecado humano y eximirnos de nuestras culpas, responsabilidades y consecuencias personales en todo este cuadro, como lo refutó tajantemente Pablo: “Pero, si nuestra injusticia pone de relieve la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Que Dios es injusto al descargar sobre nosotros su ira? (Hablo en términos humanos). ¡De ninguna manera! Si así fuera, ¿cómo podría Dios juzgar al mundo? Alguien podría objetar: «Si mi mentira destaca la verdad de Dios y así aumenta su gloria, ¿por qué todavía se me juzga como pecador? ¿Por qué no decir: Hagamos lo malo para que venga lo bueno?» Así nos calumnian algunos, asegurando que eso es lo que enseñamos. ¡Pero bien merecida se tienen la condenación!” (Romanos 3:5-8).

Así, no es correcto decir que todo lo que sucede, sucede porque esa es la voluntad de Dios, pues muchas de las cosas que suceden ꟷy con especialidad las acciones pecaminosas y malvadas de los seres humanosꟷ, no son la voluntad de Dios, sino que son contrarias a ella. Sin embargo, lo que sí podemos decir es que todo lo que sucede, no sucede sin la voluntad de Dios, pues a pesar de todo y por debajo de las apariencias en contra, Dios no ha renunciado a Su gobierno sabio y soberano sobre el mundo, y esa convicción es la que se encuentra detrás de la declaración paulina en el sentido de que: “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (Romanos 8:28). Por eso, sin perjuicio de la validez de la teodicea cristiana, al final de cuentas lo único que necesitamos saber es que Dios sabe siempre lo que hace y también sabe por qué permite que sucedan muchas cosas contrarias a Su voluntad sin que nada de ello lo tome por sorpresa.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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