La igualdad de valor que, como seres humanos, los hombres y las mujeres tenemos delante de Dios, no significa que tengamos que tener idénticos roles en la sociedad. Si bien no deben existir por fuerza actividades tradicionalmente masculinas que le estén vedadas a las mujeres y viceversa y que, incluso, pueda haber mujeres que se desempeñen mejor que los hombres en esas actividades y hombres que lo hagan también mejor que ellas en actividades tradicionalmente femeninas, lo cierto es que, por una parte hay actividades en las que los hombres tienen más facilidad que las mujeres para hacerlo mejor que ellas y otras en las que ellas también superan por regla general a los hombres, pues están facultadas para hacerlo mejor. En el deporte, por ejemplo, es indiscutible que en igualdad de condiciones los hombres, en virtud de su mayor fortaleza física, siempre podrán llegar más alto, moverse más rápido y desplegar mayor fuerza que las mujeres. Asimismo, las mujeres están físicamente facultadas para engendrar nuevos seres humanos, sustentarlos y traerlos a la vida de una manera en que los hombres nunca podrán hacerlo, por mucho que la ciencia avance y quiera revertir artificialmente estos roles naturales específicos, entre otros. Por eso, no debe sorprender que Dios asigne papeles diferentes al hombre y a la mujer en la familia y que se dirija, por tanto, a cada uno de ellos de esta diferenciada manera para aludir a sus correspondientes responsabilidades: “Esposas, sométanse a sus esposos, como conviene en el Señor. Esposos, amen a sus esposas y no sean duros con ellas” (Colosenses 3:18-19)
Igualdad de valor, diferencia de rol
“Hombres y mujeres tenemos el mismo valor ante Dios, pero sin que eso signifique que Él nos haya asignado el mismo rol a ambos”
Deja tu comentario