La palabra que se traduce habitualmente como “lepra” en las traducciones antiguas de la Biblia, no significa lo que hoy por hoy evocamos con este término, es decir la enfermedad de Hansen que produce insensibilidad, ulceraciones y mutilaciones incapacitantes en la piel, en los nervios y en las vísceras. En realidad, el término hebreo, como lo traducen ya las traducciones modernas de la Biblia, se refiere a todo tipo de enfermedades de la piel. Si bien esto reduce su gravedad notablemente desde el punto de vista de la salud, de todos modos todas estas afecciones cutáneas traían las mismas consecuencias ceremoniales y sociales a quienes las sufrían, quienes se encontraban marginados y proscritos por su condición impura de las prácticas rituales propias del resto del pueblo alrededor del templo y el sacerdocio y también ꟷpor razón de la contaminación ritual a la que podían exponer a la población sanaꟷ, de la vida social, sometidos a la vergüenza y el ostracismo: “Pero será impura en el momento en que le aparezca una llaga ulcerosa. Cuando el sacerdote examine la carne viva, declarará impura a esa persona. La carne viva es impura, pues se trata de una enfermedad infecciosa” (Levítico 13:13-14). Estas afecciones y otras restricciones que hoy se nos antojarían sin sentido, buscaban transmitir de manera gráfica la idea de santidad asociada a Dios por contraste con la pecaminosidad humana, representada en la lepra y la consecuente separación entre Dios y el hombre en virtud del pecado así simbolizado. Separación que Jesucristo elimina de manera definitiva
Enfermedad e impureza ritual
"Las enfermedades de la piel y la lepra con especialidad simbolizaban como nada la impureza ritual que impedía el acceso a Dios por parte del pueblo”
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