El aspecto culminante de la invariabilidad de Dios en relación con nuestra fe es la confianza que Dios Padre debe inspirarnos, al igual que su Hijo Jesucristo, que es Quien nos ha dado a conocer al Padre de la manera más superlativa, según lo afirma el propio Señor Jesucristo en el evangelio de varias maneras. Algo que debemos tener presente, ante el auge sutil de la herejía de Marción por la cual muchos consideran que Dios Padre, tal como se revela en el Antiguo Testamento, es diferente en su carácter al Dios que se revela en Jesucristo, como si éste último sí fuera el verdadero Dios de amor y perdón, mientras que el del Antiguo Testamento sería un dios diferente, airado y vengativo, y por lo tanto inferior. Es justo el mediático líder de los nuevos ateos, Richard Dawkins, quien parece recoger las creencias de muchos cristianos de hoy seguidores, sin saberlo, de Marción, cuando dice primero que: “El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción…”, para luego afirmar: “No puede negarse que, desde un punto de vista moral, Jesús es una gran mejora con respecto al ogro cruel del Antiguo Testamento”. Debemos, pues repetir que: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos…” (Hebreos 13:8) y que: “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras” (Santiago 1:17), siendo, pues, Dios Padre tan igualmente confiable como su Hijo, nuestro Señor, pues al margen de otras consideraciones, ambos son el Dios único que no cambia a través del tiempo
Jesucristo es el mismo por los siglos
“Es bueno que Dios no cambie de forma caprichosa o arbitraria, pues así siempre podemos saber a qué atenernos con Él”
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