El simbolismo del templo de Jerusalén en todos sus detalles es muy rico y revelador, destacándose en este sentido el lavatorio o fuente de bronce y el altar de los sacrificios en el atrio exterior; el candelabro, la mesa de los panes de la proposición y el altar del incienso en el lugar santo intermedio; y finalmente el arca del pacto en el lugar santísimo más interior. Pero, además de estos objetos y esta distribución que es la más conocida por los creyentes, encontramos también dos imponentes columnas de bronce, fundidas por el hábil artesano Hiram de Tiro comisionado para ello por el rey Salomón, que reciben un nombre propio cada una de ellas: “Cuando Hiram levantó las columnas en el vestíbulo de la nave central, llamó Jaquín a la columna de la derecha y Boaz a la de la izquierda” (1 Reyes 7:21). Jaquín significa “Él establecerá”, y Boaz significa “En él hay fuerza”, nombres que no buscaban honrar a nadie en particular, sino que tienen más bien el propósito de recordar las promesas dadas por Dios a David y su descendencia y la necesidad de ellos de depender de Dios para ser establecidos y fortalecidos en el trono de Israel. Así, pues, estas dos columnas son símbolos de la fuerza y la estabilidad de las promesas de Dios a la dinastía de David y, por extensión, a todos los creyentes en el evangelio de Cristo que son dóciles a Su guía y que se esmeran, mediante la comunión estrecha con Él en el Espíritu y la obediencia a sus preceptos, en cultivar un corazón conforme al corazón de Dios, es decir un carácter aprobado y agradable a Él que le brinde complacencia
Jaquín y Boaz
"El templo de Jerusalén es también un recordatorio de que Dios establece y fortalece a quienes, como David, tienen un carácter conforme a Su corazón”
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