Investigando mis faltas

La mirada de Dios sobre todos los hombres y sobre los Suyos en particular no es una mirada inquisitiva ni mucho menos inquisitorial, como si Dios tuviera que investigar nuestro caso para saber nuestros pecados o se deleitara en hacerlo así para poder descubrirlos y castigarlos. La omniciencia de Dios es tal que, en un solo golpe de vista y en un eterno presente lo sabe todo, como lo dice al autor sagrado: “Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hebreos 4:13). Por eso Job, al sentirse vigilado y asediado por Dios en medio de su inexplicable aflicción y ante las explicaciones que sus amigos le daban de ella afirmando que debía ser un castigo a consecuencia de sus pecados ocultos, declara su inocencia de este modo: “¿Son tus ojos los de un simple mortal? ¿Ves las cosas como las vemos nosotros? ¿Son tus días como los nuestros, tus años como los de un mortal, para que andes investigando mis faltas y averiguándolo todo acerca de mi pecado? ¡Tú bien sabes que no soy culpable y que de tus manos no tengo escapatoria!” (Job 10:4-7). En realidad, Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos, como lo dijera Agustín y conoce todo sobre nosotros, incluso lo que para nosotros es desconocido y de lo que no tenemos conciencia, haciéndonos conscientes de ello cuando así lo considera oportuno y conveniente para ayudarnos a corregir lo que deba ser corregido y a moldear un carácter íntegro y maduro, aprobado por Él, para cumplir así sus buenos propósitos en nuestras vidas