La sabiduría es tradicionalmente relacionada con el conocimiento en una conexión e interdependencia tan estrecha que para muchos la sabiduría es sinónimo de conocimiento. Pero si bien en términos normales el conocimiento debe formar parte de la sabiduría, no es éste el que la define. Lo que define a la sabiduría es, más bien, la actitud con la que el sabio persigue y expone y da a conocer su conocimiento. El sabio exhibe, pues, antes que conocimiento, buena conducta, humildad, imparcialidad y un espíritu conciliador, bondadoso y compasivo desprovisto de dobles motivaciones y de oscuras intenciones. Ésta es, de hecho, la auténtica “… sabiduría que desciende del cielo”, por contraste con cualquier otra forma de “sabiduría”, como lo es la mera erudición, que al final no es tan solo un conocimiento meramente humano y terrenal, sino también diabólico por las actitudes censurables que fomenta y que suelen acompañarlo. Por eso Santiago nos interroga así:“¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que lo demuestre con su buena conducta, mediante obras hechas con la humildad que le da su sabiduría. Pero si ustedes tienen envidias amargas y rivalidades en el corazón, dejen de presumir y de faltar a la verdad. Ésa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que es terrenal, puramente humana y diabólica. Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas. En cambio, la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera” (Santiago 3:13-17)
La actitud correcta
“Lo que distingue al sabio del erudito no es el mayor o menor conocimiento que ambos poseen sino la actitud que los acompaña”
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